¿Punto sin retorno?

EL TERCER OJO Lilian Acosta Rodríguez 13/11/2025
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Abro un paréntesis para escribir en retrospectiva, pero breve, algo que está guardado en el recuerdo subyacente y requiere salir: la génesis de un régimen que tergiversó la “lucha de clases” y la transformó en un instrumento de enriquecimiento para unos pocos.

Pertenecer a una generación que vio y vivió golpes de Estado en el lugar de origen: La Paz sin paz, con balas y muertos, taladró el alma; ver desde niños la persecución, la disgregación de la familia, el encarcelamiento de los padres que, por diferir en ideas y valores, hacían resistencia a militares golpistas que derrocaron gobiernos electos e impusieron dictaduras represivas desde 1964 hasta 1982 cuando al fin, tras 18 años, la lucha civil devolvió la democracia al país.

Pero, cuán diferente fue el socialismo del siglo XX... En su primer lustro, personas letradas e ilustradas empezarían a seguir el pensamiento de Karl Marx. La siguiente generación, en el segundo lustro, creció teniendo en una mano la Biblia y en la otra “El Capital”, obligatoria la una en la escuela y el otro, en la Universidad.

Con la caída de la Unión Soviética nacería el Socialismo del Siglo XXI. Esa corriente, avanzando por Latinoamérica, llegó a Bolivia con la “marea rosa”. No imaginábamos que terminando el siglo pasado, el inicio de la crisis del modelo neoliberal serviría –bajo la égida de la nueva corriente socialista– para engendrar un partido político que ofertaría recuperar los recursos naturales, la soberanía nacional y la inclusión de los pueblos indígenas. 

Se posicionaría luego de la “Guerra del gas”, que fue el caldo de cultivo para su crecimiento. Confluirían al proceso los movimientos campesinos y cocaleros distanciados del sector obrero por diferencia de intereses. Movilizarían gente para formar un nuevo grupo de élite que, con el poder en las manos, forjaron una nueva dictadura tras el triunfo electoral.  

Obnubilados con la arenga del “proceso de cambio”, darían paso a una discriminación a la inversa con un resentimiento profundizado hacia lo que fue la “casta dominante”.  Pudiendo haber una simbiosis social, simplemente una casta fue reemplazada por otra.

Mas con el discurso enardecido y con la simbología adoptada, no lograrían allanar las diferencias; en todo caso, ahondaron la brecha de clases, profundizando diferencias entre campo-ciudad, oriente-occidente, e impulsando la migración interna con avasallamiento de tierras bajo el dogma de transculturación. La evolución del modelo económico “plural” para “el vivir bien” entre los movimientos sociales –concentrando las minorías vulnerables– habría de dar ese giro pragmático a su aplicación.

El prebendalismo y la improvisación eliminaron la meritocracia de las instituciones. Pocos profesionales de experiencia permanecerían, mientras fueran útiles, y los jóvenes con formación debían reinventarse ante la limitación de acceso a fuentes de trabajo. En su lugar, la intromisión de un parasitismo –que funciona por inercia– se pondría a la cabeza de instituciones, extendiendo sus tentáculos a los otros órganos del Estado.

Disfrutaron años de bonanza económica con precios internacionales favorables a la exportación de materias primas. Prorrogados en el poder, nada habían desarrollado para mejorar el país. Permaneciendo la economía primaria y lineal con grave afectación del medio ambiente, entraríamos a formar parte del patio trasero de la China, se verían chinitos entrando a devastar minas de oro y rusos posicionándose en el Salar de Uyuni.

Por añadidura, el narcotráfico imperante en la región, con el endiosamiento de “la hoja milenaria”, había encontrado las puertas del edén abiertas: zonas de cultivo de coca sin control. Serían los gobernantes aliados para asegurar la intromisión del delito con permanencia camuflada, protegida.

Hubo un lapsus, en que el pueblo hastiado, sin ideología y con “pititas” en las calles, lograría la fuga del dictador, pero abriría un orificio para la penetración de la llamada “derecha” tradicional que, con Biblia en mano, pondría títeres en el Gobierno. No pasaría mucho tiempo para comprobarse que, en Bolivia, la izquierda y la derecha son la misma vaina; la corrupción solo cambió de manos. 

Esta vez con pulseta electoral, volvió a entronizarse el acólito del que escapó. El pueblo, entre cuatro paredes, con el covid, no vería que el comensalismo nuevamente brincaba a las arcas del Estado. Mientras, surgió la disputa entre el acólito renegado y el dictador megalómano que había retornado para atrincherarse en su reducto. 

Fin del ciclo. Con elecciones generales que ya no pudieron eludir, volvió el desbande, la “huida del barco”, el cambio de colores y la mimetización en agrupaciones ciudadanas desempolvadas o creadas, ahora con la mirada puesta en las subnacionales, en busca de trinchera para generar ingobernabilidad y abrir el paso al retorno.

 

* Es economista y socióloga.

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