
La oposición desestructurada
La caída de Goni en 2003, se llevó también a los partidos tradicionales: MNR, ADN, MIR, NFR, UCS; y sus herederos políticos: Mesa, Tuto, Doria Medina o Manfred, no lograron renovarse para retomar y disputar el poder, representando el fin de la “democracia pactada”.
Desde el 2006, el MAS, convertido en partido predominante controla las decisiones políticas sin necesidad de acuerdos con los opositores. No solo eso, sino que el MAS logró posicionarse discursivamente como expresión de lo nacional-popular y del cambio social, y los opositores endilgados como manifestación de lo oligárquico y antinacional. Desde ese momento, el rol opositor fue quedando fuera de las organizaciones políticas, disperso en la sociedad civil.
Los partidos tradicionales dejaron incólume los dos grandes problemas bolivianos: la exclusión indígena-campesina y el centralismo del Estado, junto a la herencia del Estado mínimo, monocultural y la economía neoliberal. ¿Cómo procesó el MAS esos problemas? Con la idea del Estado plurinacional para la inclusión social, con capitalismo de Estado (creación de empresas), nacionalización y economía plural con base extractivista y rentista, pero sin tocar el espíritu del mercado dibujado en el D.S. 21060 por el MNR, y con una conversión si fe hacia las autonomías, y sin Pacto Fiscal para romper el centralismo económico. ¿El MAS, resolvió esos problemas? No. Simplemente medró de ellos, como fuente de legitimidad para renovarse en el poder y para situar en el Estado a una nueva clase política de representación corporativa, sin inclusión social sostenida.
Entonces, en Bolivia sigue irresuelta la fractura social histórica de la sobreposición desarticulada de dos tipos de sociedad que coexisten: la sociedad moderna capitalista y las sociedades tradicionales o comunitarias, cada una de ellas con distintas ideas sobre sus formas de autoridad y de cómo organizar el Estado. El Estado plurinacional, convertido en entelequia, no está siendo el camino de la unidad política boliviana; por el contrario, es un elemento de reavivamiento de la división social y de la polarización política: blancos, mestizos, indígenas, campesinos u originarios cobijados o no en partidos, sosteniendo una abierta o soterrada lucha para resistir o imponer modos de vida. Es una lucha por la dominación con raíces etnocéntricas y derivaciones racistas.
Los opositores ven al Estado plurinacional como un galimatías que desdibuja los contenidos de la república, entonces, ¿qué le queda a la oposición? Responder a la idea política del MAS con un proyecto político propio. Aquí donde empiezan los problemas, porque no hay claridad sobre su contenido. Y no se puede hablar de proyecto sin hablar del partido(s). Lenin consideraba que la organización del partido es la premisa más importante de la victoria, junto a la condición de cohesión ideológica y orgánica, y la permanente labor teórica asociada a la formación política.
Es lo que no hay en la oposición, no hay partidos con estructura y presencia nacional, con una definición ideológica capaz de ser reconocida por la sociedad. Si no hay claridad ideológica, no podrá forjarse proyecto alguno. La oposición deberá elaborar una idea de país no centrada en responder al MAS, sino a los problemas de Bolivia que el propio MAS eludió y que persisten: exclusión, división social y centralismo estatal.
Sabiendo que el MAS es de izquierdas, con base indígena, campesina o popular, ¿la oposición responderá definiéndose de derechas o liberales; socialistas o izquierdistas moderados; socialdemócratas o de centro; conservadores o progresistas, pro indigenistas o no? El ser una u otra cosa prefigura un contenido, anuncia principios y anticipa una idea del proyecto político y permite perfilar la probable organización del Estado, la política o la economía. Predicar como invalidación del MAS, el ser democráticos y ellos antidemocráticos, o prometer respetar el Estado de derecho, es un inicio, pero es insuficiente. La tarea programática de unos y otros, debería pasar por ganar el centro político. Cautivar a la clase media urbana; a esa clase que apoyó el derrocamiento de Evo Morales y que los opositores la creyeron de retorno a su seno, pero que sigue siendo esa misma clase oscilante y pendular que votó a Arce para que el MAS retome el poder.
No hay posibilidades de disputar el gobierno sin partido y sin presencia territorial, sectorial y funcional de alcance nacional, ni sobre la base de movimientos ciudadanos amorfos como respuesta a los movimientos sociales del MAS, que sí gozan de organización, estructura y dirección política. ¿Por qué insisto en el partido? Porque confiere organicidad y dirección, y puede garantizar la disciplina de sus militantes en espacios legislativos y porque el elector podrá exigirle cuentas. Hoy, en Creemos o Comunidad Ciudadana, ¿quién responde sobre su accionar político? Nadie. Al no haber partido, se impone el accionar discrecional sin responsabilidad personal ni colectiva. El partido debe ser el núcleo duro de pensamiento y acción a partir del cual realizar articulaciones políticas con plataformas, sectores, gremios, pueblos, movimientos ciudadanos, y no al revés.
Otro problema es la dispersión de fuerzas opositoras departamentales, que ven sólo la región y no el país. Líderes locales que, al ser dueños de agrupaciones ciudadanas, son refractarios a subordinarse a acuerdos políticos en los que prima la discusión de candidatos y no el programa; por tanto, la idea de un frente único para el 2025 es mera ilusión. La inexistencia del partido, la carencia de proyecto político y la ausencia de un líder con presencia nacional configura el oscuro panorama de la oposición. Walter Guevara ya lo dijo: “Bolivia es un país en el que la gente vota por caudillos”, ¿y quién construye a un caudillo? El partido. Los opositores deben hacer su trabajo y no esperar apoltronados una hipotética autodestrucción orgánica del MAS para tener chance política. [P]