Hace 20 años, la victoria por mayoría absoluta de Evo Morales redefinía el panorama político nacional en una división simplista de la izquierda ganadora de las elecciones generales y una derecha que, tras su derrota, todavía conocería mayores castigos más adelante.
Los sorpresivos resultados de las elecciones del todavía reciente 17 de agosto muestran que, como es natural en un proceso democrático ininterrumpido, el panorama político se ha reconfigurado y, por tanto, hay nuevos elementos para el análisis.
La inmensa mayoría de los analistas sostenía que el clivaje principal de esta elección iba a ser la economía, que los bolivianos decidirían su voto en función de quién tuviera la mejor oferta para sacar de la crisis al conjunto del país. En esas, (casi) todos los candidatos se esforzaron en dar una respuesta simple, aunque fuera incierta: Llegará el FMI, ahorrar, industrializar el litio desde Bolivia, repatriar los dólares ocultados en el extranjero… casi todos pedían una buena dosis de fe mientras exprimían recetas importadas, pero lo cierto es que al menos la primera vuelta no se ha definido en esos términos, sino, una vez más, en aspectos emocionales de la política, que van incluso más allá de lo identitario.
Los dos candidatos que han pasado a la segunda vuelta han tendido marcos sobre ese aspecto, apoyándose sobre todo en sus vicepresidentes. Libre apelaba a las aspiraciones a través de JP Velasco; el PDC, a lo relacional a través de Edman Lara. Y sobre eso se han ido desarrollando las campañas y propuestas, con todos sus hitos.
El otro factor clave que muchos pasaron por alto es el llamado “bloque popular”, algunos como categoría de análisis y otros con notorio desprecio. Muchos estudios preveían que con el MAS disuelto, un gobierno venido a menos y un Evo Morales proscrito por instrucción del Tribunal Constitucional Plurinacional y acción del Tribunal Supremo Electoral, ese enorme bloque de votantes acabaría por tomar posiciones dentro de las opciones tradicionales de una forma más o menos proporcional, algo que efectivamente no ha pasado, pero que ya las encuestas venían advirtiendo semanas antes: las campañas electorales no solo no han beneficiado a los candidatos que se han mantenido en torno al 20% durante seis meses, sino que indicaban que el voto blanco, nulo e indeciso seguía creciendo y representaba más de un 30% del electorado.
Ese bloque popular que conforman no solo el área rural, sino gremiales, mineros, choferes, indígenas, obreros, etc., y que alguna vez se inclinó hacia el MAS, pero que no es propiedad de nadie, sigue tan vigente como siempre: 1,6 millones de votos del PDC, 1,2 millones de voto nulo, 400.000 de Alianza Popular, 160.000 del MAS, entre otros, son más de la mitad de los 6,4 millones de votos emitidos, y efectivamente, nadie debe creerse propietario de ellos, ni querer definirlos a la izquierda o a la derecha, socialistas o capitalistas. Evidentemente, no son un “bloque popular” como sujeto externo o inanimado, sino que son, simplemente, el grueso de los votantes bolivianos a los que varios de los candidatos ni siquiera se han tomado el tiempo de escuchar.
La segunda parte de la campaña está en marcha, las estrategias se redefinen dentro de nuevos marcos, con nuevos miedos, apuestas, elementos y, por supuesto, nuevas oportunidades.