Mediaba 1999 cuando “Pity” Schütt, chuflay en mano, me regaló una epifanía respaldada cartesianamente en el etnocentrismo. Acepté a regañadientes mi hándicap: Yo entiendo desde mis circunstancias. “El problema es que eres un extranjero en este país”, me dijo el ario. Yo miraba atónito al rubio de casi 2 metros que quería mimetizarse sin éxito bajo su sombrero. Con armonía parca, como la del Pappo Napolitano, añadió: “Solo es cuestión de tiempo para que el poder político sea asumido por la verdadera mayoría. Pero no habrá revolución, porque el boliviano no sabe lo que quiere. El mata-cambios de turno dejará de ser uno de apellido compuesto y en su cuenta vendrá un Mamani, y al final, solo veremos que las ciudades se habrán provincianizado”.
La profecía fue perturbadoramente precisa, y junto al efecto de otros elementos igual de sísmicos, nuestro país se transformó. Pero pongamos atención en nuestra ciudad/sociedad y cómo ha cambiado al punto de dejar de ser funcional. Desde antes de la Guerra Federal de 1899 vivimos una diáspora cruzada, que ha expectorado, y también recogido, familias, ideas y costumbres, cambiando el perfil del sucrense, quien ahora tiene distinta memoria, aspiración y entorno. El influjo de la migración de provincias y del profiláctico proceso de interacción con Potosí, hacen del sucrense promedio un personaje disímil al de antaño. Con respeto, postergado. Enfrentémoslo, la capitalía no va a regresar, la educación es decadente, el gas se ha acabado, los dinosaurios valen más que el cemento.
En términos de Borges: ¿Cómo puede devolverse, el sucrense, el Deber de la Esperanza? La pregunta está bien formulada. Nadie lo hará por él. La respuesta pasa por reconocer quién es el Nuevo Sucrense. Redefinirlo, aceptarlo y abrazarlo. Luego, él, debe trazar su mejor estrategia en un entorno en el que Sucre ya no gravita, pero en el que paradójicamente está obligado a poner en valor los activos que lo componen, muchos de ellos intangibles.
Para esto, el sucrense debe identificarse con alguien idealizado, para dejar así, poco a poco, los hábitos que caricaturizan su existir. Olvidar que nos maltratamos tolerando basura, comercio sobre aceras y fachadas en ladrillo visto. Olvidar al gana-de-balde condenado a aspirar a menos. Olvidar al Sucretino. Si al pensar en cómo convivimos (malvivimos), nos dan arcadas, estaremos entonces en el rumbo correcto. China, Singapur, Irlanda y hasta España han recorrido este camino con éxito.
Bolivia, a diferencia del Perú, ha fallado en deconstruir su Cholo. Sucre puede recoger esa tarea. Convertir al Hombre-Masa de Ortega y Gasset en alguien magnético, que invite a regresar a una Surapata coqueta. Que sea instagrameable pasear por un inmaculado mercado en El Morro, o por un gastronómico y familiar Distrito 2. ¿Qué precio estamos dispuestos a pagar por esto?
Posiblemente, esta ciudad deba abrazar su mayoría criolla erigida sobre la dicotomía provincia/nobleza y transformarla. Pactar la pacífica convivencia. Votar por la Agenda Sucre y no por el hueso que el centralismo nos puede tirar a cambio de engrosar una bancada.
Después de todo, como dice Aillón, nuestro patrimonio es innegociable; la locura es un privilegio.
* Es ingeniero de Producción y master en Gerencia y Comercio Internacional. Presidente de la empresa Portafolio Internacional de Inversiones SA con base en Lima, Perú.