Monseñor Centellas nos ofreció una reflexión que invita a detenernos un momento y mirar con el corazón aquello que Sucre significa. Ser patrimonio, y más aún contar con dos declaratorias, no es solo un motivo de orgullo, sino una invitación profunda a proteger lo que hemos heredado.
El patrimonio no vive en actos aislados ni en intervenciones de emergencia, vive en la constancia con que lo cuidamos y en la atención que le brindamos día tras día. Lo demuestran episodios que aún nos duelen, como la pérdida parcial de las huellas del farallón o el deterioro cotidiano del centro histórico entre basura, desorden y descuido.
Enorgullecernos de estas declaratorias es completamente natural, pero ese orgullo florece de verdad cuando se transforma en compromiso. Tanto nuestras autoridades, a veces absorbidas por dinámicas políticas que las alejan de lo esencial, como la Universidad San Francisco Xavier, el sector empresarial y la población, tienen un rol valioso que cumplir en esta tarea compartida.
El patrimonio es una pertenencia común, una responsabilidad que nos une y que puede convertirse en una razón más para que quienes recorren Bolivia sientan el deseo de incluir a Sucre en su camino y en su memoria.
Atraer visitantes implica mucho más que promoción y expectativa, implica mostrarnos como una ciudad que abraza a quien llega, que se presenta limpia, ordenada, amable y sostenida por un conjunto de servicios que entienden que la calidad y la calidez pueden transformar una visita en un recuerdo imborrable. Sucre tiene todo el potencial para hacerlo y ya existen ejemplos hermosos que lo demuestran.
La Asociación Turística de Locales Seguros ha construido una cultura de atención que emociona, porque trata al visitante y al local como un invitado especial y no solo como un cliente. La hotelería de la ciudad, aunque no se destaque por ostentosas estructuras, sorprende por la cercanía humana que ofrece, esa que hace que muchos viajeros regresen no por la infraestructura sino por el cariño recibido. También las agencias de viaje y operadores suman esfuerzos, entendiendo que cada recorrido es también una historia que se está contando.
Aun así, hay espacios donde podemos avanzar un poco más. Algunos taxistas, transportistas y conductores de microbuses podrían mejorar la presentación de sus vehículos y su trato, lo que marcaría una diferencia enorme en la primera impresión del visitante. Incluso ciertos policías, que a veces son el primer punto de consulta para quienes llegan, podrían acompañar con mayor amabilidad y orientación. Son gestos pequeños que, sumados, crean una experiencia completamente distinta.
Sucre es una perla que brilla por sí misma, pero como toda perla necesita ser cuidada y acariciada. Su fachada blanca, su riqueza arquitectónica, sus espacios culturales y su aire histórico merecen un mantenimiento constante que refleje cuánto la queremos.
La ciudad guarda una diversidad cultural preciosa que debería impulsarse mediante encuentros y eventos que celebren el talento local y promuevan la participación colectiva, evitando que estos espacios se conviertan en beneficios individuales en vez de oportunidades compartidas.
Nuestras tradiciones son otro tesoro invaluable. La Navidad, los carnavales, la Semana Santa y tantas otras festividades permiten que los visitantes se conecten con expresiones ancestrales poco comunes en una época dominada por lo inmediato y lo moderno. Esas celebraciones no solo muestran quiénes somos, también despiertan una sensibilidad que pocas ciudades logran inspirar.
La juventud deportista de Sucre es un motor extraordinario y merece escenarios donde pueda encontrarse con jóvenes de otras regiones. Promover competencias, olimpiadas y encuentros deportivos no solo impulsa la actividad física, también invita a que más personas conozcan la ciudad y se enamoren de su patrimonio y su atmósfera tranquila. A esto se suman los jóvenes talentosos vinculados al software y a la robótica, quienes podrían convertir a Sucre en sede de encuentros tecnológicos gracias a la seguridad y serenidad que ofrece, generando oportunidades nuevas y muy prometedoras.
Hablar de las bondades de Sucre podría llenarnos páginas enteras, pero si hay algo que debe quedar grabado es la importancia de que el cuidado de nuestro patrimonio no dependa de momentos aislados ni reaccionarios. El cuidado verdadero es ese que se sostiene con cariño, con presencia y con sentido de pertenencia. Sucre es nuestra casa grande y merece que la cuidemos con amor, con constancia y con la convicción de que cada gesto, por pequeño que sea, contribuye a que siga siendo ese lugar especial que tanto nos enorgullece.