
La educación boliviana como despreocupación colectiva
La Revolución Francesa terminó con la fatalidad de nacer y morir en el sitio social en que se nace. Hizo posible modificar el destino personal preestablecido, para alcanzar lugares sociales distintos a partir de los méritos personales no frenados por el estatus de nacimiento. Los logros educativos y económicos permitieron la movilidad social vertical ascendente a quien se propusiera alcanzarla. ¿Quién hace posible lograr metas educativas individuales y colectivas? La educación, a través de los profesores.
La importancia de la educación para la sociedad es indiscutible. En nuestro país, tres millones de alumnos (de la educación regular, especial y alternativa) estarán en aulas en la gestión 2023; de ellos 49% son mujeres y 51% varones; distribuidos el 70% en el área urbana y el 30 % en el área rural. El 90% recurre a la educación pública y el 10% a la privada. Cerca de 170 mil profesores tienen en sus manos formar al 25% de la población boliviana. El presupuesto para la educación es de 26 mil millones de bolivianos.
El conflicto entre el magisterio y el gobierno tiene como causa la petición de más presupuesto, más ítems, la realización del congreso educativo, y de manera transversal, la objeción a los nuevos contenidos incorporados en la malla curricular; considerados de improbable aplicación operativa, por un lado, y por otro, como un intento subrepticio de instrumentalizar la educación para fines político-ideológicos, o que apuntan a la ruptura con valores familiares tradicionales; por ejemplo, con el modo de abordar la sexualidad en los niños y los adolescentes, o distorsionar hechos históricos o exaltar la forma social y política comunitaria, en desmedro de las formas modernas o liberales.
La movilización de los maestros, impone la necesidad de analizar la educación como problema de la sociedad y no sólo de los educadores; mirar el rol del Estado y del gobierno, y, a partir de ello, pergeñar la necesidad colectiva de un pacto educativo que trascienda regímenes políticos y se convierta en política de Estado.
Sociedad y educación
Es opinión compartida la idea de que la educación boliviana está distanciada de los estándares de calidad logrados en países con alta eficacia educativa (Japón o Finlandia), medidos vía informe PISA (Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos), en lo referente a rendimientos en lectura, matemáticas y ciencias. Bolivia prescinde de las pruebas PISA, argumentado que los criterios de calificación están pensados con espíritu capitalista y privatizador, y que no se acomodan a la realidad boliviana: “Bolivia es un país soberano y desde ese punto de vista, nosotros no podemos aplicar (la prueba PISA) porque tenemos nuestro propio sistema educativo plurinacional, establecido a partir de la Ley 070. En ningún momento se aplicó ni se aplicará”, según el ministro de Educación.
Como excusa general, se dirá que no necesitamos parametrizar nuestro rendimiento educativo para confirmar que no estamos bien en logros educacionales; que las deficiencias formativas en el colegio y en la Universidad están a la vista, o que basta mirar el desarrollo económico del país para saber que la buena educación sigue siendo una expectativa postergada sin fecha de materialización, o que hay población pobre que no logra superar esa condición por sus enormes déficits educativos; sabiendo que es así, ¿pensamos la educación como un problema social que concierne a todos? No, no pensamos y no actuamos como lo que es o debería ser: una responsabilidad individual y colectiva. Una corresponsabilidad social que concierne a todos.
Al contrario, imaginamos que el Estado y sus gobernantes se ocuparán de resolverlo, o que debería ser preocupación de los actores políticos; o simplificando aún más, creemos que es una tarea exclusiva de los profesores: “y que para eso les pagan un salario”, o imaginamos que nuestra tarea está hecha por llevar a los hijos al colegio; o a lo sumo concedemos que los dirigentes de padres de familia hagan su papel y defiendan la educación, ¿cuál educación defender? ¿la educación tal como está y tal como la recibimos hoy? Desde luego que no.
Los padres deberíamos defender una idea de la buena educación, y, ¿cuáles son los contenidos de esa buena educación? No los tenemos a la vista, o los ignoramos porque no nos involucramos, o porque sentimos que la educación es parte de un sistema complejo de difícil elucidación en el que chocan intereses generales, particulares o políticos, dejándola como cuestión subalterna. ¿Por qué la educación para los decisores políticos es cuestión de segundo orden? Sencillamente porque los tiempos políticos no coinciden con los tiempos educativos. El político piensa en el rédito electoral inmediato, no en resultados que se verán 20 años después.
Y no se trata de copiar modelos exitosos e implantarlos coactivamente. Lo dijo Vilho Hirvi: “una nación educada no puede ser creada por la fuerza”, exige, por tanto, la necesidad del consenso social; más aún en un país multisocietal como Bolivia en el que cuesta construir articulaciones generales que sirvan por igual para los pueblos indígena originarios campesinos, para los “blancos”, afrobolivianos, mestizos o para ese sujeto político de creación constitucional llamado “interculturales”, cuya prioridad, precisamente, no es la cultura.
