Cualquier llamado a la violencia, así sea camuflado bajo la figura de protestar por la crisis económica, no puede tener eco en ningún sector ciudadano. En Bolivia, y en cualquier país del mundo, la salida a todo tipo de conflicto debe ser por la vía democrática.
Ningún sinsentido en ningún lugar del mundo se arregla con violencia. Al contrario, la desigual administración de la misma acaba generando víctimas, pero también heridas profundas que acaban destruyendo lo poco construido. Bolivia atraviesa hoy uno de esos momentos.
Es tiempo de los líderes, de tomar decisiones con profundidad y por el bien del país, descosido en lo económico, en lo social, en lo político y en lo institucional por la deriva de un proceso que está acabando en podredumbre. Es tiempo de dejar la mezquindad a un lado y actuar con grandeza, de dejar de tratar a los ciudadanos como ignorantes o tontos útiles y ponerlos en el centro de la resolución del problema.
Los grandes problemas nacionales no pueden resolverse entre cuatro paredes. Para discutir los problemas que requieren inmediata solución, es preferible hacer en escenarios abiertos y, de preferencia, transmitiendo todo cuanto se discute mediante las mayores vías posibles. Hoy en día, las redes sociales permiten que cualquier asunto, por baladí que sea, sea transmitido en directo. ¿Por qué no se puede proceder de la misma manera en asuntos de interés general? Cualquier cosa que se haga a espaldas del público estará cubierto con el manto de la sospecha.
Resulta mezquino quedarse a esperar en un rincón a que el pueblo se mate para declarar vencedores y vencidos ante las dudas que rodean a los órganos Judicial, Electoral, y también al Ejecutivo que calcula cuánta culpa de la crisis puede derivar en la situación violenta luego de haber utilizado a su antojo a los tribunales de justicia cuando le ha convenido, y también al Legislativo, donde el oficialismo y la oposición no solo carecen de propuesta, sino de un mínimo norte sobre el que coordinar su estrategia ante el desvarío masista.
La cadena de reproches y cuentas pendientes es interminable, pero la realidad es que el país está muriendo de inanición por una crisis incontrolable sobre la que nadie quiere actuar. El pasado existe, no se borra, y en algún momento todos tendremos que rendir cuentas de lo hecho y no hecho, pero lo importante ahora es el mañana, ni siquiera el 17 de agosto.
El problema es que el proceso electoral no ha sido limpio y las normas no han sido dictadas o supervisadas por personajes probos y están dejando sin representación a importantes nichos de población que hacen a la diversidad de Bolivia.
La salida es por las ánforas, y no hay nada escrito en piedra ni que no se haya podido mover cuando la situación lo exige. Como en el 85, como en el 2003-2005, como en 2009 o como en 2019. Es el tiempo de los líderes de verdad. Es el tiempo de darle voz al pueblo. Es el tiempo de las ánforas, y, por ello, no se puede consentir que se mueva la fecha del 17 de agosto.
El bloqueo, que está terminando de levantarse entre ayer y hoy, con el pretexto de un humanitarismo que nadie se traga, ha servido para confirmar que es el narcotráfico el que está detrás de los grandes conflictos nacionales y, en ese sentido, la consulta popular de agosto no solo servirá para elegir a las próximas autoridades de los órganos Ejecutivo y Legislativo, sino, en el fondo, para que el pueblo boliviano exprese su rechazo a esa gran lacra nacional.