Carnaval: Cuando los recuerdos no se destiñen con el tiempo
Las celebraciones se aceleran a pocos días de decir: "Ay watakama carnavales"
Las tradiciones y los festejos del Carnaval en Bolivia se han ido modificando con el paso de los años, adaptándose a los cambios de la sociedad y los gustos. Sucedió especialmente en Chuquisaca, donde en el último tiempo recuperó algo de la magia de antaño.
CORREO DEL SUR le invita a recordar postales de lo que fue el Carnaval chuquisaqueño.
Según el periodista Willy Rentería, gestor de la Entrada del Carnaval de Antaño, el esplendor de esta fecha data de fines del siglo XVII. Hubo cambios, pero en algunos casos aún se preservan ciertas tradiciones.
Las melodías nacidas del temblar de las cuerdas del charango, la guitarra y el arpa que escapaban de las chicherías y llenaban las calles de una Sucre señorial eran los sonidos originales de los carnavales.
Las palmas sonaban en medio del vaivén de las polleras de terciopelo y los botines golpeteaban el suelo en los bailes de las comadres.
El Carnaval era un momento del año para celebrar los logros materiales y sentimentales, así como una oportunidad para disfrutar de la música y el baile con la única excusa de celebrar la vida.
Los bailecitos y las cuecas tocadas por sikuris eran el ritmo que acompañaban las celebraciones.
PUNTO DE ENCUENTRO
Las chicherías eran el punto de encuentro y el lugar para “rematar” los bailes y agasajos, elevadas por su importancia en las costumbres y tradiciones de las sociedades de esa época.
“Las chicherías han sido locales de este elixir que es parte del pueblo y la ciudadanía”, expresa Rentería.
Según el historiador y sociólogo Omar Zubieta Vaca Guzmán, había 250 chicherías ubicadas en las siete patas de la ciudad, siendo las más importantes las de Kuripata, Surapata, Alalaypata y Munaypata.
En ese entonces los locales no tenían un nombre propio y eran conocidos por los apodos de las dueñas.
Así se escuchaban convocatorias a ir donde “La Silla Siqui” (entiéndase como trasero grande) y “La Sanroqueña”, por mencionar algunas en la zona del cementerio y San Roque (Alalaypata).
Por Surapata la más conocida era “La Barzola”. En la actualidad y en este sector ya no existen chicherías como tales, aunque sí locales que ofrecen chicha “pero ya no como antes”.
Las chicherías recibían a las comadres con un licor servido en copas denominadas “misteleros” y después venía “lo grande, lo picaresco con una especie de ragueos”, relata Zubieta.
Los ragueos eran una especie de bromas subidas de tono entre las comadres a la par que consumían la tradicional chicha, bebida de maíz fermentado de cántaro en los denominados “melgarejos”, un vaso que podía contener más de 2 litros y fue elaborado especialmente para el presidente Mariano Melgarejo, conocido, entre otros rasgos físicos, por su estatura de aproximadamente 1,90 metros.
De estos vasos y como en esa época, existe cuatro tipos: melgarejo grande, el medio melgarejo, cuarto melgarejo y el mistelero.
Hoy “La Barzola” y los descendientes de la dueña original conservan una colección de más de cien años de estos vasos en los que consumieron chicha famosos intelectuales como los escritores Nicolás Ortiz y Adolfo Costa Du Rels.
Uno de los momentos que enmarca de mejor manera la importancia de las chicherías, es que en ellas el prócer de la independencia Jaime de Zudáñez socializaba clandestinamente las ideas de la revolución, sostiene Rentería.
LAS COMADRES
La festividad contempla, aún ahora, diferentes momentos que son una fusión pagana-religiosa, indica Rentería, refiriéndose al Jueves de Compadres, y uno de los más emblemáticos es el Jueves de Comadres, rescata Zubieta.
Las comadres que festejaban su día se nombraban de esa manera por el parentesco de padrinazgo o por afinidad si el cariño y convivencia era grande, explica el historiador.
Esta amistad entre mujeres era celebrada con la visita entre ellas el Jueves de Comadres, llevando regalos y ofrendas como platos de soltero, frutas y las famosas “mistelitas”, bebida elaborada con frutas como membrillo, uva, guayaba y el tradicional anisado, todo entregado en una cama de pétalos de flores.
El agasajo continuaba en las más de 200 chicherías que tenía Sucre entre 1950 y 1970, según la investigación de Zubieta.
Era costumbre que para la ocasión las comadres lucieran sus mejores prendas; engalanadas con polleras de terciopelo de color guindo y azul y cargando las inmortales caravanas, pendientes de oro que pesaban entre 15 y 20 gramos. En algunos casos el peso era tal que una cadena rodeaba la nuca para contrarrestar el peso.
“Eran (las caravanas) la expresión de la riqueza que tenían las cholas chuquisaqueñas. Por el peso les jalaba el pabellón de la oreja, entonces quería decir que estas personas eran cholas de mucho recurso económico”, dice el historiador.
FIN DE LOS CARNAVALES
A las entradas tradicionales que se celebraban con los mejores trajes y carrozas, le seguía el martes de ch’alla que, como sucede ahora, era una oportunidad para brindar y agradecer por los bienes acumulados.
Después de las celebraciones era costumbre asistir a la eucaristía el Miércoles de Ceniza como una forma de equilibrar los festejos.
Las festividades concluían con el Carnaval de El Tejar y el Jueves de Surapata, donde la población aún se vuelca para despedir las celebraciones en la ciudad y continuarlas en los municipios.
Y así como hoy: “Ay watakama carnavales (hasta el año los carnavales)”.