En suma, la sociedad como un todo, mira para otro lado o decide no ver los problemas educativos y no logra activarse para situar la educación como asunto de primer orden en la agenda pública, política, económica o institucional del Estado y de la misma sociedad. Cuando hablo de la sociedad, me refiero a sus expresiones organizadas que se encuentran fuera del Estado: dirigentes y federaciones vecinales, comités cívicos, federaciones de empresarios, gremiales, cámaras diversas, colegios de profesionales, asociaciones de padres de familias, partidos y líderes políticos o líderes de opinión, dirigentes estudiantiles, sindicatos, centrales obreras, medios de comunicación o movimientos sociales, federaciones de campesinos; cada uno de ellos con voz propia, estructura y capacidad organizativa, pero pensadas solamente para la defensa de intereses particulares y no para trascender su campo de acción y mirar la relevancia colectiva de la educación.
Y es que la educación, como dijo Fernando Savater, educa en defensa de la sociedad y del respeto de sus instituciones, por tanto, la educación no puede ser responsabilidad individual; es una responsabilidad siempre pública, porque muchas personas sólo cuentan con la sociedad para educarse. Si la oportunidad de educarnos no la ofrece la familia o nos limita nuestras condiciones de nacimiento (nacer en una familia pobre sin tradición educativa y sin acceso a la cultura); esa fatalidad debe ser revertida por la sociedad garantizando el acceso a la educación de la población en edad formativa. Si no nos educa la sociedad, de acuerdo a valores sociales que son siempre públicos, nos educará la calle, con mala educación.
Estado y educación
La sociedad y el Estado (los gobernantes), todos, miramos con ojos de reproche el trabajo de los profesores endilgándoles los resultados educativos. Y lo hacemos injustamente, porque no separamos a los buenos maestros, que los hay, de aquellos no tan buenos, que también los hay. Generalizar la negatividad es un riesgo, porque el profesor desarrolla su trabajo en condiciones que distan de ser propicias: bajos salarios, sobrecarga de horas no remuneradas por el déficit de ítems, infraestructura insuficiente; laboratorios inexistentes o mal equipados, bibliotecas desactualizadas o bibliotecas digitales sin internet; alumnos con historias personales difíciles de gestionar o con posibilidades desiguales de acceso a los materiales de estudio; padres de familias que no respaldan el rol disciplinario del profesor, y que al contrario, en más de un caso, van al colegio a insultarlo; o en el área rural, escuelas sin condiciones para la enseñanza; en suma, insuficiencias diversas que inciden en los resultados generales, y que están ahí, a la vista, no revertidos, no gestionados. Es cierto también que en muchos sitios se goza de confort para un buen trabajo, pero los resultados deseados aún se dejan esperar. No obstante, aún dentro de las carencias, y fruto del buen trabajo de los profesores y de la autodisciplina del alumno, emergen bachilleres sobresalientes, convertidos luego, en profesionales que rayan a gran altura académica.
La Universidad tampoco mira la educación secundaria, no articula contenidos, pese a que sus aulas se nutren de ella, y esto es así, por la desarticulación del sistema educativo. La Universidad no desarrolla suficientemente la interacción y la extensión, y podría no limitarse a promocionar sus carreras en los colegios y sí coordinar con los profesores los saberes y las habilidades con los que espera que los alumnos lleguen a las aulas universitarias.
Dijimos que la sociedad espera que el Estado se ocupe y se haga cargo de la educación y de sus resultados. La sociedad, en sus procesos constituyentes, le dijo al Estado que la educación es su más alta función (Constitución del 38 y del 67). El 2009 estableció que “la educación constituye una función suprema y primera responsabilidad financiera del Estado, que tiene la obligación indeclinable de sostenerla, garantizarla y gestionarla”. Es un mandato imperativo, ineludible, obligatorio; pero eludido sistemáticamente por el poder político, antes y ahora, por igual, no obstante estar expresamente ordenado donde debe ir primero el dinero.
Los gobernantes no solo lo incumplen, sino quieren ir más allá del mandato y le asignan a la educación, a través de leyes, un sentido ideológico unilateral. La Revolución Nacional del 52 a través del Código de la Educación del 55, estableció en sus bases que la educación debe consolidar el nacionalismo revolucionario, “porque encierra un nuevo contenido doctrinal de proyección histórica para transformar la orientación espiritual del pueblo y de las futuras generaciones”. La Ley Avelino Siñani-Elizardo Pérez de 2010, quiere que la educación sea “descolonizadora, liberadora, revolucionaria, anti-imperialista, despatriarcalizadora; orientada a la reafirmación cultural de las naciones y pueblos indígena originario campesinos, las comunidades interculturales y afrobolivianas”, obviando a quienes no caben dentro de esas categorías: blancos o mestizos, o autoidentificados, sin más, como bolivianos.
