
San Francisco Xavier de cara al futuro
La crisis hizo crisis en San Francisco Xavier. Se requiere diagnosticarla a cabalidad y trabajar en su solución. El pasado de la Casa Superior de Estudios destaca sobre el presente, pero su futuro debe destacar sobre el presente y el pasado. ¿La solución? Ever Romero Ibañez, destacado docente universitario, acierta en la propuesta: un renovado diseño operativo institucional de la Universidad, por su bien y por el bien mayor de Chuquisaca.
La idea de la crisis universitaria circula por los pasillos de San Francisco Xavier, como mínimo, desde hace 50 años. La crisis se halla configurada por deficiencias formativas de los estudiantes (Faceta Académica), por la brecha en la relación Universidad-Estado y Universidad- Sociedad/Región (Interacción Social) y por la insuficiente generación de conocimientos (Investigación Científica). La Universidad no estaría cumpliendo el rol socialmente esperado y la misión autoimpuesta en su estatuto orgánico: investigación científica, interacción social y formación académica de excelencia. Para algunos es indicador de la crisis su simple ubicación lejos de los primeros lugares en los rankings de las mejores universidades bolivianas.
Desde dentro y desde fuera, se habla de la crisis universitaria. Se reitera el diagnóstico, pero no se establecen las causas. Siendo precisamente la Universidad, ¡vaya paradoja!, la que enseña a reconocer los problemas en la sociedad, a formularlos y a proponer soluciones racionales. Deberíamos aplicar aquella frase de que la “caridad debe empezar por casa”, es decir, determinando con precisión científica las causas que impiden solucionar su recurrente problemática interna.
Cobra valor lo dicho por Taylor Caldwell en El abogado del diablo, donde afirma que el aforismo “la ignorancia es gloria” resulta mucho más sensato que el “conocimiento es poder”, porque si el conocimiento es impotente e incapaz de señalar una válvula de escape –añade Caldwell–, la misma percepción de su impotencia aumenta su desesperanza. No creo que la Universidad quiera eludir su deber de conocer las causas de sus problemas; pero, las apariencias pudieran ser verdaderas, porque no se percibe acciones institucionales para identificarlas y revertirlas con decisión política firme.
Elementos de la crisis
Emplearé la palabra crisis como situación difícil que amenaza el logro deseable de los fines académicos y como un entramado problemático que obstaculiza el óptimo funcionamiento universitario. Aunque la crisis, stricto sensu, implica riesgo o amenaza grave al funcionamiento normal de una entidad, la Universidad no se encuentra en un estadio que ponga en duda, ni remotamente, su continuidad o que sus resultados sean siempre cuestionables, al contrario, la Universidad, estabilizó y naturalizó los elementos de la crisis para convivir con ellos. Los institucionalizó como formas colectivas o referencias negativas para “no hacer” o para tener la opción de no hacer. Pero es una convivencia que posterga la idea de la excelencia y retrasa en décadas su modernización. La cualidad de institución moderna implica desarrollar el proceso educativo a la par del avance de la ciencia en el mundo, produciendo profesionales de élite en las disciplinas que imparte y resolviendo con eficacia los problemas sociales. Pero la Universidad no deja de ser el reflejo del nivel de desarrollo económico, político y cultural de la sociedad, y de la ubicación de Bolivia (en cuanto a ciencia, investigación, tecnología) en relación a los países industrializados. Docentes y estudiantes forman parte de un tipo histórico de sociedad, y en esa condición se insertan a la Universidad para seguir reproduciendo sus condiciones culturales; pese a ello, debemos esperar y exigir que la Universidad, como institución pensante, guíe a la sociedad en base a un proyecto regional que Chuquisaca carece.
A la hora de mirar lo que no está bien en la Universidad, no deberíamos poner en la misma bolsa a docentes y estudiantes de primer nivel, que cumplen roles académicos de excelencia; no obstante, la injusta generalización, deja a todos, sin remedio, en la bolsa de los problemas comunes.
