Salud mental: Un llamado urgente

EDITORIAL Editorial Correo del Sur 12/09/2025
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El miércoles se recordó el Día Mundial para la Prevención del Suicidio que, más que una fecha en el calendario, debería ser un llamado urgente a mirarnos como sociedad y reconocer una realidad que se expande en silencio. En Bolivia, los casos de suicidio han ido en aumento, golpeando con más fuerza a adolescentes y jóvenes. Detrás de cada estadística hay un rostro, una familia, una comunidad herida…

La Organización Mundial de la Salud (OMS) recuerda que cada año, en el planeta, cerca de un millón de personas se quitan la vida: una cada 40 segundos. Y por cada muerte hay al menos veinte intentos. En nuestro país, el fenómeno se ha vuelto visible en las ciudades capitales y también en comunidades rurales, donde la soledad, el consumo de alcohol y la falta de atención en salud mental agravan un cuadro ya de por sí dramático. La crisis económica de los últimos años, el desempleo juvenil y la migración también son factores de riesgo que no se pueden ignorar.

La campaña trienal que impulsa la Asociación Internacional para la Prevención del Suicidio lleva un lema potente: “Cambiar la narrativa”. Porque uno de los mayores obstáculos para enfrentar este drama es el estigma. Todavía se sigue interpretando el suicidio como un acto de debilidad o egoísmo, cuando en realidad suele ser la expresión extrema de un sufrimiento acumulado, de una salud mental quebrada y de un entorno que no supo tender la mano a tiempo. Romper con ese silencio y con esos prejuicios es el primer paso.

Bolivia necesita con urgencia políticas públicas efectivas en salud mental: más psicólogos en el sistema público, líneas de atención inmediata, capacitación en colegios, universidades y centros vecinales para detectar señales de alerta. 

Las políticas inadecuadas de empleo —por las que se contrata a gente sin preparación solo por razones partidarias— inciden en los índices de depresión y suicidio juvenil y preocupan cada vez más. Hay un doble desafío: Sostener a los jóvenes que se sienten sin futuro y acompañar también a los adultos mayores, muchos de ellos enfrentando el aislamiento y el dolor físico sin redes de apoyo.

Hablar de suicidio nunca ha sido fácil, pero callarlo es mucho más peligroso. Por eso, hoy el llamado debe ser claro: no hay que ignorar las señales, ni minimizar el sufrimiento ajeno, ni dejar que el estigma siga impidiendo que la ayuda llegue a tiempo para hijos, hermanos, padres, vecinos o amigos.

La situación preocupa sobre todo entre los jóvenes, pues los casos siguen incrementándose en una franja de edad especialmente sensible (entre los 15 y 29 años). Factores como el acoso, el desempleo, las dificultades de relación, la presión estética, el estrés académico, la aprensión ante las expectativas de futuro y la crisis económica pueden ser decisivos, y ofrecen dianas en las que centrar las iniciativas de prevención. Es preciso recordar que detrás de cada drama puede haber circunstancias ligadas a la precariedad económica o la pérdida de un trabajo o de la vivienda. Asimismo, sondeos realizados entre universitarios han mostrado que el riesgo de desarrollar ideaciones suicidas es siete veces mayor cuando se han sufrido abusos de cualquier tipo en el entorno familiar.

Siguiendo los consejos de los expertos en salud mental, se ha llegado a la conclusión de que el estigma y el desconocimiento acaban construyendo barreras que retrasan el acceso a una ayuda efectiva, y que hablar con responsabilidad y rigor es un primer paso para hacer aflorar problemas ocultos y prevenir muertes evitables.

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