Ancianos en las calles y la limosna como su única opción
Adultos mayores se quedan sin opciones laborales y sin familiares que los sostengan, por lo que recurren a la solidaridad de la población alzando la mano o extendiendo un tímido sombrero para donativos
La suerte de contar con alguien que les done unas monedas es el deseo diario de las personas que piden limosna en las calles de Sucre. La misma suerte que define si ese día comerán o no, si volverán a casa a pie o si podrán tomar un micro y, finalmente, si tendrán para vivir un día más o no.
Suerte, esa palabra que determina esta situación impredecible en la que las personas limosneras caminan y estiran los brazos a diario en busca de una moneda, se transforma frecuentemente en las palabras “a veces” cuando se pregunta ¿se alimentan bien? ¿Está bien de salud? ¿La gente le apoya?
Las personas que piden limosnas son parte de un contexto que cada vez se hace más común en Sucre, especialmente entre personas de la tercera edad, generalmente provenientes de áreas rurales de Chuquisaca o de otros departamentos de Bolivia.
Algunos ni siquiera pueden recoger el pago de su Renta Dignidad, porque, según cuenta, fueron seducidos por otras personas que los engañaron para cobrar por otros y terminaron siendo bloqueados del sistema.
Su edad, en algunos casos alguna discapacidad y las barreras de idioma son los obstáculos que les impiden tener acceso al trabajo para que sin necesidad de estar en las calles puedan llevar el pan de cada día a sus hogares.
Y si bien para algunos el trabajo, la juventud, la familia y los amigos parecen eternos, estas personas muestran que nunca están garantizados.
PIDIENDO EN LA EX PEATONAL
Juana Saavedra cuenta que llegó a Sucre junto con su esposo desde la comunidad de K’uchu Tambo para trabajar, pero no quisieron recibirles en ningún lugar porque “son abuelitos –nos han dicho–”. Ella buscaba trabajar en el Mercado Central, ayudando a las comideras, pelando papa o limpiando el piso, pero no lo consiguió y es por eso que ahora se dedica a pedir unas cuantas monedas en la ex peatonal.
Son originarios de Calachaca, un pueblo del departamento de Cochabamba y actualmente viven en un templo en K’uchu Tambo.
“A mí, abuelita, ya no me quieren, ‘abuela eres, no vas a poder’ me dicen, pero puedo, aunque no me dejan trabajar. Cuando era joven, telando, hilando, vivía así; ahora pidiendo limosna camino, mi esposo así también está caminando, ahora dónde estará caminando pidiendo limosna”, cuenta en quechua.
Juana enfatiza en la cruda realidad que vive junto a su esposo. No pueden comer al mediodía si no recaudan lo suficiente porque “a veces no recibimos nada, así andamos pidiéndonos y con eso comemos; lo que sea, a veces tomamos agua, si no tenemos plata no podemos comer”, cuenta.
Por si fuera poco, para llegar al centro de la ciudad desde su comunidad, deben hacer una travesía que inicia en la madrugada. “Tenemos que caminar hasta la parada de Ravelo para agarrar el carro”, indica.
Además de la edad y la distancia, Saavedra explica que deben lidiar con las dolencias que tiene su marido en el pie, las afecciones que dañan la vista de uno de sus ojos y la persistente tos que hace años se apoderó de su garganta para no irse más.
“Su ojo está rojeándose una lástima y no hay medicamentos, mis hijos se han ido al Chapare, nos han dejado. Para todo es plata aquí verdad, pero parece que nos vamos a volver, estamos diciendo nos volvemos o no a nuestro pueblo”, concluye con pena de no haber logrado trabajar como soñaban.
