Recta final

EDITORIAL Editorial Correo del Sur 04/08/2025
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La campaña electoral se ha acelerado en los últimos días: debates, encuestas, sumas y restas, algunas decisiones polémicas y el fantasma del Tribunal Constitucional planeando sobre el conjunto, le han dado una nueva dinámica. La mayoría de los candidatos ya han salido al ataque y los que no acaban de despegar o van en picado, buscan fórmulas para no quedar retratados en la derrota.

En general sigue sin estar bien medido el alcance de los bloques que, aunque tienen un pequeño porcentaje de votantes que puede fluctuar entre el bloque popular o propuestas más centristas o con fuertes componentes “caudillistas”, terminará decantándose por alguna de las propuestas que aparecen arriba en las encuestas consideradas serias.

Las campañas ya están en el tiempo de mostrar el colmillo, de demostrar por qué alguien es mejor para liderar el país en este momento, y eso incluye un análisis de contexto que tiene mucho que ver con la crisis económica, pero que no ha acabado de desplazar completamente las pulsiones fundacionales de este país, que tienen que ver con lo denominado racial, con lo corporativo y con un sentido de la equidad particular.

Hablar de números, de proyectos, de programas y demás, por mucho que se demande en los diferentes foros y cualquier ciudadano de bien diga que “necesitamos conocer las propuestas”, no acaban de ser los asuntos que determinan el voto. Los documentos de programas electorales, colgados en el portal electrónico del Tribunal Supremo Electoral y replicados en todos los medios, podrían ser fácilmente los post menos leídos de la campaña, y no es solo culpa de los ciudadanos “que no leen”, como suelen justificar los propios políticos, sino que la ambigüedad se convierte en pauta común y, en un momento, las propuestas de unos y otros se hacen indescifrables.

Esto también es culpa de los estrategas y grandes asesores electorales, esos que cobran millonadas y que se han especializado en campañas de “marketing” en los que el culto al líder se hace reiterativo, así como los mensajes cortitos, dedicados al “humor social” del momento y que por lo general desprecian la capacidad intelectual de los votantes para discernir lo que le conviene.

En este momento, y como se ha visto en el debate del viernes, la fase de la campaña ha avanzado al del enfrentamiento directo para captar voto. Ya no se trata de conquistar votos sino de golpear al adversario para que los pierda. El problema de esa estrategia en este país, y con los actuales candidatos, es que la mayoría son de sobra conocidos y, debido a ello, el grueso de los votantes podría ser inmune a esa estrategia.

Aun así, este punto es importante por lo que presumiblemente viene: una Asamblea Legislativa Plurinacional (ALP) hiperdividida, que con un gobierno débil —al menos con respaldo minoritario en primera vuelta—, deberá gestionar el presente y el futuro inmediato de un país donde no se puede poner muchas líneas rojas ni hacer compromisos muy extensos precisamente por el poder de movilización de los que serían los afectados, en uno u otro sentido.

Ojalá este tiempo nos permita además conocer en manos de a quién le vamos a dejar el país, que va más allá de quien ejerza la presidencia. Si los resultados que arrojen las urnas no nos traen una sorpresa que dé lugar a sospechas de fraude electoral, se ha terminado el tiempo de la hegemonía monopartidaria y retorna uno en el que los acuerdos serán necesarios, especialmente para aprobar leyes en la ALP. Por tanto, el que vaya a ser elegido el domingo 17 no será el gobierno de uno, sino por lo menos de dos organizaciones políticas.

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