¿Es malo ser de derecha?

¿Es malo ser de derecha?

Péndulo político Redacción Péndulo Político 11/09/2022 06:53
El gobierno dispara a quemarropa contra la oposición la palabra “derecha”. No la usan como un simple vocablo, sino como una munición de alto calibre. Así descalifica todo lo que hace y todo lo que propone.
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El gobierno dispara a quemarropa contra la oposición la palabra “derecha”. No la usan como un simple vocablo, sino como una munición de alto calibre. Así descalifica todo lo que hace y todo lo que propone. Ser de derecha para la izquierda es estar orillado del lado equivocado de la historia. ¿Carece de alma la derecha? 

Hay un fantasma que ronda a la izquierda boliviana y perturba sus sueños: la derecha. Los conflictos de estas últimas semanas, tanto el del Censo como el de los cocaleros de Los Yungas, provocaron que el gobierno busque descalificar a los dirigentes del Comité Interinstitucional de Santa Cruz y los dirigentes de Adepcoca (aunque no se trata de una tarea reciente ni incipiente). ¿Cómo tratan de invalidarlos? Denostándolos como de “derecha”. Una y otra vez repican la misma campana. Pero, ¿qué entraña esta palabra? Tomando la óptica gubernamental, se trata sin duda de un concepto basurero, pues todo lo malo entra dentro: vende patrias, racistas, capitalistas, patriarcales, neoliberales... Trae un tufillo religioso, pues lo que en tiempos medievales era un pecador, hoy pretenden que sea un “derechista”, y si a aquél le estaba reservado el infierno eterno, que al derechista le corresponda el destierro perpetuo de la bienaventuranza del poder.

¿Qué es ser de derecha?

El año 1995, el politólogo italiano Norberto Bobbio generó una polémica sostenida con la publicación de su ensayo Derecha e izquierda. Razones y significados de una distinción política. Puso en el centro del debate europeo, fundamentalmente, qué era ser de izquierda. La respuesta que esgrime en su libro es que la izquierda está inclinada hacia la igualdad, mientras la derecha se ladea hacia la libertad.

No se equivoca; pero se podrían sumar más dualidades: la izquierda defiende a los trabajadores, mientras la derecha a los empresarios; la izquierda aboga por la redistribución de la riqueza, mientras la derecha promueve la creación de la riqueza; la izquierda promueve la intervención estatal, mientras la derecha defiende la libertad económica. Sinteticemos otras polaridades: Cuestión social/cuestión económica. Pueblo/élite. Regulación/Desregulación. Bonos/trabajo. Revolución/reforma. Antimperialistas/globalizadores. Democratización/meritocracia. Luego se podría decir que los izquierdistas son más idealistas (se engolosinan con el cambio y el progresismo), mientras los derechista son más realistas (se rinden ante la realidad y el conservadurismo). 

Dicho esto cabe preguntarse: ¿Todo lo que está del lado derecho está mal? Hagamos algunas preguntas reveladoras: ¿Una sociedad sin empresarios es más próspera que una con empresarios?, ¿hay algún gobierno que desee redistribuir la escasez en vez de la riqueza?, ¿una economía dirigida por un Estado sin mercado es un éxito?, ¿puede ser resuelta la cuestión social al margen de la cuestión económica?, ¿no desalienta una mayoría “bonista” a una minoría de trabajadores?, ¿no estimulan los mercados abiertos la competencia, la productividad y la innovación? Finalmente, ¿todo lo real se debe desvanecer en el aire o hay cosas que se deben cambiar y otras mantener? ¿Y no requieren hasta los sueños un cable a tierra para concretarse?

Avancemos un siguiente paso, ¿no requerirían estas preguntas un debate permanentemente reactualizado entre izquierda y derecha?

La realidad es amplia, compleja como incierta en su evolución, y tanto izquierda como derecha, son parcialidades (por eso, espacialmente, una representa una mitad, y la otra, la mitad restante), simplificadoras (¿se puede ver todo el espacio desde una de sus partes?) y cojas como balbuceantes de cara al futuro (ninguna, en verdad, tiene la llave que resuelva el “misterio de la historia”, pues las dos padecen de una racionalidad limitada). Aunque ambas caen en la arrogancia de la autosuficiencia, y es deber de los intelectuales y periodistas mostrarles que no lo son, y que están limitados precisamente por su particular colocación, sea del lado izquierdo o del derecho.

Entonces, toca verlas a cada una como lo que efectivamente son: cajas de herramientas compuestas por valores, visiones, experiencias y un cierto instrumental doctrinal para gobernar una realidad densa, intrincada, huidiza y problemática. Una realidad que, tanto a derecha como a izquierda, las abofeteó en los hechos y en las urnas. La UDP fue un desastre de izquierda. El decreto 21060 fue una salvación de derecha. El neoliberalismo gonista fue la agonía de la derecha, ¿representa el estatismo masista el auge (definitivo) de la izquierda? (En otras coordenadas, ¿qué hubiera sido del capitalismo de 1928 sin Keynes y qué hubiera sido de la economía mercantilista sin Adam Smith (ambas ópticas, contrapuestas, representan en momentos diferentes y precisamente por ser distintas, un éxito)? Ninguna tiene la respuesta para todo y en todo momento.

