
Tanto en El Buen Gobierno como en Democracia y Confianza, el historiador político francés Pierre Rosanvallon, atiende al creciente fenómeno del descontento con la democracia representativa. Indagando desde la Revolución Francesa, pasando por las Guerras Mundiales y llegando a la última década, el autor halla una “asimetría estructural entre gobernantes y gobernados”, dado que la tecnificación de la administración pública habría llevado a los gobiernos a concentrar decisiones en los Órganos Ejecutivos –o sea, la democracia representativa favorece a los presidencialismos–, debilitando, por ejemplo, a los legislativos pero, más preocupante, atenuando a los controles desde la sociedad a lo público.
Para Rosanvallon la salvación de la democracia representativa está en lo que él denomina contrademocracia que es, básicamente, la autoinstitución de la sociedad donde existe una participación permanente de los ciudadanos en asuntos de interés público. Este, de hecho, es un terreno que se ha venido explorando más en las ciencias políticas. David Van Reybrouck en su Cómo salvar la democracia. Contra las elecciones explica cómo el concepto mismo de democracia va cambiando desde la antigua Grecia hasta nuestros días y que, de ser una forma de gobierno fundada en el sorteo y en autoridades que cambian constantemente, lo que hoy se entiende como democracia representativa y su énfasis en elecciones, estaría conduciendo a crear un sistema político aristocrático no hereditario, con una pérdida de confianza casi insuperable y un “síndrome de fatiga democrática” que se replica mundialmente. Lo curioso entre Rosanvallon y Van Reybrouck es que ambos plantean como solución un modelo birrepresentativo, entre la democracia representativa indirecta y una contraparte social que vigila a esos presidencialismos que hacen ilegible lo público.
La emergencia de los Comités Cívicos
Ambos autores dicen implícitamente que la democracia representativa convive con desconfianza. Aunque sociedades como la boliviana –con partidos poco institucionalizados, mala calidad de representación política, mediaciones sociales cooptadas, polarización– no son parte de sus análisis, queda claro que más deliberación y participación es igual a mayor confianza en el sistema político. Pero el caso boliviano debería ser ejemplar: la creación de Comités Cívicos alrededor de la década de los 50 pretendía mediar demandas regionales hacia el Estado central, a partir del modelo de desarrollo planteado por el Plan Bohan, desde una visión “apartidaria” y mayormente referida a la inversión estatal en regiones periféricas como también a la distribución de regalías hidrocarburíferas que servirían para proyectos de modernización en las mismas regiones. Tanto Comités Cívicos como Asambleas son formas de participación política en Bolivia que conviven con una desconfianza crónica en el sistema político del país, pero también orientan las decisiones políticas.
Entonces, si el sistema político boliviano está bajo constante escrutinio también es cierto que hay una crisis de gobernabilidad en Bolivia. Es decir, si hay poca confianza política en el país, entonces hay poca comprensión de lo que el mismo Rosanvallon entiende como “buen gobierno”: poca predisposición a la rendición de cuentas, poca responsabilidad política (que el político piense antes en fortalecer la democracia que en su propia carrera), y poca responsividad que es igual a un gobierno interactivo, que tenga la disposición a someterse constantemente a evaluación desde lo social.
Si los Comités Cívicos y las Asambleas son formas políticas que se han constituido por fuera de los partidos políticos y de lo institucional/formal en Bolivia, tienen potencia para velar por el funcionamiento democrático y, podrían acercarse a lo planteado por Rosanvallon en el último capítulo de El Buen Gobierno, a funcionar como consejos de funcionamiento democrático, organizaciones de control ciudadano o bien, más importante, en crear una democracia de confianza o democracia de ejercicio.
Sin embargo, hay que hacer consideraciones. Benjamin Barber decía en Un marco conceptual: la política en el modelo participativo que, para tener una democracia fuerte se requiere de una participación constante del ciudadano en los asuntos públicos; pero que, si esa deliberación estaría sujeta a elementos unitarios (identidades colectivas, raza, cultura), esta terminaría favoreciendo a pequeños grupos a cargo del colectivo que intenta deliberar.
Con todo, los Comités Cívicos serían una solución a la crisis de confianza de gobernabilidad y de representatividad que vive Bolivia: tienen la potencia de orientar el diseño de políticas públicas, de crear agendas políticas y de guiar a lo social hacia objetivos en común. Si la democracia boliviana quiere salvarse, tendrá que dialogar más con los Comités Cívicos, y estos tendrían que modernizar y democratizar su forma de participación política. [P]
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