Estados Unidos celebra el 249 aniversario de su independencia este viernes 4 de julio y, nuevamente, lo hace en un panorama alentador en sus relaciones con Bolivia.
Nadie puede negar que EEUU asume una crucial importancia para cualquier país sudamericano, particularmente respecto a cuantos siguen entrampados en un subdesarrollo cuya superación urge aún encarar en el plano de la cooperación bilateral y multilateral. Como la potencia del norte tiene un ostensible peso en ambos espacios, países como Bolivia deberían mantener con ella relaciones diplomáticas de total normalidad. Es lo que aconseja no solo la racionalidad, sino también la más elemental prudencia.
Bolivia, en los últimos años, estropeó sus vínculos con EEUU por causas que de modo alguno son justificables. Cabe mencionar entre ellas una acentuada susceptibilidad, lindante con la paranoia, respecto a presuntas acciones intervencionistas en asuntos internos. Se echó al embajador estadounidense, tras un cerco de partidarios del MAS a la sede diplomática de dicho país en La Paz. A esto se agregó la expulsión de la DEA, medida que significó la pérdida de la cooperación económica y técnica en la lucha contra el narcotráfico. Finalmente, lo más grave: quedó en nada el tratado de preferencias arancelarias Atpdea, sin el cual determinadas exportaciones al mercado norteamericano dejar de contar la indispensable competitividad.
Sin dudas que las negativas consecuencias de los hechos referidos constituyen la razón por la que el Gobierno boliviano se esfuerza hoy por recomponer sus relaciones con Washington. Acaso el fantasma de la desocupación en El Alto, donde muchas grandes, medianas y pequeñas empresas se cerraron o redujeron al mínimo su producción fue el que mayormente le indujo a retomar lo andado y procurar normalizar la necesaria diplomacia.
En 2015, en un publicitado aunque no detallado “acuerdo marco”, esbozado en Washington entre representantes de la Casa Blanca y enviados especiales del entonces gobierno de Evo Morales, se dieron los primeros pasos hacia un pleno restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre ambos países; es decir, a nivel de embajadores y no de encargados de negocios, como los hay todavía, dedicados solo a trámites y asuntos de rutina.
El acuerdo marco se limitó al cumplimiento estricto de las reglas que a escala universal rigen las relaciones de los miembros de la comunidad internacional y a los compromisos establecidos por tratados vigentes en el mismo ámbito y a los de tipo bilateral. Entre estos últimos, con EEUU, cabe mencionar a algunos de cuya vigencia depende que ambas partes se entiendan y restablezcan relaciones al más alto nivel.
Nada de insultos, agravios, sindicaciones ligeras ni de otros comportamientos ofensivos. Este tipo de deslices, por parte del Gobierno boliviano, contribuyeron a agravar la crisis en las relaciones con el país del norte.
Mientras las hojas del calendario caen irremediablemente para la Administración de Luis Arce, la de Donald Trump ha vuelto a dar ejemplo al no cambiar a la totalidad de sus representantes diplomáticos pese a la asunción de un presidente del partido opuesto a su antecesor.
En Bolivia, la jefa de Misión, Debra Hevia, inició la semana con una recepción ofrecida en el convento de San Felipe de Neri, en Sucre, donde acaba de cerrarse la denominada “Semana USA”, en adhesión al Bicentenario de la Independencia que se cumplirá el próximo 6 de agosto y, además, en honor a los más de 175 años de relaciones diplomáticas entre ambas naciones. En aquel acto digno de aplauso, Hevia dio a conocer el nivel de su cooperación a Bolivia.