Hamelín y su atractivo; mucho más que ratas

Pese a todo, esos roedores viven como soporte publicitario de los negocios y son un atractivo esencial para los visitantes

HISTORIA. Las calles de esta ciudad medieval invitan a los turistas a viajar en el tiempo.

HISTORIA. Las calles de esta ciudad medieval invitan a los turistas a viajar en el tiempo.

IDENTIDAD. Las ratas son parte de la identidad de Hamelín y pueden verse en distintos eventos.

IDENTIDAD. Las ratas son parte de la identidad de Hamelín y pueden verse en distintos eventos.


    Deike Uhtenwoldt/dpa
    Panorama / 26/03/2017 01:01

    Las ratas andan sueltas. Moldeadas en bronce, señalan el camino a las atracciones turísticas más bonitas del casco viejo de la ciudad medieval de Hamelín, en el norte de Alemania. En formato de arte callejero, de un rojo vivo, las ratas sirven como soporte publicitario de negocios o adornan el escaparate del panadero.

    La omnipresencia de las ratas es motivo de alegría para todos los que visitan Hamelín atraídos por la famosa fábula antigua del "Flautista de Hamelín". Sin embargo, para Michael Boyer es motivo de disgusto. Él es el único cazador de ratas profesional de Hamelín, elegido por la oficina de turismo para contar la verdadera historia, que no tiene nada que ver con ratas. "No se trata de ratas, sino de niños", recalca Boyer durante un recorrido de una hora por la ciudad.

    Según la leyenda original, que data de finales del siglo XIII, el flautista sedujo y secuestró con el sonido de su instrumento a 130 niños y niñas que fueron tirados al río Weser. La historia relativa a la expulsión de las ratas se habría añadido a finales del siglo XVI.

    Sin embargo, la región alrededor de Hamelín tiene más cosas que ofrecer que el cazador de ratas. Por ejemplo Corvey. Esta abadía benedictina, situada a orillas del río Weser, fue en la Temprana Edad Media un importante centro religioso-político con una biblioteca única.

    Hoy, los visitantes vestidos con camisetas multicolores y pantalones cortos de ciclismo se quitan respetuosamente el casco cuando entran en el antiguo monasterio o se hacen un selfie con el busto de August Hoffmann von Fallersleben, el bibliotecario más prominente de Corvey.

    Quien tenga tiempo y busque la tranquilidad puede pasar la noche en los antiguos establos del castillo barroco situado junto a la abadía y sustituir a la mañana siguiente la bicicleta por la canoa. "Este es un lugar mágico", dice Kalle Krome, quien gestiona un centro de canotaje en el castillo.

    La fuerza de la corriente empuja al piragüista sin que tenga que hacer grandes esfuerzos. Y temprano por la mañana uno navega por el río acompañado casi exclusivamente por garzas y patos y puede dejar pasar los pensamientos.

    Merece la pena dejar un rato la bicicleta, no solo por la canoa sino para contemplar, por ejemplo, el castillo de Hämelschenburg, una de las obras maestras del Renacimiento del Weser, situado entre Hamelín y Bad Pyrmont, que con sus numerosos saledizos, torres y almenas se inserta magníficamente en el paisaje de colinas. El castillo pertenece desde hace 500 años a la familia Von Klencke, que todavía hoy habita este señorío y ha abierto una parte del edificio a visitas guiadas.

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