Administrar un país es una de las tareas más complejas del mundo. No se trata simplemente de disponer del dinero que surge por el aprovechamiento de los recursos, sino, también, de redistribuirlo de manera equitativa, de tal forma que la mayoría quede satisfecha, por cuanto complacer a todos es una misión imposible.
¿Cómo distribuyes los recursos de todos para que la mayoría quede contenta? Una de las maneras es la ecuanimidad; es decir, mediante criterios de igualad e imparcialidad y aunque estas, especialmente la última, sean subjetivas, existen formas o procedimientos para llevarlas al plano objetivo.
Una de esas maneras es la aplicación doctrinaria de la justicia, pero no bajo el criterio de sanción a los delitos mediante tribunales, sino en su sentido más puro: el de “dar a cada quién lo que le corresponde, a cada cual lo que es suyo”. De esa manera, es posible alcanzar otro objetivo, el de la equidad.
¿Cómo das a cada quien lo que le corresponde? Cuando, por ejemplo, le pagas al obrero el valor real de su salario, sin aprovecharte de él ni intentando obtener una “plusvalía”. Y, a la inversa, el trabajador no debe aprovecharse del empleador y conseguir que su labor sea pagada más de lo que en realidad vale; o bien hacerse pagar por una labor que no realiza, como suele ocurrir cuando se tergiversan las funciones protectoras de las organizaciones sindicales.
También existen maneras de dar a cada quién lo que es suyo y, eso tiene mucho que ver con la división técnica del trabajo. Así, si se necesita construir un mueble o reparar objetos de madera, entonces hay que convocar a un carpintero. Si se requiere de alguien que elabore pan, se debe llamar a un panadero (y no a un panificador, como eufemísticamente se ha dado en usar en los últimos años). Al hablar de esta manera de aplicar la justicia, es válido el refrán “zapatero a tus zapatos”, la mejor manera de asignar tareas a una persona en una sociedad jurídicamente organizada.
Según una anécdota no confirmada de los tiempos de la Revolución Nacional, cuando los revolucionarios se adueñaron del poder, tomaron las planillas y comenzaron a repartirse cargos. Uno de ellos vio uno en el que el sueldo era muy alto y dijo, de cuajo, “yo quiero este”. Los demás miraron la planilla y dudaron: le preguntaron si estaba seguro. El aludido respondió que no sabía leer, pero conocía los números y ese sueldo le parecía adecuado para él, pero los demás le dijeron: “Camarada… no podemos darle ese cargo, porque es del obispo”, y la respuesta del peticionario fue simplemente: “No importa… yo estoy con la revolución”.
Verdad o mentira, la anécdota sirve para ilustrar cómo los sectores políticos suelen repartirse el país; como si de un botín se tratara. Eso fue lo que hizo el MAS y, a título de no discriminación, repartió cargos sin tomar en cuenta capacidades: hubo ingenieros que llegaron a hacer el trabajo de carpinteros, y viceversa.
Se intentó ser justo, pero no se dio a cada quien lo que le corresponde, ni a cada cual lo que es suyo. Lo que se hizo, simple y llanamente, fue repartirse el país groseramente, como si fuera el botón del robo a un banco.
Lamentablemente, el nuevo gobierno no se encuentra muy lejos de eso en algunos de los ministerios. Rodrigo Paz y Edmand Lara deberían recordar, siempre, el sabio refrán: “Zapatero a tus zapatos”.