Decir que Bolivia atraviesa uno de los peores momentos económicos de su historia es redundar en lo evidente, en aquella realidad que se ha posicionado en todos y cada uno de los hogares bolivianos. La crisis se ha instalado en el país y no parece que haya ciertamente muchos mecanismos para enfrentarla. El problema está claramente identificado, pero ni desde posiciones más liberales ni desde posiciones más intervencionistas se puede asegurar que se pueda revertir rápidamente.
Tras esa realidad evidente, también se ha constatado que una de las características de la crisis es la falta de dólares que, a su vez, es el resultado de muchas debilidades estructurales y también de muchos errores cometidos.
Por ello, la campaña electoral se presta a que los candidatos se presenten como portadores de soluciones. El problema es que casi todos apuestan por lo mismo, aunque con diferentes graduaciones en el impacto: recurrir al financiamiento extranjero y “flexibilizar” el tipo de cambio, que esencialmente implica una devaluación. Después casi todos obvian explicar las consecuencias de esa opción, aunque si el “elegido” es el Fondo Monetario Internacional (FMI), se sabe que en su recetario habitual está el de subir la edad de jubilación, reducir el gasto público y las subvenciones, que en el caso de Bolivia supondrá dejar de cubrir la diferencia del costo real de los carburantes, lo que podía ser una medida más o menos traumática.
Por lo que dejan traslucir los candidatos, una de las medidas a asumir sería una devaluación, por lo que en general todos los bolivianos perderían poder adquisitivo y sus bienes perderían valor, además de tener que enfrentar una inflación creciente cuando no una escasez flagrante por el efecto de la retirada de la subvención.
Esas son las “soluciones” del FMI y ahí hay que apuntar que los dólares que vaya a facilitar son a préstamo y, por ende, habrá que sumarlos con sus intereses correspondientes a la cuenta de servicio de deuda que ya hoy por hoy es casi insostenible, por lo que para pagarlo hará falta algo más que ahorrar y probablemente habrá que incrementar los impuestos actuales o incluir nuevos.
Hay otras formas de conseguir dólares por parte del Estado, que es monopolizando alguna industria de exportación, como en su momento fue el gas, pero el litio, que es el único con capacidad de llegar a números similares, ni siquiera ha iniciado su andadura.
La otra tiene que ver con controlar los capitales que los exportadores bolivianos están dejando en el extranjero y que alguien “no sospechoso” de “socialcomunista”, como el candidato Rodrigo Paz Pereira, ha cifrado en 7.000 millones de dólares. Paz ha considerado que serán necesarios incentivos para repatriar esos fondos, pero lo cierto es que esas ganancias se generan, en gran medida, por la subvención a los hidrocarburos y a la energía, pero que más allá de ello, se generan en el país y es cuestión patriótica contribuir con ello. Es extraño que los más firmes partidarios del libre mercado no entiendan que es precisamente la escasez de dólares lo que hace subir su precio en el mercado paralelo.
La crisis determinará que la economía sea el eje de la campaña electoral, pero el debate debe ir más allá del eslogan o de defender las ideas fuerza que son tendencias en las redes sociales. Recortar gasto superfluo es imprescindible, pero consolidar el Estado y sus instituciones seguramente necesitará de nuevos ingresos y de buenas dosis de responsabilidad nacional.
Por lo apuntado, hay razones para afirmar que las elecciones de agosto no solucionarán la crisis económica, así que habrá que trabajar en la desaparición de sus elementos más perniciosos.