Racismo y reparaciones históricas
La multiculturalidad y el conjunto de conflictos que provienen de las relaciones interétnicas, no es algo que caracterice únicamente a la sociedad boliviana. Una serie de análisis, en su mayoría fatalistas, tratan de situar a la ideología indianista, o bien como detonante para quebrar el sistema democrático, o como aquella suprema profecía cuyo papel histórico sería descolonizar Bolivia e instalar una nación india. Ambas posiciones cierran el camino para aprender de otras experiencias y mirar más allá de actitudes tajantes.
Vacío llamativo
El movimiento indianista en el occidente de Bolivia, tiene muchos paralelos con grupos radicales afro-americanos, que en todo momento están reclamando “reparaciones históricas” por años de esclavitud y ultraje en los Estados Unidos desde el siglo XVI. Naturalmente, los debates han puesto a la sociedad estadounidense frente al dilema de pagar dinero en efectivo, o impulsar un intenso programa de reformas sociales donde no sólo se considere a la población negra, sino también a millares de grupos étnicos que todavía son sometidos al prejuicio racial, discriminación o servidumbre. Intelectuales, políticos y tecnócratas discuten en Estados Unidos, tal como los dirigentes del indianismo y el gobierno en Bolivia, cuáles serían los términos del pliego petitorio. ¿Cuánto pagar, si existiera tal posibilidad, y hasta dónde rectificar históricamente los errores de la segregación para satisfacer a las actuales generaciones que descienden de los esclavos –y podríamos incluir–, indígenas del mundo andino?
¿Debería la población de tez blanca de Bolivia y Estados Unidos sentirse culpable como para asumir un compromiso que concluya en una reparación monetaria o el reconocimiento de una autonomía étnica? Si esto es así, ¿cómo democratizar los beneficios hacia otros grupos sociales que también merecerían gozar de relaciones interétnicas más equitativas? Cuando el conjunto de reivindicaciones solamente se orienta hacia contenidos raciales o culturales excluyentes, la consecuencia inmediata es una polarización que destruye toda posibilidad para conseguir soluciones pacíficas.
Esto es lo que hizo el indianismo, que, con una extraña mezcla entre viejas tesis de Fausto Reinaga, posiciones marxistas y teorías del colonialismo interno, busca metas de corto plazo: debilitar a la democracia representativa, deslegitimar al sistema de partidos y ganar posiciones durante las elecciones presidenciales. Sin embargo, el movimiento indianista en ningún momento propone políticas de largo plazo en materia de reconversión productiva y superación progresiva de la pobreza campesina. Ni el marxismo, la teoría del cholaje o el colonialismo interno, reflexionaron alguna vez sobre los actuales desafíos de la globalización, lo difícil que es integrarse a estructuras de mercado fuertemente competitivas, el papel de la tecnología, el cambio climático y la educación para impulsar toda economía, o los volúmenes de inversión y productividad que se necesitan para industrializar y generar empleo en el área rural.
Unirse frente a los retos
Con esto, tampoco se pretende negar que la democracia en Bolivia se resiste a superar su elitismo e ineficacia. El discurso de la gobernabilidad política y económica demostró ser una máscara partida en dos: la Bolivia de los pocos privilegiados y la Bolivia de indígenas y pobres de todo tipo que hasta ahora no reciben los beneficios del libre mercado, sino mayor inequidad. Precisamente por esto, la única vía de solución duradera es una reconciliación entre grupos étnicos para que, en conjunto, se supere el marasmo de desventajas que hoy día encierra al país en los sótanos de la globalización.
Las especulaciones sobre nuestra identidad étnica son una búsqueda que nos obliga a mirar lo más profundo de uno mismo, pero al final solamente permite encontrar a los “otros”: q’aras, pobres, mestizos, negros y mundo andino. El esencialismo con que actúan los indianistas bloquea procesos de reconciliación más abarcadores y de largo plazo, cuyo único objetivo es negar a Bolivia la posibilidad de ser un país. Al otro lado de la cerca, las élites hegemónicas aún se empeñan en proteger sus privilegios, sin comprender que estos podrían convertirse en migajas si no se comprometen también con una reconciliación y mayores reformas.
Este no es el acabose. El conflicto interétnico en Bolivia también tiene otro paralelo con las luchas del Parlamento Sudafricano para eliminar el apartheid que institucionalizó la discriminación racial y donde las poblaciones negras fueron sistemáticamente abandonadas en el analfabetismo, la proliferación espantosa del Sida y el odio convertido en tortura. Sin embargo, Sudáfrica también impresiona por todo el proceso de reconciliación que, desde la llegada de Nelson Mandela al poder hasta nuestros días, nos enseña cómo alcanzar márgenes expectables de paz y metodologías para resolver conflictos en medio del estremecimiento. La fórmula: proteger nuestra unidad como nación, única garantía para hacer frente a un mundo que puede ser más brutal e infernal si triunfan los sectarismos puritanos, cuya subsistencia siempre será momentánea. [P]