La democracia boliviana se hizo, casi deshizo y rehízo a partir de la conflictividad. La relación entre ambas es íntima y sustantiva. Parafraseando a Hegel en su Filosofía de la historia diríamos que cuando contemplamos el pasado, la historia, lo primero que vemos es solo conflictos. También cuando miramos el presente.
La democracia se hizo con la memorable huelga de hambre de 1977, donde un grupo de valerosas mujeres mineras declaró una huelga de hambre indefinida que, en el curso de días, se transformó en un movimiento de masas que puso fin a la dictadura de Banzer. Una sociedad triste como la boliviana produjo entonces la dramática insurgencia de la democracia.
Pero la democracia casi se deshizo en octubre de 2003, cuando la conflictividad que venía de levantada desde la “guerra del agua” se canalizó en contra de Sánchez de Lozada, pero a unas cuantas cuadras de la Plaza Murillo, en su mayor acumulación de fuerzas desde los tiempos de la UDP, no tomó un Palacio Quemado desguarnecido y con un presidente a la fuga, sino que dio lugar a la sucesión constitucional. A paso seguido, con Carlos Mesa, surge la esperanza de una paz relativa, pero a poco de transitar cunde el desborde popular y las oscuras ambiciones, y en esos meses aciagos de mayo y junio de 2005, la condensación de antagonismos profundos casi hacen saltar por los aires al país. Era el insomnio de las coyunturas y la hora de las tempestades sociales. Cinco años después, septiembre-octubre de 2008 resultó siendo igualmente para el gobierno del MAS una temporada en el infierno, pues fue el mes donde se produjo el “golpe cívico-prefectural”. Todo parecía indicar que la polarización desembocaría en un choque de locomotoras. No fue así.
Y la democracia se rehízo en el ciclo de conflictividad de 2000 a 2009, pues este permitió que la democracia representativa –deslegitimada y oligarquizada, simulada y deficitaria– pudiera permanecer en pie así como prolongarse en el tiempo como la forma pacífica de elegir y sustituir a los gobernantes, pero además complementarse con mecanismos propios de la democracia participativa; y debido a la inclusión indígena implementada por el gobierno del MAS, concebirse como una democracia ampliada que busca su clímax en “la fiesta de los colores”; pero también, al esforzarse por mitigar la cruda desigualdad, construir la democracia como materialidad.
La historia de Bolivia ya no es el duelo entre el ejército y la clase obrera; sino la dialéctica entre las urnas y las calles. No es lo óptimo, pero mirada la historia de desencuentros nacionales, se trata de un avance. ¿Vendrá finalmente el día donde la única manera de ser de todos nosotros sea el diálogo democrático? “Los pueblos, como los hombres, no tienen alas –escribe el constitucionalista argentino Juan Bautista Alberdi–; hacen sus jornadas a pie y paso a paso”. Y puesto que lo hacen a escala humana, aprendiendo, corrigiendo y mejorando en cada paso, pueden en el siguiente dar un paso de gigante. [P]
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