Francia, cuna de la revolución que marcó el mundo, se halla en diversas encrucijadas que generan una crisis de características complejas, pero identificables. Con una Europa al borde de una guerra en su flanco este; con África cuyas relaciones de colonización nunca han terminado de quedar resueltas y en franca retirada en el continente; con un aparato administrativo muy centralizado y de eficacia claramente mejorable, así como problemas internos importantes de orden político, como la situación de Córcega exigiendo más autonomía. O bien, con la configuración política del parlamento francés, donde la extrema derecha ha avanzado más de lo que era previsible y el gobierno no tiene mayoría sin pactos difíciles. Y, todo ello, sin olvidar los efectos de una pandemia que se hacen notar en la economía y una alta tasa de inflación. Añadamos una amalgama de más factores que no podemos ahora examinar en el marco de este comentario y que explican que un fuerte malestar social se haya desbordado.
En realidad, hace ya años que el estado de insatisfacción social es muy palpable en capas sociales cada vez más amplias. En este estado de cosas, el gobierno de Macron inicia una reforma del sistema de pensiones públicas cuya pretensión es elevar la edad de jubilación hoy situada en los 62 años a los 64, con condiciones de cotización previas de 42 o 43 años. Esta reforma es claramente impopular y rechazada por el 72% de los franceses según un estudio reciente del Instituto Elabe.
La reacción sindical ha sido efectuar llamadas a la huelga general y la semana de 7 al 11 de febrero van a continuar las protestas masivas. Se estima que se pretenden rebajar las pensiones y rebajar impuestos a las empresas y rentas medias y altas. No es seguro que el gobierno sea capaz de sacar adelante esta reforma y aunque su esperanza es que la movilización se vaya desgastando, el hecho es que estamos ante el detonante de una crisis social mucho más amplia cuyos efectos están por verse a corto plazo.
Los estudiantes que tuvieron un rol social importante en las protestas de los años 1968 o 2003 están aún en un rol de observadores, pero la problemática de la gente joven (vivienda, precarización de trabajos y otros) puede emerger en cualquier momento y sumarse a aquellos grupos sociales cuya preocupación tiene que ver con sus pensiones de futuro. De alguna manera, Francia es hoy una olla a presión. El deterioro del nivel de vida y los servicios públicos está politizando a un amplio espectro de la sociedad.
Byung-Chul Han es un filósofo contemporáneo de origen surcoreano afincado en Europa, a cuyos novedosos análisis se les está prestando mucha atención y también es un buen conocedor de la sociedad francesa. Los puntos de vista de este autor sobre la sociedad del cansancio y la crisis de la democracia por el impacto de las nuevas tecnologías estimamos que deben ser muy tenidos en cuenta. Sostiene Han que estamos aturdidos por el frenesí de la información e impotentes ante un tsunami de datos que despliega fuerzas destructivas y deformantes. Igualmente, que nos enfrentamos a una sociedad cuyos miembros están vitalmente cansados. Descrito así el contexto social, lo que sabemos respecto de la psicología de la protesta y del abordaje de conflictos estructurales, que van estallando de golpe o sucesivamente, configuran un cuadro netamente insuficiente para evaluar la tendencia de los acontecimientos franceses en el corto y medio plazo.
Francia ha sido y es un laboratorio de experiencias sociales, y deberíamos estar muy atentos al conjunto de acciones que van a definir el devenir inmediato de la sociedad francesa. [P]
