Bolivia cumple hoy, 6 de agosto, doscientos años de una rica historia que, entre avances en diferentes aspectos, pero aún con necesidades irresueltas y aspiraciones pendientes, ha sabido dar continuidad a las luchas independentistas que la precedieron y cuyos orígenes se remontan a la antigua Chuquisaca y su primer grito de libertad en América Latina.
Tal antecedente le confirió a Sucre un papel clave en la ardua tarea de construcción del país y a sus ciudadanos, una responsabilidad indelegable en tanto habitantes de la capital constitucional de esta bicentenaria Bolivia y del territorio que otrora se constituyese en un faro intelectual, siendo la Culta Charcas. Sucre, punto de encuentro de todos los bolivianos que, bajo la paleta de nuestros colores sagrados: rojo, amarillo y verde, da sentido a lo que hoy se conoce como bolivianidad.
Desde el momento en que se firma el Acta de la Independencia en la Casa de la Libertad, el 6 de agosto de 1825, hace exactamente dos siglos, Bolivia comenzó a pensarse a sí misma en procura de delinear una identidad que, en definitiva, entre otros factores y valores esenciales, se sustenta en el carácter de su gente, aunque políticamente —como cualquier país del mundo— descansa en bases institucionales que hasta el presente no tienen el debido sustento, con todo lo que esto significa para la salud de la democracia y, a la postre, la convivencia pacífica de su sociedad.
En tal sentido, esta fecha era propicia para intentar una nueva búsqueda de consensos entre los bolivianos —hoy divididos— a partir de un debate nacional en pos de construir ese proyecto de país que 200 años después sigue inconcluso. Lamentablemente, vemos que se está desperdiciando esta inmejorable oportunidad.
Cada cual tiene un rol en la sociedad. Habría que realizar un examen de conciencia y, autocríticamente, cada uno desde su posición, meditar qué pudo hacer para que esto no fuera así. ¿Por qué hemos llegado a este estado de cosas, en 2025, sin un mínimo de acuerdos, sin el pacto social exigido tantas veces? En primer término, sin dudas, los gobiernos de turno, los políticos a los que coyunturalmente se les ha dado la misión de llevar las riendas del país, tendrán que aceptar su fracaso en ese sentido.
Desde el sur postergado, Sucre, al abrazar las principales celebraciones del histórico acontecimiento que hoy nos convoca, refrenda su cualidad de guardiana de la memoria de los bolivianos y se ofrece una vez más a los actores políticos y sociales, pasando por el indispensable concurso del empresariado nacional, como lugar de reunión y de reflexión, para abrir la posibilidad de despojarse de todo interés ajeno al objetivo común del desarrollo y la prosperidad de la tierra que nos vio nacer, a partir de la promoción de cambios acordes a los tiempos que corren, de un siglo globalizado y tecnologizado, en constante movimiento.
La coyuntura política, ciertamente, no es de las mejores: estamos en puertas de unas elecciones que serán determinantes. Pero, la simbólica fecha de este bicentenario debe servir de impulso no solo para renovar las esperanzas, sino para insistir con la necesidad de lograr un compromiso de quienes tienen en sus manos nuestro futuro, el de nuestros hijos y el de nuestros nietos.
No es momento de bajar la guardia. Y, en todo caso, la próxima cita con las urnas se presenta como una oportunidad, en democracia, para repensar el país que queremos, que necesitamos.
¡Felicidades, bicentenaria Bolivia!