¿Cómo se entiende que las personas que en el pasado condenaban el voto nulo lo estén presentando ahora como una alternativa para las elecciones del domingo?
La democracia no es solo la posibilidad de elegir entre varias opciones. También es el compromiso aceptar las reglas del juego, incluso cuando no nos son favorables. En tiempos de crisis institucional, cuando las tensiones se acumulan y los agravios se sienten más profundos, el riesgo es que el desencanto se vuelva estrategia. Es en ese contexto que debe entenderse el llamado al voto nulo por parte del expresidente Evo Morales y sus seguidores.
Más allá de las razones que motivan esta convocatoria, su impacto trasciende lo inmediato. Convertir el voto nulo en bandera política abre una puerta: la del abandono definitivo del campo democrático como espacio de disputa, con todas sus imperfecciones y limitaciones. Es cierto que la justicia electoral boliviana ha perdido credibilidad a fuerza de decisiones contradictorias, fallos polémicos y sospechas de parcialidad, pero también lo es que una democracia sin elecciones legítimas ni participación activa no se corrige: se erosiona.
El evismo pudo canalizar su participación de otra manera, pero no lo ha hecho. Para Morales y su entorno, promover el voto nulo puede parecer una respuesta frente a lo que consideran una exclusión arbitraria; sin embargo, en términos estratégicos, implica renunciar a disputar el poder real en las urnas, ceder espacio a otros actores y, sobre todo, debilitar el vínculo entre las bases sociales y el sistema político formal. La protesta puede volverse movilización o algo peor: resistencia a los resultados electorales.
Entonces, el mensaje que se coloca en el país parece ser el de que, si las reglas no se acomodan a las ambiciones de una persona, se deslegitima el proceso completo; una estrategia que también se viene alimentando en otros espacios donde se viene sembrando la sombra de la sospecha de fraude con aquellos fines. Ese es un atajo que ya se ha tomado demasiadas veces en la historia boliviana, y cuyas consecuencias conocemos: polarización extrema, desinstitucionalización, riesgo de estallidos sociales y, en última instancia, el vaciamiento de la propia democracia.
Este momento exige responsabilidad de todos los actores. Del oficialismo, que debe garantizar un proceso electoral limpio y competitivo y de la oposición tradicional, que debe evitar la tentación del revanchismo o la exclusión calculada. Pero también debe haber un compromiso de quienes, como Morales, aún tienen un peso específico en la historia y en el presente político del país. Su liderazgo puede marcar una diferencia: hacia la reconstrucción o hacia el abismo. Un voto nulo poco significativo se traducirá inmediatamente en su desahucio, pero uno significativo, incluso mayoritario, “obligará” a la movilización y a una toma de decisiones, con seguridad, en un escenario violento.
Bolivia necesita elecciones transparentes, sí. Pero también necesita que esas elecciones cuenten con el mayor grado de participación y legitimidad posible. Desincentivar el voto, promover el desencanto o fomentar el vacío institucional no ayudan a ello.
Por eso es que, a solo días de las elecciones, debe quedar claro que quien convoque al voto nulo debe estar dispuesto a asumir las consecuencias, no solo en términos de resultados, sino también en términos de su legado político y de su responsabilidad ante la historia. Lo que vaya a pasar, entonces, recaerá en los hombres del personaje que los está promoviendo, aun cuando eso sea ir en contra de la democracia.