En el hemisferio sur, en el que vivimos, el 21 de septiembre marca el inicio de la estación primaveral. No se trata de una cuestión formal ni la imposición caprichosa de algún gobernante al que se le ocurrió modificar husos horarios o el sentido de las agujas de un reloj. Las estaciones están determinadas por la posición de la Tierra en el sistema solar, su distancia respecto del sol y los giros sobre su propio eje.
Los solsticios están determinados por la distancia de nuestro planeta respecto al sol, pero los equinoccios son determinados por la inclinación de la Tierra respecto a la línea del Ecuador, que es la marca imaginaria acordada para fijar a su mitad. Cuando llegan los equinoccios, los días y las noches tienen igual duración.
Estos eventos astronómicos ocurren cuatro veces al año —dos equinoccios y dos solsticios— y cada tres meses, marcando no solo las estaciones, sino cambios perceptibles en todo el planeta. Es la manera que tiene la Tierra de renovarse, cambiar periódicamente para volver a empezar, un ejemplo que, lamentablemente, no siguen las sociedades que la habitan.
Si las sociedades se renovaran periódicamente, la tendencia natural sería hacia el mejoramiento, la evolución; pero muchos de sus habitantes prefieren dejar las cosas tal como están, y permitir que los días se sucedan uno tras otro, repitiendo comportamientos y protocolos. Como no cambiamos como sociedad, tampoco nos parece imperioso cambiar a nuestros gobernantes y estos se aprovechan de eso para extenderse lo más posible en el poder. Ese comportamiento da paso a lo que se ha venido en denominar como “prorroguismo”; es decir, la tendencia a continuar algo por tiempo indeterminado.
Si la Tierra se renueva cada tres meses, o por lo menos cambia de alguna manera, lo más lógico es que las sociedades también lo hagan, aunque no sea con esa periodicidad. Si se imitara a la naturaleza en ese sentido, nuestras vidas no dejarían de sorprendernos y la mayoría de las veces sería para mejorar.
En Bolivia, hay muchas cosas que no cambian, pese al transcurso del tiempo. Así, conductas como la corrupción se mantienen no de la misma forma, sino empeorando con el paso de los años. Tampoco cambia nuestra condición de país atrasado, etiqueta que en los últimos años ha sido reemplazada por el eufemismo de “en vías de desarrollo”.
Algunas cosas cambian, pero para empeorar, como la violencia, que ha escalado a niveles inauditos y se traduce en los saldos lamentables de asesinados, feminicidios e infanticidios. En paralelo, el crimen también ha cambiado porque ha crecido y adquiere matices cada vez mayores de sinvergüenza y cinismo.
El mundo ha cambiado, aunque todavía es prematuro decir si es para mejor o peor, debido a lo que cada vez se parece más a una revolución tecnológica marcada por las nuevas tecnologías de la información. Muchas cosas se han simplificado por el uso de medios electrónicos, como la banca virtual y las comunicaciones. Hoy en día, ya es normal comunicarse con una persona que se encuentre en otro país no solo mediante la voz, sino también la imagen. Así se hizo realidad el futuro hiper-conectado que imaginaron muchos escritores e ilustradores de ciencia ficción. Lamentablemente, mientras el mundo avanza en la simplificación, la crisis económica ha motivado que Bolivia retroceda al siglo XX porque ya no es posible usar tarjetas magnéticas para realizar pagos al exterior ni comprar pasajes en línea para viajes terrestres.
Pero estamos viviendo una etapa electoral que tendrá su punto alto el 19 de octubre, cuando se realice, por primera vez en nuestra historia democrática, un balotaje para definir quiénes serán nuestros próximos gobernantes. Con todo y las observaciones que se haga al proceso, eso es una forma nítida de renovación.