Ya estamos en el mes del Bicentenario. Como ocurrió a lo largo del año, Sucre es el lugar donde la efeméride se celebra como lo que es, una fiesta. Anoche, cientos de personas acudieron hasta la Plaza 25 de Mayo para dar la bienvenida al más importante agosto de los últimos 100 años. Esta actividad se replicó en el resto del país, pero con notorio menor entusiasmo.
En el resto del país no se vive una celebración jubilosa por varias razones y una de ellas es la económica. La crisis, que no afloja pese al descenso del dólar paralelo, hace que la gente se preocupe más por su bolsillo que por una celebración que en algunos lugares del país incluso se siente lejana.
En la práctica, y por el efecto económico antedicho, festejar 200 años de Independencia apenas tiene valor para sembrar alguna semilla de amor por la Patria y recordar la historia, que mal que les pese a algunos derrotistas de siempre, está plagada de historias honorables.
Con todo, el festejo del Bicentenario había hecho hoyo en el país, pues durante la última década se había hablado de esa fecha como objetivo para llegar en determinadas condiciones económicas, industriales y sociales. El Plan del Bicentenario ideado entre 2012 y 2014 se convirtió después en el Plan de Desarrollo del país y, sobre él, aparentemente, se articularon las políticas sociales, productivas y económicas, al menos en lo que se refiere a la cooperación internacional y proyectos con otros organismos. Pronto este plan se fue convirtiendo en el plan de continuidad de Evo Morales en el poder, y tan pronto como hicieron aguas democrática y económicamente, el mismo pasó a ser apenas un documento de ideas del pasado inaplicable a estas alturas.
Hoy Bolivia se encuentra inmersa en una campaña electoral cruenta y descarnada, en la que los bloques se han desgarrado y no existe mínima opción de unificar criterios. Lo que era el MAS es hoy tres corrientes diversas y enfrentadas, y la oposición insiste en caminar separada, aunque las diferencias ideológicas y programáticas sean mínimas.
Es verdad que una campaña electoral debería ser el escenario en el que se discutieran los asuntos de fondo del país y cuando los candidatos principales y, en general, todos los políticos, pudieran exponer sus planes a corto, mediano y largo plazo, definiendo el destino al que quieren llevar al país y explicando el rumbo que van a tomar, porque efectivamente no es lo mismo llegar priorizando la igualdad de oportunidades o la cohesión social u otras políticas de competitividad total y país abierto.
Esto, sin embargo, no se está cumpliendo. Las intervenciones de los candidatos son brochazos generales sobre las cosas obvias que desean hacer en el país, que es básicamente salir de la crisis, algunos se aventuran a decir que lo harán con crédito externo y otros parecen confiar en su telegenia para que la gente les crea, alguno por ahí propone un menú “duro”, pero ninguno explica exactamente qué pretende y qué consecuencias tendrá para los ciudadanos, que al final es lo que quieren saber, porque no, ningún boliviano es incauto en esa materia.
El Bicentenario pudo ser un bonito punto de inflexión en el que forzar varios pactos de Estado y sumar fuerzas para empujar en una dirección de consenso, pero no. El Bicentenario se ha convertido en el escenario improvisado de una campaña electoral con mucha testosterona y poca ciencia.
Es cierto. Sucre ha marcado la diferencia, pero sería egoísta sobreponer la satisfacción regional a la nacional, Ojalá que la celebración que se intensifica desde hoy sirva para que al menos salgamos fortalecidos de alguna manera.