La lista de los problemas detrás de la crisis puede ser larga: desarticulación de teoría y práctica, cogobierno burocratizado y sin iniciativas; comisiones técnicas de asesoramiento (académico, económico, planificación, investigación) perdidas en la rutina, o no son escuchadas por autoridades que no se dejan asesorar; direcciones administrativas funcionales acéfalas, autoridades universitarias sin posición técnica ni política ante problemas regionales o nacionales; muchos estudiantes que ni estudian ni asisten a clases, porque creen que no ejercer el derecho a la asistencia libre es un desprestigio, o docentes que no exigen lo suficiente o que consideran sus asignaturas como feudos, sin conexión con otros profesores; o que enseñan sin el imprescindible equipaje de la experiencia laboral previa; injustas brechas salariales entre los 558 docentes titulares, los 529 no titulares, los 126 docentes a contrato y los 58 suplentes; distorsión en la relación (1-1) de administrativos (1.255, dato año 2022) y docentes (1.271, dato año 2021); planes de estudio desactualizados; oferta académica no respaldada por la demanda, con exceso o déficit de alumnos (83 carreras distribuidas en 16 facultades) para cobijar hoy a 41.475 alumnos; inexistencia de reglamentación operativa para el ejercicio de derechos docentes o estudiantiles; congreso interno sin fecha, relaciones prebendales con algunos dirigentes estudiantiles. Y podríamos seguir. Estos problemas están ahí y se reproducen año a año. No creo en soluciones individuales de los problemas universitarios, creo en soluciones colectivas, por tanto, en soluciones institucionales.
El imperativo del diseño institucional
Sostendré aquí la idea de que la crisis podría explicarse por el insuficiente diseño institucional de la Universidad, mejor dicho, por la ausencia de esquemas operativos que lleven a producir los resultados deseados. Albert Einstein dijo: “No podemos resolver los problemas pensando de la misma manera que cuando los creamos”. Con el actual diseño, sea quien sea la autoridad (rector, vicerrector, decano o director), nada cambiará o cambiará poco. La reproducción del statu quo estará garantizado si la Universidad no redibuja su estructura institucional. La prueba está en el hecho de que en épocas de bonanza económica o en tiempos de déficit presupuestario, esencialmente reprodujo sus mismas condiciones de desenvolvimiento formativo, investigativo y de interacción. No puede señalarse como causa que impide reformar la Universidad, por ejemplo, la carencia de recursos económicos. Esta evidencia valida la idea de que el problema es el diseño.
Pongo el acento en el diseño institucional, porque una institución establece lo que inevitablemente debe hacerse. Si se instituyen modos de conducta para los universitarios (en sentido amplio, con ello me refiero a autoridades, docentes, estudiantes y administrativos), esos modos tienen posibilidad de ser repetidos, y si son resistidos, se activará sobre la comunidad universitaria los mecanismos de coerción institucional. Una forma de conducta instituida es presión sobre la conciencia, la mente, las prácticas de las personas. Establecer formas de conductas no significa sepultar la libertad de cátedra, la libertad de pensamiento, la independencia ideológica o la autonomía intelectual de un docente o de un estudiante. No. Significa señalar marcos referenciales de la acción académica.
Cristalizar maneras de comportamiento conlleva limitar las opciones para no eludir una obligación directamente conectada con la misión docente y el deber laboral (formar, investigar) o estudiantil (estudiar y aprender a investigar). El punto sería que al actor universitario no le quede otro camino que cumplir con lo que ordena la institución (no la autoridad), para el logro eficiente de su rol educativo. La opción de no subordinarse a la pauta de comportamiento no puede existir. El siguiente ejemplo es útil. Hasta hace apenas un par de décadas no formaba parte del diseño curricular el apoyo al estudiante para la concreción de su investigación de grado. El egresado, huérfano de apoyo, afrontaba el solitario deber de elegir un tema y realizar, si podía, su tesis de grado. Si lo hacía o no, no era de interés institucional. Ahora, el estudiante cuenta con la materia de Seminario para hacer, en sus últimos dos años de estudios, la tesis de grado. El estudiante no tiene la opción de no hacer. Si quiere egresar, sí o sí, debe presentar la tesis concluida en el último año de estudio. ¿Qué lo hizo posible? La modificación del diseño académico-institucional.
En el caso del docente queda a su discreción investigar, publicar, elaborar un texto, preparar una ponencia, realizar prácticas, interaccionar, o no hacerlo. La Universidad mira para otro lado con relación a esos temas ¿Por qué?, sencillamente porque no está diseñada para ordenar y guiar las conductas laborales en esa dirección. Si un docente supiera que tiene la ineludible obligación de producir resultados investigativos en una gestión académica, sin dudarlo, organizará su tiempo para esa finalidad. Porque el docente sabrá también que cuenta con las condiciones materiales, operativas y procedimentales, aportadas por el diseño institucional para realizar su tarea. No todos los docentes somos iguales. Los hay brillantes, que investigan y publican, y a quienes la Universidad debe apoyar, estimular, premiar, financiar sus viajes a eventos científicos. Y a los que son menos brillantes, que no tienen la motivación subjetiva o el hábito de investigar, el diseño institucional tiene que ayudarlos en su nivelación con quienes son vanguardia investigativa.