La idea de la dominación social para conservar el poder a través de la educación es un viejo intento, es la ilusión de quienes buscan perpetuarse en la cima política a partir del control ideológico de las nuevas generaciones. El sociólogo Max Weber entendió la dominación “como la probabilidad de encontrar obediencia dentro de un grupo determinado para mandatos específicos o para toda clase de mandatos”. El economista Karl Marx situaba a la educación como parte de la superestructura ideológica y como irradiación de la base material de una sociedad, la que hoy se intenta modificar controlando los contenidos de la enseñanza. Entonces, cualquier intento de controlar la educación, pasa por el propósito abierto o solapado de uniformar modos de pensar, no pensados en la dirección de la unidad de los bolivianos. Pese a transitar tiempos de sociedades post disciplinarias, no descartemos que, desde el nivel político, se intente establecer lo que el filósofo Michel Foucault precisó: “la disciplina normalizadora que modela individuos, que construye conductas, evitando desviaciones”.
Una forma de trabajar la homogenización del pensamiento es a través de la aplicación monopólica, mediante la institución escolar, de contenidos definidos como válidos y legítimos por los gobernantes. El currículum, como intento de control social, no es sino un conjunto de conocimientos; la parte de la cultura global, que la escuela, el colegio y la Universidad impartirá. Es importante, entonces, que lo que se enseñe y lo que se deje de enseñar, tenga legitimidad y respaldo societal para evitar sesgos políticos. Sólo de ese modo entenderemos lo que el sociólogo Emile Durkheim describió con precisión, y que fue recogido por Tenti Fanfani, respecto del rol del profesor: “el maestro representa al conjunto de la sociedad. Realiza su tarea en virtud de una especie de mandato social: en el aula, el profesor representa intereses y valores que trascienden su persona”; su labor, no puede tener sesgos ideológicos o partidarios. De ser así, rompería la línea ética de apostolado educativo, para pasar de la formación científica a la deformación ideológica parcializada. Al respecto, dada la mentalidad crítica y autocrítica de los maestros bolivianos, es poco probable que avance la homogeneización ideológica; pero, vale estar prevenidos.
El profesor, en la era digital, de las TIC, de la inteligencia artificial y de la nanotecnología propia de las sociedades hipermodernas, donde la información desborda la capacidad humana; debe operar su propia metamorfosis de adecuación y actualización para seguir siendo símbolo de la verdad científica que divulga y transmite, y para enseñar a los alumnos a desarrollar el pensamiento crítico (que equivale a pensar por sí mismo) como medio de defensa de los intentos de manipulación. Se trata de no creer como verdaderas las versiones unilaterales de hechos sociales, políticos o históricos, distorsionados con propósitos no académicos. La preocupación es válida, cuando en un reciente acto político, se utilizó a una niña para declamar el “poema antiimperialista”, cuyo contenido atiza la polarización social boliviana, al convocar a “los hermanos originarios milenarios a defender la patria”, en contra de los capitalistas, considerados enemigos de la humanidad, pese a la evidencia inobjetable de que la forma dominante de producción de bienes en Bolivia es capitalista. Un emprendedor o empresario pequeño, mediano o grande, ¿debe ser visto como el enemigo a vencer? ¿A vencer por quién?. Resulta paradójica y contradictoria esa narrativa, cuando la propia universidad boliviana, educa para hacer empresa formando empresarios.
Pacto social educativo
¿Qué quedaría por hacer? Construir el pacto social educativo que trascienda partidos e intereses particulares y se convierta en política de Estado. El pacto no debe perder de vista los dos sentidos de la educación: el propósito instrumental a través del cual se prepara profesionales para el mercado o para conseguir trabajo, y una educación en ciudadanía, que puede preparar hombres y mujeres para construir la unificación política boliviana (no partidaria), de modo que los nuevos ciudadanos le deban adhesión emocional, fidelidad y respaldo a las instituciones comunes, sean estas políticas o no.
La sociedad boliviana es diversa social y culturalmente, por tanto, es heterogénea. La educación no debe reforzar las diferencias; debe persuadir con argumentos que convertir naciones culturales en naciones políticas nos llevará a estructurar e instituir la polarización social los próximos 200 años. Después de lograda la adhesión y el respeto a normas e instituciones comunes, ya cada quien podrá ejercer su derecho de cobijarse en sus tradiciones, identidades, costumbres, en la cultura de sus pueblos, en los modos de producción material de sus vidas, en sus gustos, en sus rituales o en sus modos particulares de organización social, familiar, política y económica que deben ser respetados; pero sin dejar de renovar su lealtad a lo que nos une con los demás, a lo común, a leyes y valores compartidos y a nuestras instituciones políticas socialmente construidas o reformadas en consenso para cobijar a todos los bolivianos/as.
Acepto el trabajo ideológico de los profesores, si es para cimentar las bases de lo común; para que la escuela modele la relación futura entre ciudadanos y promueva la integración social. Es útil citar aquí al escritor Ernst Renan, para quien la nación “es una unidad de destino, y que el vínculo nacional consistía no tanto en una memoria como en la complicidad de un olvido colectivo. Construir una nación es construir un olvido colectivo”, si no lo hacemos, se mantendrán las mutuas y deliberadas exclusiones sociales, los encierros etnocéntricos, la nociva polarización social y regional, los recíprocos ajustes de cuentas para no terminar jamás. Dicen que soñar no cuesta nada; pues a eso, a soñar. [P]