En situación de riesgo niños limpiavidrios y malabaristas
Sus historias, marcadas por el desamparo y la necesidad, dan cuenta de una cruda realidad
La extrema pobreza de las familias migrantes en Sucre ha provocado que niños y niñas salgan a las calles a trabajar para apoyar económicamente en la manutención de sus allegados; tanto así que en muchos casos los menores son cabezas de hogar. Estos infantes se ganan la vida arriesgando su integridad en las esquinas de las principales calles de la ciudad; lavando parabrisas y haciendo malabares entre otros oficios.
Desde hace tiempo, en varias avenidas de la ciudad: Venezuela, Hernando Siles, Ostria Gutiérrez, Germán y Jaime Mendoza, principalmente, aparecieron niños malabaristas y limpiaparabrisas.
En estos sitios, también se ganan la vida los denominados “hippies” (extranjeros que llegan a Sucre de paso y recaudan dinero para su alimentación y hospedaje), haciendo malabares y vendiendo artesanía entre otras actividades.
Alexis Rojas, una joven argentina que radica en Sucre hace más de tres años junto a su marido relata a CORREO DEL SUR que no pueden retornar a su país por motivos económicos, y tratan de ganarse la vida ofreciendo espectáculos de malabares y juegos para los espectadores de los autos. “En cierta parte nos divertimos, también hacemos mañillas y las vendemos aunque no se saca mucho efectivo, pero ahí vamos”, explica.
Afirma sentir pena de los niños trabajadores. “Ellos son tan inocentes y pequeños que nos da ternura, vienen donde estamos y quieren aprender a manejar el fuego y los trucos, quizás es peligroso para ellos, pero tienen interés. Muchas veces compartimos un trozo de sándwich cuando nos va bien y claro, les enseñamos algunos trucos”, relata.
“SOMOS EL APOYO DE NUESTRAS FAMILIAS”
El trabajo infantil va creciendo en el país constantemente y la mayor parte de los niños y niñas que trabajan son de escasos recursos y viven en las zonas periurbanas de Sucre. Ese factor les obliga a trabajar desde temprana edad, cuando en realidad en este periodo deberían dedicarse a estudiar y a jugar, disfrutando de una niñez sana y libre de peligros.
Pero la realidad es otra. Cada día ellos salen de sus hogares muy temprano sin rumbo alguno en busca de un nuevo trabajo que les permita ganar algunos “pesos” para llevar a sus hogares. Varios de los pequeños mantienen a sus familias con lo poco que ganan durante la jornada, mientras otros cubren sus estudios y gastos personales inclusive.
¿NIÑOS EN SITUACIÓN DE CALLE?
Según UNICEF, la temática de las niñas, niños y adolescentes en situación de calle (NNASC), es uno de los problemas sociales más complejos de Bolivia, que evidencia el estado crítico de esta población que varía e incrementa su complejidad de acuerdo al tiempo de permanencia de la misma en la calle.
A nivel nacional, las NNASC constituyen una población altamente vulnerable a una serie de riesgos como la explotación laboral, consumo de alcohol y drogas, delincuencia, trata y tráfico de personas, violencia sexual comercial y otros tipos de violencia; características propias de la vida en la calle. Su condición de población marginada hace que esta vulnerabilidad se incremente constantemente.
A decir de la coordinadora municipal de las Defensorías, Verónica Medrano, estos niños trabajadores (básicamente limpia parabrisas y malabaristas) no pueden ser considerados niños en situación de calle ya que tienen familia y realizan estas actividades para ayudar a su familia.
“Están sólo por algunas horas, el personal de las Defensorías ha hecho un seguimiento a los menores y estos sólo trabajan momentáneamente, o a la salida de su colegio. Se ha hecho las entrevistas y el seguimiento de cada caso para verificar que no se esté vulnerando sus derechos”, asegura.
No obstante, por trabajar en la calle, estos niños po están desprotegidos y necesitan apoyo de las instituciones públicas.
HISTORIAS DE VIDA
Rosa (nombre ficticio)
Tengo 14 años, vivo por el barrio Yurac Yurac y trabajo hace más de un año vendiendo pastillas en los micros. Ahora somos muy pocos los que vendemos porque hay veces que los choferes nos botan del micro y no nos dejan vender casi nada, en cambio otros son buenos.
La niña cuenta que al día gana alrededor de Bs 20. En un día normal almuerza en el Mercado Central. “Una señora me regala comida todos los días es buenita, yo se lo lavo los platos hasta que me voy”.
Actualmente está inscrita en la escuela 23 de Marzo, pero no asiste regularmente porque no tiene tiempo; en las tardes cuida a su hermanita de cuatro años, su mamá trabaja lavando ropa y le dice que tiene que ayudarle con los gastos de la casa.
Pedro (nombre ficticio)
Estudié hasta segundo de primaria, quería trabajar para comprarme medias, zapatos y algo de ropa porque mis papás no me daban y tenía vergüenza de ir a mi colegio con todo roto.
Mi papá toma mucha bebida y mi mamá otras veces no llega a mi casa. Somos seis hermanos de los cuales trabajamos cuatro, los dos menores estudian, porque nosotros, los mayores, les damos para sus útiles, queremos que ellos estudien.
Hubiera querido terminar de estudiar, ya tengo 16 años y ahora me dedico a lustrar zapatos en la plaza 25 de Mayo y en la ex peatonal.
Carlitos (nombre ficticio)
No hay nada que se pueda disfrutar con este trabajo, es muy peligroso. Yo podría morir algún día mientras hago esto, no hay seguridad. También me dan ganas de ir a la escuela como los demás niños, pero mi madre no puede pagar los gastos de la escuela.
El niño de 12 años vive en la zona de Aranjuez. Su madre y sus dos hermanos dependen de él para obtener ingresos; su padre los abandonó hace años.
Trabaja cargando bolsas de compras en el Mercado Central y por las tardes limpia autos. También aprende a manejar los malabares que le enseñan sus amigos “gauchos” como llama a los “hippies”. Generalmente se lo encuentra en la plazuela San Francisco, aunque dice que además va a trabajar en la avenida Jaime Mendoza.
Cuenta que su madre trabajaba como empleada doméstica, pero se enfermó de los huesos. “Ahora, no puedo estudiar. No tengo más remedio que trabajar, me antojo como los niños van a la escuela con su uniforme”, confiesa.
Juan (nombre ficticio)
Vestido con una chompa amarilla descolorida de tanto uso, un pantalón café y unos zapatos negros casi blancos por el desgaste. Así se presenta el pequeño Juan al público; más preocupado en no dejar caer las tres pelotas de trapo de los malabares que en su propia traza.
Además del número con las pelotas, que dura aproximadamente 20 a 25 segundos, a sus circunstanciales clientes les obsequia también una sonrisa solicitando a los conductores de los vehículos le obsequien unas monedas.
En muchas ocasiones sólo recibe la mirada molesta de los conductores de vehículos particulares o del servicio público, mientras que otros regalan una moneda, levantando el ánimo del pequeño trabajador.
Así como Juan, muchos otros niños realizan este trabajo callejero sin la protección necesaria, expuestos al peligro inminente de ser atropellados por algún vehículo.