La agricultura moderna enfrenta un desafío central: producir más y mejor sin comprometer los recursos naturales que la sostienen. En sus inicios, la actividad se apoyaba en la alta fertilidad natural de los suelos y en rotaciones con pasturas perennes, como ocurrió en la región chaqueña. Sin embargo, el tiempo mostró los límites de ese modelo: la pérdida de materia orgánica y los balances negativos de nutrientes derivaron en deficiencias crecientes de nitrógeno, fósforo, potasio y azufre, entre otros nutrientes. Superar estas deficiencias es hoy condición indispensable para alcanzar altos rendimientos de manera sustentable.
En este escenario, el manejo responsable de los nutrientes se vuelve una herramienta estratégica. No se trata solo de reponer lo que el cultivo extrae, sino de prevenir procesos de degradación y asegurar la productividad futura. Ello exige fortalecer los diagnósticos de fertilidad de los suelos mediante un uso más intensivo de análisis, ajustar las dosis de fertilización según la secuencia de cultivos e incorporar innovaciones como microorganismos que mejoren la eficiencia en la captura de nutrientes.
La intensificación productiva sustentable no puede limitarse a la fertilización: requiere rotaciones bien diseñadas, siembra directa, cultivos de cobertura y un manejo integral de la nutrición del suelo y los cultivos. Estas prácticas no solo preservan la materia orgánica, sino que también contribuyen a un uso más eficiente del agua y los insumos. La mirada debe trascender al cultivo inmediato para garantizar la fertilidad a largo plazo y, con ello, avanzar hacia sistemas de producción que combinen sostenibilidad ecológica, rentabilidad económica y responsabilidad social.
El compromiso es colectivo. Agricultores, asesores, proveedores de insumos, la industria alimenticia y la sociedad en su conjunto son parte de este proceso. El Estado, por su parte, tiene un rol clave: debe acompañar con políticas públicas de investigación, educación y extensión que promuevan el uso eficiente de los fertilizantes y la protección de los suelos frente a la degradación y la contaminación.
Estos temas, junto a otros de gran relevancia, fueron abordados en el VI Congreso Internacional de la Soya, organizado por ANAPO en Santa Cruz, que se presenta como un espacio de intercambio y construcción de futuro para una agricultura que debe ser, ante todo, motor del desarrollo sostenible.