Entonces, un modo de conducta, al ser una manera obligatoria de hacer las cosas, producirá la habituación o la repetición de comportamientos en docentes y estudiantes. El marco referencial de conducta no conlleva arbitrariedad, porque tendrá como fuente de legitimidad y legalidad de valores y principios colectivamente compartidos en la creación del diseño; normas, reglamentos, procedimientos y manuales democráticamente aprobados; además de las condiciones de equipamiento, infraestructura y recursos diversos al servicio de la formación, la investigación y la interacción.
El reto de las nuevas autoridades
Las elecciones universitarias son una lucha por el control del poder institucional, y deberían diferir de una típica elección política en la que se vota en contra y no en favor de una opción ideológica. La preferencia electoral debería tener como fundamento los programas de reforma institucional, la evaluación de los debates en cada facultad; pero no, no se debate, no se discute, no se polemiza, no se contrastan pensamientos. Se vota por personas, no por la fuerza y el contenido de sus ideas o proyectos. Y es así, porque no hay Proyecto Universitario, o los candidatos no lo tienen. Se dice lo que se quiere oír, pero en lo que no se cree. La propuesta de matrícula cero, por ejemplo, es una oferta demagógica, no es institucional.
¿Qué esperamos de las nuevas autoridades? La construcción del Proyecto que incluya el diseño operativo de una nueva trama institucional destinada a modificar conductas, para lo cual deben convertirse y comportarse como un grupo dirigente. Cada autoridad dispondrá de ocho horas diarias (¡tiempo suficiente!), durante cuatro años, para pensar, articular y ejecutar ideas. Lo contrario, implicará seguir con la improductiva rutina administrativa que no transforma y vegeta. Asumirse como un grupo dirigente, presupone pensamiento estratégico, espíritu crítico y creativo para imaginar un horizonte de destino, y la habilidad para trazar su camino; convencerse que durante cuatro años serán una élite dirigente; docentes con estatus distintos, y desde esa posición, guiar, ver lo que otros no ven, estar dos pasos por delante de los demás en el reconocimiento de los problemas, en la determinación de las causas, en el diseño de las soluciones y en su aplicación.
El VI Congreso de Universidades de 1984, propuso un Nuevo Modelo Académico, pensado en formar profesionales comprometidos con el “proceso de liberación nacional y social” (eran tiempos ideologizados). Esperamos que las autoridades construyan y ejecuten el Proyecto Universitario con un Nuevo Modelo Académico pensado en preparar profesionales para el desarrollo regional. Debe haber un horizonte político y cultural en la Universidad, y debe ser la región, Sucre, Chuquisaca, luego el país.
El Proyecto debe poner en valor la esencia de la autonomía universitaria, que es la condición de posibilidad de la libertad intelectual y las diversas formas de pensar los problemas y de la búsqueda de sus soluciones. Eso nos lleva al terreno de la investigación y la interacción, las cuales, deberán ser interdisciplinarias (intra e interfacultativas), porque los problemas sociales son multicausales.
La interacción supone encarar la relación Universidad-Estado (la Universidad forma parte del Estado), Universidad- Empresa y Universidad-Sociedad. La manera de hacerlo es concibiéndola –aquí sigo al filósofo y politólogo Luis Tapia Mealla– como espacio público abierto al debate, y como orientación a la producción del conocimiento relativo a sus problemas, y luego, como escenario de explicaciones y respuestas a esos problemas desde las soluciones construidas por docentes y estudiantes a través de la investigación. Hoy, la Universidad pareciera que dormita sobre sus cuatro siglos (así lo sentimos todos o la mayoría); semifeudalizada e ignorando el mundo que la rodea.
Quedó dicho, es improbable la reforma, el cambio, la investigación, sin un nuevo diseño operativo institucional. Es la condición sine qua non para hablar de transformaciones. No deseamos darle razón a lo afirmado por Tomasi de Lampedusa en su Gatopardo: “Y, después, todo seguirá igual pese a que todo habrá cambiado”. Se suele decir: “basta de promesas, queremos hechos”, hoy, tendríamos que expresar: basta de hechos, de los mismos hechos; queremos promesas, queremos que las nuevas autoridades inicien un nuevo momento en la historia de San Francisco Xavier, de cara a un nuevo siglo de vida institucional. [P]
Urgente
“Basta de promesas, queremos hechos”, hoy, tendríamos que expresar: basta de hechos, de los mismos hechos; queremos promesas, queremos que las nuevas autoridades inicien un nuevo momento en la historia de San Francisco Xavier, de cara a un nuevo siglo de vida institucional
Ever Romero Ibañez, Docente universitario