El decálogo del político sucio

Gonzalo Ibáñez Ferrufino 26/09/2025
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El Tribunal Supremo Electoral, en un arranque de optimismo digno de aplauso, creyó que podía poner freno a la jauría de mentiras, memes venenosos, sátiras digitales, campañas del miedo, noticias falsas, audios y videos trucados, golpes bajos e incluso chismes familiares, todos extraídos del Manual del político sucio. Pero la ilusión duró menos que un café en campaña: apenas pactaron los líderes políticos (excepto uno), ya estaban de vuelta en la arena, disparando sus armas innobles con más fuerza y munición todavía más sucia.

Desde el retorno de la democracia en Bolivia, en 1982, la llamada “guerra sucia” en los procesos electorales no solo se mantuvo, sino que se intensificó y perfeccionó con el paso del tiempo, tanto en elecciones nacionales como subnacionales. Los políticos de turno supieron recurrir a las prácticas heredadas de sus antecesores, incorporando nuevas estrategias y métodos, hasta conformar, de manera no escrita pero evidente, lo que podría denominarse el decálogo del político sucio, en el que pueden identificarse las siguientes prescripciones:

Decálogo de la guerra sucia en campaña electoral

1. Santificarás el rumor: un chisme bien contado vale más que un plan de gobierno.

2. No darás datos ciertos, pero repetirás la mentira hasta que suene convincente.

3. Honrarás al meme y a la fake news, porque son tus armas más baratas y efectivas.

4. No perderás el tiempo debatiendo; mejor ataca, acusa y deja que el rival se ensucie.

5. No codiciarás la vida privada ajena… ¡a menos que te sirva para destruirlo en campaña!

6. No tendrás propuestas delante de ti, porque aburren más que un discurso técnico.

7. Usarás siempre frases mágicas: “dicen por ahí”, “no es ataque, es información”, “el pueblo debe saber…”.

8. Serás víctima eterna, incluso de la guerra sucia que tú mismo empezaste.

9. No pedirás disculpas jamás, porque en política sucia, la culpa siempre es del otro.

10. Prometerás campaña limpia mientras esparces lodo con más fuerza bajo la mesa.

Estos mandamientos implícitos, a los que apelan los políticos sucios, deberían ser contrastados y cuestionados por la población votante, que también debe exigir su aplicación inversa. Porque quienes nos reímos, aplaudimos o consumimos esas prácticas detestables, lejos de ser simples espectadores, nos convertimos en cómplices de la mala política ejercida por contendores que solo buscan alcanzar el poder para provecho personal o de grupo. Frente a ello, nuestra verdadera respuesta debería ser clara: exigir y promover que los actores políticos actúen bajo un decálogo limpio, sano, transparente y ético. La guerra limpia en campañas electorales no es una utopía, pero sí es un ideal posible si la ciudadanía asume un rol activo y consciente en la vigilancia y exigencia del comportamiento político.

Decálogo de la guerra limpia en campaña electoral

1. Respetarás la verdad, porque un dato cierto convence más que mil rumores.

2. Presentarás propuestas claras y viables, que respondan a las necesidades reales de la ciudadanía.

3. Debatirás con argumentos y respeto, sin insultos ni descalificaciones personales.

4. Honrarás la vida privada del adversario, porque la política se gana con ideas, no con chismes.

5. Cumplirás tus promesas, porque la confianza es el capital más valioso de un líder.

6. Promoverás la participación ciudadana, escuchando con apertura y sin manipular conciencias.

7. Harás campaña con transparencia, mostrando el origen y destino de los recursos que utilices.

8. Reconocerás tus errores, porque pedir disculpas también es un acto de grandeza política.

9. Competirás con respeto democrático, recordando que el adversario es un rival político, no un enemigo.

10. Defenderás la paz y la unidad, porque al final, gane quien gane, el país debe salir fortalecido.

La política no tiene por qué ser sinónimo de agresión, engaño y manipulación. Al exigir el cumplimiento de principios éticos y al valorar las campañas limpias y transparentes, la ciudadanía puede convertirse en el motor de una democracia más sólida y confiable. Solo así, el poder dejará de ser un juego de lodo y pasará a ser un espacio de diálogo, propuestas y servicio real al país. La elección de líderes íntegros es, en definitiva, una responsabilidad compartida que define el presente y el futuro de Bolivia.

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