Los valores que sostienen nuestra democracia

Elmar Callejas 17/09/2025
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En Bolivia, los valores no solo se aprenden en los libros ni en los discursos políticos, sino en la vida cotidiana, desde que somos niños. Frases repetidas por nuestros padres y abuelos han marcado nuestra manera de entender el mundo. Algunas eran duras, casi de supervivencia: “Todo en la vida cuesta, nada es gratis”, “al que madruga Dios lo ayuda” o “la plata no cae de los árboles”. Estas enseñanzas nos empujaban a esforzarnos y a no esperar favores.

Otras tenían un espíritu más solidario: “La unión hace la fuerza”, “lo poco que tenemos hay que compartir”, “no seas egoísta, préstale tus cosas”. En ellas se transmitía la idea de que uno progresa mejor cuando ayuda al otro, cuando piensa en el bien común.

También están las frases ligadas a nuestra historia y nuestras raíces: “El ayni todavía se practica en las comunidades”, “tienes que valorar al campesino, gracias a él comes”, “nunca te avergüences de tus padres”, o las críticas al colonialismo que nos recuerdan que los pueblos indígenas son los verdaderos dueños de esta tierra.

De estas experiencias nace una visión triple de la vida boliviana:

1 El individualismo, que premia el esfuerzo personal.

2 Lo social y solidario, que apuesta por el bien común.

3 Lo comunitario ancestral, que rescata la memoria de los pueblos y la vida colectiva.

Nuestra política se mueve dentro de estos tres marcos. La derecha suele apelar al esfuerzo individual, defendiendo la idea de que cada quién debe abrirse camino por sí mismo y rechazando subsidios o bonos. La izquierda, por su parte, prioriza la redistribución, la educación, la salud y un Estado fuerte que garantice derechos, al mismo tiempo que reivindica lo comunitario y lo anticolonial.

Pero nada es rígido: en la práctica, tanto la derecha como la izquierda combinan estos valores según la coyuntura. Un gobierno puede gobernar desde lo solidario, pero en tiempos de crisis verse obligado a girar hacia lo individual, o viceversa.

El lingüista George Lakoff habla de sociedades “biconceptuales”, atrapadas entre el padre estricto (conservador) y el padre protector (progresista). Bolivia, sin embargo, tiene una particularidad: arrastra un tercer marco, el comunitario ancestral, que sigue vivo en nuestras comunidades y en nuestra manera de entender la vida.

Por eso nuestra democracia no se sostiene solo en las instituciones, sino también en estos valores que llevamos dentro. En realidad, lo que ocurre en la arena política no es otra cosa que una disputa por cuál de estos tres lenguajes predomina en cada momento: el del individuo, el de la solidaridad o el de la comunidad.

La reflexión que queda abierta es si podremos, como sociedad, equilibrar estos tres pilares para fortalecer nuestra democracia y proyectar un futuro más justo, digno y con identidad propia.

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