Los resultados de los esfuerzos de las autoridades municipales por evitar el encendido de las fogatas en San Juan se advierten de manera lenta, pero segura, puesto que la cantidad de infracciones a la prohibición disminuye cada año.
De todos modos, este tema no se resolverá con operativos una noche al año. Ciertamente, las acostumbradas fogatas de San Juan resultan peligrosas para el medio ambiente, pero existe una actividad todavía más perjudicial: el chaqueo a fuego, que ha sido y es causante de múltiples perturbaciones climáticas. Ha crecido de tal forma que se la responsabiliza, entre otros factores, de los incendios masivos que en los últimos años han consumido enormes extensiones de nuestros bosques.
En tal sentido, no mucho se podrá conseguir en el plazo inmediato mientras no se encuentren otras alternativas de explotación del suelo. Habilitar áreas de cultivo a través del fuego provoca la destrucción de valores nutritivos que son esenciales para obtener después buenas cosechas, pero también es cierto que las otras opciones, más costosas en tanto dependen de una mayor inversión en el proceso de la siembra, no están al alcance de los campesinos pobres.
Según los expertos, el resultado de esta forma de producir es una agricultura itinerante que va desertificando de manera implacable espacios que se podrían manejar con otras técnicas. Desgraciadamente esas técnicas, que suponen el uso de maquinaria y la introducción de riego, no están al alcance de la población rural.
Lo irónico resulta del análisis comparativo del valor de los recursos que se queman y las cosechas que se obtendrán a lo largo de cuatro o cinco años del uso de esas tierras. Algunos especialistas consideran que una hectárea de monte virgen vale veinte o treinta veces más que la producción que se obtiene después. Más les valdría a los campesinos —se dice— dejar los suelos como están, enmontados o en barbecho, y aguardar el momento en que puedan ser utilizados con racionalidad y rentabilidad. Pero, el hambre no espera y la necesidad de producir para sobrevivir los impele a esta suerte de suicidio ecológico.
Ahora bien, desde hace algunos años se han puesto en marcha campañas de concientización respecto a los efectos negativos de esta práctica cultural que, según los expertos, se afirman más en la tradición que en el correcto manejo del suelo. En otros términos: se puede ganar espacios (chacos) sin recurrir a la quema del material cortado.
Estas campañas no han dado los frutos que se esperaba porque cada año el chaqueo a fuego se reproduce, con la misma intensidad, en casi todo el país. Quizá la cuestión radique en que esta alternativa solo es válida para el monte virgen y no para los barbechos. Condenar esta forma de hacer agricultura —y de ganarse la vida— por razones ecológicas, por importantes que estas fuesen, parece no ser suficiente. En consecuencia, habrá que estudiar el problema de una manera más amplia y, sobre todo, científica..
El chaqueo a fuego no es otra cosa que una manifestación más del atraso general de la agricultura nacional; atraso que está presente en todos los escenarios productivos.