Uno de los síntomas más visibles de una crisis que no ha sido declarada oficialmente, pero que se siente en los bolsillos de la mayoría de los ciudadanos es el de las filas, que han vuelto parte del paisaje cotidiano, marcando un retroceso a una Bolivia que recuerda a los tiempos de la UDP.
En un momento en el que el país está sumergido en el clima electoral y marcado por la sorpresa de las elecciones, con todo lo que representa la expectativa del balotaje entre Rodrigo Paz y Jorge Tuto Quiroga, en las calles, las filas se han convertido en la “nueva normalidad”.
La espera que antes se limitaba a los trámites que debe hacer en instancias municipales, judiciales, policiales, de impuestos, centros públicos de salud y otras, ahora, se ha generalizado para casi todo lo que se necesita o se imagine.
Las farmacias que venden medicamentos a precios más o menos accesibles casi siempre tienen filas al igual que las panaderías que mantienen el precio y el peso del pan de batalla sobre la base de la pugna por la entrega de harina subvencionada.
También hay filas en las tiendas donde se comercializan alimentos de la canasta básica y, después de mucho tiempo, continúan en las estaciones de servicio, al punto de que las avenidas se han vuelto parqueos permanentes de buses, camiones, cisternas y hasta vehículos oficiales.
Así, este problema ha empezado a cambiar a las personas, que se vuelven más indiferentes y menos solidarias al no compartir lo mínimo con quienes más lo necesitan. Casi siempre hay gente alrededor de las filas esperando una caridad e indigentes que, afectados por alguna adicción, se acercan a los panaderos para pedir un pan.
La respuesta es la indiferencia y la hostilidad ante la mirada de decenas de personas que en ningún momento intervienen y, como si se tratase de un espectáculo, se limitan a observar de soslayo la golpiza que recibe un joven en situación de calle y azotado por el hambre que intentó arrebatar un pan al no hallar una respuesta a su pedido desesperado. La escena continúa cuando aparece un policía y arremete contra el indigente, que a pesar de los golpes se resiste a soltar una bolsa con panes. Y nadie, nadie interviene. Si bien las filas afectan la vida diaria causando pérdida de tiempo, frustración y estrés, además de afectar la economía y la estabilidad, no deberían socavar la sensibilidad y los valores de una sociedad.
Afortunadamente, no todo es negativo. También han surgido ejemplos dignos de resaltar, como los esfuerzos de sacerdotes de la Iglesia católica o pastores de otras confesiones para habilitar ollas solidarias con las que alimentan a decenas de personas. Esto, desde luego, es otro síntoma de la crisis que persiste, con campaña electoral de fondo.
En tiempos difíciles es cuando más debe aflorar la solidaridad con quienes más lo necesitan. Se trata de construir una sociedad respetuosa, justa y eso, en gran parte, depende de la relación de cada uno con su prójimo. Pero, como no se puede vivir de solidaridad, es de esperar que el vencedor del balotaje asuma, como una de sus primeras medidas, la desaparición de las filas, con todo lo que eso conlleva. Las filas por carburantes —por ejemplo— son ocasionadas por una mala política de distribución de hidrocarburos y porque la escasez y la demanda han dado paso a mercados negros donde se negocia con lo que el país está necesitando. Ahí tienen que apuntar los nuevos gobernantes.