Tenía pensado escribir sobre los dislates de una impresentable señora –aquella que amenaza con contar muertos en vez de votos en las elecciones– en relación con nuestra cultura autoritaria, que pretende llevar todo al Derecho Penal: detención, cárcel, expansionismo penal, etc., pero… van a disculpar trasladarlos hacia mi intimidad. Uso este privilegio semanal que tengo y, con mi corazón roto, escribo esta columna para despedirme de nuestro amado perro Spike.
Nos adoptó hace unos 12 años, aprox. Cuentan que algún inhumano lo había abandonado y paraba con otros dos callejeritos en el barrio; eran un trío temible. Le dábamos comida, le chunkeabamos (sabía dar la patita) y frecuentaba nuestra casa. Una noche hacía mucho frío y creo que llovía, abrí la puerta del garaje y se entró directo a dormir. Nuestra chapha –la Winona– a regañadientes aceptó y así, paulatinamente, empezaron a profundizarse nuestros amores en esa época repartidos entre ella y el Spike (le decían también Choco y alguien decía que se llamaba originalmente Comandante). Rebautizado como Spike por nuestros hijos (yo quería llamarle Ferrajoli o Bocceli), empezó la lucha diaria para que no salga –mucho– con sus amigotes perrunos, el Nike y el Danny; se empezó a acostumbrar (se volvió jailongo, le decían los perros izquierdosos…), terminó yendo y viniendo, pero principalmente se acostumbró –o se resignó– a dejar de ser callejerito al 100%.
Nos metió en buenos líos, pues amaba corretear motociclistas y ladrar a quienes pasaban con alguna mochila o bolsa. Fue algunas veces calumniosamente endilgado de morder a alguna persona, pero no pasó a mayores; pues, al final del día, sus detractores no pudieron identificar más allá de toda duda razonable cuál de los tres de la pandilla habría sido. Perdimos la cuenta de las veces que lo fuimos a rescatar de alguna thojpa en sus afanes de galán perrunito. El CORREO DEL SUR hasta publicó una vez una nota sobre los perros callejeros… y en la foto, en una thojpa, apareció cuasi posando el muy perla como si siguiera siendo callejero. Una vez desapareció tres días con sus noches (el chapista de abajo contó que andaba de galán); lo buscamos y buscamos y, nada. Hasta que al mediodía del 4to día estaba botado en nuestra puerta, magullado, sediento y hambriento, pero de vuelta a su amado hogar. Y no fue la única vez, pero sí la peor que me acuerdo.
Otra vez, desapareció también. Nuestro amigo chapista contó que vinieron los malos de la perrera buscando a su amigo Nike (acusado de actividades no muy sanctas) y se llevaron –al acusado–, pero como el Spike había corrido solidario por detrás de la camioneta, se lo llevaron de yapa junto con el otro de la pandilla. Esa tarde volé al Auschwitz canino (en inmediaciones del aeropuerto “solar”) y estaba cerrado a cal y canto. Les bociné y oí como respuesta sus poderosos ladridos (imponían autoridad en la población perruna del barrio), pero nada… todo cerrado. Temprano al día siguiente fui al rescate armado con mi batería legal, amenazando con innovar con un habeas corpus canino con enfoque interseccional (en esa época cojeaba de su patita trasera y ya se estaba poniendo khathithu). Más bien, me encontré con un médico veterinario, tipazo, que me hizo firmar por los tres de la pandilla como si fuera su humano y volví. Los llevé en mi vagoneta a la Parroquia de San Roque para que agradezcan su liberación… se me escaparon saltando por la ventana, pero al final del día estuvimos de vuelta.
Tiempo después sus íntimos fallecieron y terminó resignándose a estar más tiempo en casa; con sus paseos matutinos, de mediodía (sabía perfectamente la hora de almuerzo) y nocturnos, incluyendo algunos otros colerones y travesuras, por sus aires galanes, especialmente. Nuestra Winona falleció de viejita y quedó de emperador supremo del hogar.
Pero… empezó a envejecer: los años no pasan en vano y en un perrito tan vital y mafia como él, fue doloroso ver su deterioro paulatino al que no parecía resignarse. Nunca dejó sus aires de galán y de hecho al matón del barrio, pero el físico ya no le acompañaba. El año pasado rompí nuestro contrato y palabra empeñada de exclusividad y monopolio, rescatando del refugio canino de mi amiga alkhomama Ivonne a la Thunta (una bella vieja pastora inglés de año y medio). Nos amenazó con llevar su queja a la sociedad protectora, pasando por la Corte IDH y las Altas Cortes de La Haya, pero… al final terminaron de compinches, aunque le costó mucho seguir el ritmo alocado de su hermana.
Los últimos años vivió entre algodones, con múltiples achaques de la vejez (prostatitis, tumores, su caderita, etc.) pero, pese a todo, vital como de costumbre: con su apetito voraz (aprendió a comer hasta croquetas por hacerle competencia a la Thunthita) y de vez en cuando se las daba todavía de galán (viejo verde, le decían las perritas) y sus aires usuales de pandaco matón. Desde la última vez, hace años, que se perdió por cuestiones amorosas (lo rescatamos horas después a varios kilómetros, gracias a un ángel que lo reconoció y su chapa con mi celular) salía con marcación estricta –estilo Gentile a Maradona en el Mundial de Italia–. Nuestros vecinos le decían Matusalén, pues según nuestros cálculos y los de su veterinario, tenía entre 17 y 18 años. Cuando todavía podía pasear, gustaba salir con música clásica de mi teléfono. Ni qué les digo de nuestras batallas para cortarle las uñas.
Este sábado ya no pudo moverse y empezó a apagarse… y llegó el momento temido. Lo amamos como se merecía y él retribuyó como solo los perritos saben. Gracias, Spike, te amamos por siempre. Fuiste genio y figura hasta la sepultura. PD: Tu hermana, la Thuntha, acaba de declararse emperadora. Alguien escribió: “Dizque no deberías dejar que tu perro se suba a la cama. Pfff, mi perro puede pedir un préstamo a mi nombre si quiere”.