Este martes 9 de diciembre se conmemora el 201 aniversario de la Batalla de Ayacucho, un hecho histórico que fue determinante no solo para la liberación del Perú, sino también para Bolivia y gran parte de Sudamérica. Al fundarse Bolivia se fijó al 9 de diciembre como fecha festiva y, por ello, durante sus primeros años, ese episodio histórico era objeto de grandes celebraciones.
En la historia tradicional, la versión de los libertadores sobre la Batalla de Ayacucho, es decir de Bolívar, Sucre y sus oficiales, fue repetida hasta hoy. Solo cambió su importancia, pues disminuyó al extremo de que ahora prácticamente ya no se festeja, por lo menos no en territorio nacional. En Perú sigue siendo una de las fechas más importantes de su calendario y su bicentenario —celebrado el año pasado— fue un ejemplo de ello.
La historiografía —que no se limita a memorizar la historia sino que la interpreta— ha vuelto a plantearse preguntas clave sobre la batalla en cuestión y las primeras están referidas a las excesivas concesiones que la Capitulación de Ayacucho dio a los españoles. No solo se les permitió quedarse en territorio peruano, respetando sus pagas, sino que se les ofreció la nacionalidad peruana, que era la que se extendía también al territorio hoy boliviano. Los españoles que decidieron marcharse pudieron hacerlo llevándose todos sus bienes, y se les pagaron sueldos y hasta transporte.
¿Cómo se explican tantas ventajas luego de haberse ganado una batalla con las características que supuestamente tuvo la de Ayacucho? Las teorías conspirativas, que generalmente terminan siendo solo eso, apuntan a señalar que no hubo batalla, que todo fue un arreglo entre jefes y oficiales de ambas fracciones para posibilitar que los españoles salgan del Perú o se queden en él en condiciones honrosas. Pero eso es un absurdo, tomando en cuenta la abundante documentación al respecto y otro tipo de pruebas como los peritajes georreferenciales.
Si subsisten las dudas es porque no cabe tanta generosidad con los españoles a los que Bolívar había declarado guerra a muerte años antes y a los que hacía fusilar sin consideración alguna. Una de las aparentes razones parece ser la económica. No se debe olvidar que la capitulación incluyó el reconocimiento de las deudas de los españoles. “El Estado del Perú reconocerá la deuda contraída hasta hoy por la hacienda del gobierno español en el territorio”, dice el artículo 8 de ese documento.
Al finalizar la Guerra de la Independencia, las deudas del ejército libertador eran elevadas, fundamentalmente con sus tropas. Una de las soluciones que se encontró para ello fue comprometer empréstitos que se convirtieron en la primera deuda externa de Bolivia porque este país debió pagarla en atención a la fama de proveedor de su legendario Cerro Rico.
La versión oficial dice que la Batalla de Ayacucho liberó a todo el Perú, pero eso no es cierto. En Charcas —luego bautizada por los rioplatenses como Alto Perú— estuvo vigente por un corto tiempo el mando de Pedro Antonio de Olañeta que solo fue derrotado el 1 de abril de 1825 en Tumusla. Quedó también, aunque de manera aislada, la resistencia del virrey de Navarra José Ramón Rodil y Campillo, en el Callao, que había estallado en 1824 y se prolongó nada menos que por dos años.
El ejército libertador no intervino en la liberación de Charcas, hoy Bolivia, como sí lo hizo para vencer a Rodil. Los propios charquinos derrotaron a Olañeta, pero fueron ellos quienes, cuando ya estaba fundada Bolivia, debieron pagar a aquellas tropas.