La asunción del nuevo presidente Rodrigo Paz, y la posterior presentación de su equipo de trabajo, en general, salvo críticas puntuales, ha generado una importante expectativa en la población. Pero algo que no ha sido del todo considerado es la actitud positiva que viene mostrando el primer mandatario, más allá de su advertencia de que “se vienen momentos difíciles”.
La sorpresiva llegada al poder de Paz —quien, cabe recordar, no aparecía en los primeros lugares de la preferencia electoral en las encuestas previas a las elecciones del 20 de agosto— ha hecho que mucha gente recién esté conociendo la personalidad del flamante Jefe de Estado.
Pese a haber nacido en España, sus orígenes tarijeños se dejan entrever en cada una de sus alocuciones con afabilidad, sin que esto signifique resignar en firmeza.
Firmeza es una palabra que Paz usa mucho en sus discursos. Y es probablemente lo más necesario en este tiempo de aguda crisis económica, con dos problemas centrales por resolver: la escasez de combustibles y de dólares.
Sorprendió también de buena manera en los pocos días del nuevo gobierno el restablecimiento de las relaciones internacionales de Bolivia con países que, debido a las anteriores políticas de Estado, se habían distanciado —aunque no todos de la misma forma, cada cual con particularidades— en materia de diplomacia. Son los casos de Estados Unidos, Alemania, Perú e Israel.
“Bolivia en el mundo y el mundo en Bolivia”, la frase que Paz ha instituido como uno de los pilares de su gestión a nivel de relaciones exteriores, sin lugar a dudas que era una necesidad para, como dijo el nuevo canciller, Fernando Aramayo, en nombre del gabinete ministerial, trabajar por una diplomacia que construya puentes, amplíe alianzas estratégicas y abra nuevas oportunidades comerciales y de cooperación para beneficio de todos.
Las suspicacias políticas, que abundaron durante la campaña electoral, abonadas con la sempiterna guerra sucia —algo en lo que la sociedad civil debería trabajar para, en el futuro, obligar a los partidos a no incurrir nunca más en estas prácticas antidemocráticas—, deben ahora quedar de lado. Se ha abierto un tiempo de esperanza y la población, con legítima ilusión, espera que sea de prosperidad.
Mientras el presidente Paz, en menos de una semana de gobierno, se ha ocupado de fijar una ruta de trabajo que apunta a resolver los problemas más acuciantes del país, al mismo tiempo ha ido dando señales que, en medio de la desesperanza por la crisis que afecta a los bolsillos de los bolivianos, abren un margen de optimismo. Son señales de respeto a los diferentes sectores económicos y sociales, pero también de firmeza. El Órgano Ejecutivo no debería estar nunca secuestrado por grupos fácticos de poder para favorecer determinados intereses, en detrimento de otros.
Son también señales de horizontalidad. El Presidente se baja de su vehículo y conversa con los trabajadores de una estación de servicio, algo que resulta novedoso no por esa actitud puntual, sino por el valor simbólico de que un alto dignatario se preocupe de conocer directamente la realidad del país que está dirigiendo.
Por lo demás, los primeros mensajes de Paz, incluso de sus rivales políticos, son alentadores en sentido de que se tiene conciencia de este delicado momento. Es tiempo de poner la casa en orden y de corregir lo que se hizo mal, al margen de encarar políticas que encaminen al país hacia el desarrollo con estabilidad económica.