EN PLENA PLAZA CENTRAL
Jana Lugones, una persona de la tercera edad, que se dedica a pedir monedas en la calle Arenales, en la plaza 25 de Mayo y en otros lugares, nació en Karachi, una comunidad de Chuquisaca y con un tono amable precisa que los jóvenes en Sucre suelen ser también estudiantes. Jana se lamenta porque en su juventud quería estudiar, leer un libro y sentirse como una estudiante, pero “antes no había ni para leer y yo también no he leído en su tiempo; en mi barrio, cuando era joven no había escuela, pero cuando ha pasado mi tiempo se ha abierto una escuela”, relata en su también nativo quechua.
Actualmente Jana Lugones vive en la calle San Juanillo junto con su nuera, Luna Choque y sus nietos; tenía dos hijos Gregorio y Julia, pero fallecieron. Ella en su mancebía, pasteaba ovejas en su pueblo pero cuando se iban “era un trabajo” encontrarlas, recuerda en quechua.
Lugones a momentos reclama por sus nietos que trabajan, aunque al final ella misma dice “pero qué me van a dar, tal vez a ellos les falta también, a los jóvenes para todo les falta dinero pues”, y continúa caminando por las calles en las que agradece cuando le dan una moneda con “gracias papituy”.
DE CAMINO AL REGIMIENTO
Martín se dedica a pedir limosna desde que no pudo trabajar más a causa de un dolor en la rodilla que se torna creciente cuando intenta caminar rápido.
Nació en la comunidad Molle K’asa, en Chuquisaca, es padre de cuatro hijos y esposo de Elba Durán, a “ella le duele la cabeza por eso está en la casa, yo nomás estoy aquí pidiendo limosna”, explica en quechua.
“Si no nos pedimos con qué vamos a mantener a nuestras familias”, dice al expresar su opinión sobre quienes fingen un problema de salud para pedir dinero. “Cuando engañan siendo limosneras las personas que no tienen discapacidad, Dios también nos puede castigar”.
Martín relata que cuando era joven se dedicaba a arar la tierra en su pueblo, lo hacía “con yuntas”, dice, pero desde que le empezó a doler el pecho y su rodilla, hace 20 años, ya no pudo continuar trabajando y actualmente pide limosna en afueras del regimiento RI-II Sucre.
“Estando sano puedo querer trabajar, pero mi rodilla no me deja y por eso me he venido aquí (en aceras del Regimiento)”, recalca.
Martín califica a la gente sucrense como muy amable, para él son personas “buenas, te dan unas cuantas monedas que te alcanza para comprar fideo, pan, pero a veces, sólo para eso”.
ENGAÑADA
Damiana Flores Zúñiga, nació en la provincia Chayanta del departamento de Potosí, actualmente vive en el barrio Lajastambo en compañía de su hijo. Tiene aproximadamente 80 años de edad y se dedica a pedir limosna en el Mercado Central desde hace cinco años, luego de haber sido engañada por una persona; el truco en el que cayó le impide cobrar su Renta Dignidad.
“Ahora ya no puedo ni caminar, ya no puedo trabajar, ando pidiéndome de la gente unas monedas, sólo alcanza para un poco de azúcar, pan. Por aquí siempre estoy (por el Mercado Central)”, cuenta Flores.
Hace cinco años ella accedía al beneficio de la Renta Dignidad, dinero que le servía para vivir y tener el pan de cada día, pero ahora ya no puede acceder a ese pago del Estado ya que ella cobró el pago haciéndose pasar por otra persona, porque una persona la engañó, asegura.
“Antes de que saque habían sacado”, la persona que le engañó le dijo “te voy a pagar, te voy a pagar sácamelo nomás”, y “no sé leer también y ni hablar castellano, en ese momento me ha pagado, pero hasta ahora ya no se puede sacar, me ha engañado una persona, me ha hecho sacar (la Renta Dignidad) con otro carnet, para otra persona me han hecho sacar y por eso ahora no se puede”, lamenta.
“A mi pueblo ya no voy, aunque tengo tierra allá, pero quién va a trabajar, mi esposo ha muerto hace tiempo”, comenta al despedirse para continuar buscando el apoyo de la gente en las calles.