Voto antidemocrático

A. Germán Gutiérrez Gantier 18/08/2025
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La democracia es una forma de gobierno que Norberto Bobbio indica se contrapone a formas autocráticas y se caracteriza “...por un conjunto de reglas (primarias o fundamentales) que establecen quién está autorizado para tomar las decisiones colectivas y bajo qué procedimientos” para evitar decisiones discrecionales sean estas personales o grupales.

Estas no solo se toman en escenarios estatales por quienes ejercen el poder, sino también dentro de entidades pertenecientes al sistema político como es el caso de los partidos o agrupaciones.

Bobbio prosigue “Todo grupo tiene necesidad de tomar decisiones obligatorias para todos los miembros, tanto en el interior como en el exterior” –agrego– de una determinada organización. La regulación es fundamental para dar credibilidad y predictibilidad a lo determinado en el partido o en la agrupación de tal modo que lo dicho sea aceptado colectivamente.

En consecuencia, es necesario el establecimiento y consolidación de partidos políticos que cuenten con una estructura sólida, dirigentes visibles y una militancia registrada en torno a un ideario y que en su interior se practiquen y establezcan mecanismos democráticos, que a su vez sean transmitidos a la ciudadanía, lo que contribuiría a la consolidación de los regímenes democráticos.

Los códigos políticos, permiten que sus decisiones se tomen o por el colectivo o por delegación de responsabilidades decisorias a ciertos niveles directivos, que luego deben ser legitimadas por la ciudadanía en eventos electorales o en acciones políticas cotidianas.

La inexistencia de reglas de juego claras en ciertas organizaciones políticas, interfiere en la reproducción de prácticas democráticas, porque el partido convertido en solo sigla, vaciado de principios y valores, es apenas una mercancía sometida a las reglas del mercado y distante de ser un positivo ejemplo de comportamiento, con lo que, además, se demerita peligrosamente a las instituciones de la democracia.

La utilización de una sigla con fines estrictamente electorales sin que cuente con el pegamento de un programa mínimo y causas que enamoren a la sociedad, inevitablemente produce hábitos discrecionales de quienes asumen la conducción grupal.

En consecuencia, no es de extrañar, que el actual proceso electoral, haya sido penetrado por estilos perniciosos como la manifestación de vetos a aspirantes a parlamentarios, que impidieron que sus nombres sean registrados en listas partidarias o a intelectuales que decidieron libremente apoyar a uno u otro candidato lo que provocó estigmatizaciones innecesarias.

En cualquier democracia la figura del veto es una facultad que se le otorga a una autoridad o dirigente, a condición que sea prescrita puntualmente en una norma, estatuto o reglamento y se consigne un procedimiento destinado al efecto.

Autoasignarse esta facultad es simplemente proceder autoritariamente y dejar un precedente peligroso, si en el futuro el vetador, es parte del poder político, porque podría repetir su conducta en el manejo del aparato del estado.

Es un contrasentido que se convoque a las urnas a los ciudadanos para que en libertad elijan a los gobernantes y a la vez, al interior de alguna fuerza electoral, una persona o un grupo se dé a la tarea de vetar la participación de ciudadanos sin seguir un procedimiento previamente establecido.

No es ni será un buen ejemplo el veto a posibles candidaturas o a apoyos públicos, bajo el argumento de que a un individuo le caen mal los aspirantes o porque una declaración la hace alguien que no piensa como él, que pena, se está emulando a los autoritarios.

Reinstalar contradicciones sobre la base de dogmas y caprichos mesiánicos, es una mala señal, no se debería olvidar que la intolerancia ideológica tiene en la cárcel a cerca de 300 presos políticos, miles de exiliados y autoexiliados, las derechos y garantías ciudadanos por los suelos, lo que debería más bien provocar actitudes que auguren que en el futuro estas formas serán proscritas del ejercicio del poder político y no repetidas desde la otra acera.

O se es demócrata en todas las circunstancias y escenarios o se es autoritario, por lo tanto, no hay lugar a ambigüedades o procederes paradójicos.

La fuerza del espíritu democrático ciudadano está al borde de expulsar al autoritarismo imperante, de tal modo que quienes están en contra del mismo, no deberían replicar estas formas antidemocráticas a riesgo de que podrían estar más cerca de sus verdugos que de la ciudadanía democrática.

Un demócrata que provenga de tal o cual ideología es un aliado, un autoritario venga de donde venga es un enemigo de la democracia.

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