Si ninguna posee la Verdad, sino una parcialidad, abierta al error como al acierto, deben debatir y competir por el poder (la alternancia gubernamental, no la izquierda ni la derecha, resulta siendo la posibilidad salvadora para una sociedad). La ciudadanía debe dictaminar (si hubo equivocación) y elegir (lo que se promete como acierto). La verdad política resulta ser siempre coyuntural y siempre sujeta a escrutinio, y en ello radica la posibilidad y la legitimidad de la izquierda y la derecha. Cada una tiene derecho a la palabra, y a su tiempo, derecho a gobernar (si trae acierto y respaldo ciudadano). Algo más: solo si ambos se aceptan como rivales legítimos, el diálogo puede sustituir a la violencia, por tanto, mitigar la fiebre del lenguaje es un primer paso para edificar un buenpaís

¿Cuerpos sin alma?

La izquierda, al reducir la realidad al problema de la desigualdad, presenta a la derecha como un cuerpo sin alma. ¿No la tiene o no la quieren ver? La derecha, al comprimir la realidad al problema del crecimiento, representa a la izquierda como una maquinaria sin cabeza. ¿No lo tiene o no la quieren escuchar? Bi-empatía. Ayudaría y mucho, que cada frente político mirara por un momento lo que observa el otro y sintiera el fuego que lo inflama; entonces ya no se verían de la misma manera ni se tratarían de la misma forma –así revitalizarían a Sócrates, pues en el contraste de argumentos y la humildad podrían encontrar una verdad por el bien de Todos, donde aclimatarían unos y otros. 

El problema, el verdadero problema y la catástrofe, reside cuando ambas partes se radicalizan y demonizan al extremo a su contraria, pretendiendo extirparla de la realidad (tan necesaria para paliar los avatares de la historia como ella misma). Y caen en la tentación política del abate Sieyés durante la Revolución Francesa, pensar que su parte (partido o frente político), por haberla autocoronada de todas las virtudes y haber humillado a sus contendientes, representa el Todo y la Verdad, es la nación misma. Por lo tanto, los otros órdenes son cuerpos extraños, corruptos y corruptores, que deben ser combatidos y reducidos a la nada. De esta manera, y con este equipamiento mental, la democracia acabará ineludiblemente en dominación, o sea en malacracia.

¿Ocasionará la derecha que “va a haber llanto y el sol se va a esconder, la luna se va a escapar y todo va a ser tristeza para nosotros”? Tal vez sí o tal vez no. ¿Y la izquierda? Tal vez sí o tal vez no produzca ese paisaje sombrío. En verdad y bien miradas las cosas, solo la democracia puede conjurar la noche, el llanto y la desolación, pues si la derecha esconde el sol, la izquierda puede destaparlo; y si la izquierda escapa la luna, la derecha puede restituirla a su órbita. Es decir, la salvación permanente radica en la democracia, mientras que izquierda y derecha son solo remedios coyunturales. Necesitamos de la triada democracia-izquierda-derecha para afrontar el llanto que a veces trae y con el que nos sorprende la historia. 

Un toque de realpolitik

Ahora bien, hay que dejar actuar a la izquierda y la derecha en el poder, para ver cuán auténticos son en sus valores y programas de gobierno. Aquí tenemos un hecho curioso. En el principio está el gobierno electo (sea el que sea), votado mayoritariamente. Por tanto, viene cargado de un conjunto de valoraciones positivas. Un príncipe azul que puede mantener la prestancia y la figura o puede convertirse en un mendigo de solemnidad. Depende de su desempeño gubernamental, pues puede suceder que, como las hojas de una margarita, se vayan cayendo sus valores al suelo como hojas otoñales. O sea, que en el gobierno se vacíe de los valores originarios que le permitieron ganar el apoyo ciudadano. Y el partido contendiente, que había perdido la elección, convertido en oposición, vaya ganando esos valores como si de medallas de un corredor olímpico se tratara. Un juego de suma cero: lo que el gobierno va perdiendo, lo suma la oposición. Por tanto, si bien hay un núcleo básico que define a la izquierda y la derecha, las otras capas que se (des) agregan, dependen de su desempeño gubernamental. Pues en la política como en el cacho, los ciudadanos anotan en la papeleta de sufragio según lo que ven sobre el tablero de la realidad.

Luego, hay que dejar caminar tanto a izquierda como a derecha, para ver de qué lado cojean. Y lo cierto es que si bien la derecha está más dispuesta a tolerar la existencia de desigualdades que la izquierda, y tiende a apoyar a los poderosos que a los impotentes; la izquierda está más dispuesta a vulnerar el Estado de Derecho, las garantías individuales, la libertad de expresión que la derecha, y tiende a reforzar el autoritarismo que el pluralismo. Por tanto, se necesita que se balanceen, corrijan y, en ocasiones, cada una resista, insista y no desista en su noble empeño: lograr mayor igualdad los unos y preservar la libertad los otros, para así acabar por instalar la fraternidad entre todos. [P]

 

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