Este lunes 13 de los corrientes se celebró el Día del Abogado, instituido como justo reconocimiento a la fundación de la Facultad de Derecho, Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Mayor, Real y Pontificia de San Francisco Xavier de Chuquisaca, que a lo largo de más de tres centurias va formando juristas preclaros que destacan tanto en el foro nacional como en el internacional. Es preciso que los abogados noveles o de reciente data en la profesión conozcan que el Ilustre Colegio de Abogados de Chuquisaca, mediante sus delegados asistentes al Primer Congreso Nacional Extraordinario de Abogados de Bolivia, efectuado en la ciudad de Santa Cruz de la Sierra del 3 al 5 de septiembre de 1982, con la intervención y petición fundada de su delegado titular, Dr. Mario Gonzales Durán, que entonces era catedrático de Derecho Penal en la casa de estudios jurídicos de la capital, se aprobó por unanimidad absoluta que el Día del Abogado se conmemore en fecha 13 de octubre de cada año en reconocimiento a la egregia facultad universitaria fundada el 13 de octubre de 1681.
El abogado es, en esencia, el profesional que está al servicio de la colectividad y su labor tiende a la correcta aplicación de la ley y al imperio de la justicia; sin embargo, es cierto que no toda ley es justa, ni todo lo justo es necesariamente legal. En ese entendido, el abogado deviene en depositario de virtudes y desatinos que se hallan latentes en determinados ámbitos del colectivo social, de ahí que los errores, desaciertos o equivocaciones en que incurren sus integrantes son afrontados por el abogado con sindéresis jurídica idónea en aras de la verdad, la justicia y la paz.
El abogado en la función social que desempeña debe privilegiar el estudio constante de la doctrina, la legislación y la jurisprudencia cuyos alcances, avances y mutaciones, al ser savia para su discernimiento, perspicacia y sagacidad, se constituyen en pilastras sólidas para la interpretación teleológica de la norma y mejor aplicación de la ley.
En ese marco teórico, los abogados tienen el deber y la obligación, a la par, de cumplir a cabalidad el juramento prestado a la hora de asumir la profesión, sin perder de vista su honra, prestigio y reputación; sin embargo, lamentablemente, no faltan algunos que, prevalidos de prerrogativas emergentes de la función pública o del ejercicio autónomo de la profesión, hacen mella y causan escarnio de la abogacía al aplicar en forma antojadiza una veces y voluble otras el mandato de la ley, pese a la claridad que entrañan.
A lo anterior cabe puntualizar ciertos comportamientos inmorales que lindan en lo delictivo protagonizados por profesionales inescrupulosos que lejos de buscar y lograr la pronta solución de contiendas judiciales, las embarullan con toda suerte de vericuetos y falacias que demoran los trámites unas veces y despiertan expectativas falsas en otras. Ese proceder doloso e irritable debe extirparse por abominable, pues causa menoscabo a la noble profesión.
Así pues, con respeto y firmeza, es posible sostener que no es abogado quien ostentando un título engatusa, miente y aprovecha de la ingenuidad de quienes acuden a él en procura de que defienda sus derechos en el marco no solo de la ley sino, principalmente, de la ética y la moral. Tampoco lo es el indolente, falaz o atrabiliario.
En suma, abogado es el profesional traslúcido, honesto y veraz que, pese a los avatares del litigio o del quehacer cotidiano, obra en el marco de la comprensión, la reflexión y, sobre todo, de la sumisión a la mayestática de la ley.
La abogacía se la ejerce no solo en trámites litigiosos sino también en otros ámbitos y en diferentes funciones como asesorías y consejerías jurídicas, en la producción de y difusión de conocimientos científicos, publicación de ensayos, textos y libros, la docencia universitaria, etc., en las que priman su solvencia moral y profesional, así como su sano juicio a tiempo de emitir criterios ajustados a la ética y la moral.
Felicidades, salud y renovados éxitos, señores abogados de Bolivia.