Es probable que, últimamente, de una forma u otra, muchas personas hayan escuchado la palabra “renovadores”, en clara alusión a una facción del actual partido gobernante (MAS). Según la Real Academia Española (RAE), renovar, significa: “Sustituir una cosa vieja, o que ya ha servido, por otra nueva de la misma clase”. Consecuentemente, estaríamos presenciando una corriente de opinión al interior del MAS, que pretende la sustitución de algo que consideran viejo o inservible. Pero la sustitución, se daría por algo “de la misma clase...” como dice el significado en stricto sensu, por tanto, lo mismo, sólo que empaquetado con nuevas caras, o caras más jóvenes.
La impronta de los denominados renovadores, entiende (en algunos casos) que renovar, es una cuestión que viene en clave generacional, un derecho que les asiste por su juventud. Esta visión más acomodaticia que práctica, no se condice con el mundo de las ideas. La célebre frase del filósofo italiano Antonio Gramsci (1930), “lo viejo no termina de morir y lo nuevo no termina de nacer”, no hacía referencia a una interpretación de orden generacional. En realidad, reflexionaba sobre el período de transición entre un orden social o político en declive y uno emergente. Gramsci sugería que, durante una transición, lo antiguo persiste y lo nuevo no llega por completo, dando lugar a tensiones y conflictos en la sociedad.
De qué renovación hablamos entonces, si básicamente la misma viene en el mismo formato, reforzando el statu quo, peor aún, ya no es revolución, ahora sólo es renovación. Convengamos que, si enfocamos el análisis en una visión meramente generacional, estaríamos cayendo en un burdo simplismo, en el entendido de que ser joven no es una virtud y mucho menos un mérito. Jóvenes fuimos todos y en algún momento de la vida, dejamos de serlo. En este sentido, la pregunta es, ¿necesitamos renovación? Creo yo que sí, de manera urgente, el agotamiento no proviene de causas biológicas, sino de la senilidad de las ideas, pero esta decadencia no es inherente únicamente a una fuerza política, el problema es que está enquistada en el pensamiento casi generalizado de nuestra sociedad, al punto de reproducir nuestro subdesarrollo de manera crónica.
“De qué renovación hablamos entonces, si básicamente la misma viene en el mismo formato, reforzando el statu quo, peor aún, ya no es revolución, ahora sólo es renovación”
Pero vayamos más allá del MAS, el espectro político actual es muy básico, compararlo con un accionar infantil, sería insultar a los infantes. Escuchar las declaraciones de los políticos oficialistas y opositores (con honrosas excepciones por supuesto), es una constelación infinita de exabruptos. Como dijo el eximio político y economista chileno Carlos Matus (1998), “la política en Latinoamérica está desenfocada, los políticos crean problemas de la política y se pasan resolviendo los mismos, pero no resuelven los problemas de la gente”. En la línea de ese razonamiento (que por cierto se hizo el siglo pasado, pero no ha perdido ninguna vigencia), la forma de hacer política parece conservarse en una capsula criogénica, no cambia, es vieja, arcaica y desfasada, pero sigue vigente, como si tuviera un pacto con el diablo, al estilo de la célebre obra El retrato de Dorian Gray de Oscar Wilde, escrita en el lejano 1890.
Y si de ejemplos concretos se trata, cito algunos. Como se entiende que en pleno siglo XXI, sigamos abrazando ideas tan arcaicas e impracticables, que además fueron un rotundo fracaso. Veamos, la creciente presencia de empresas estatales improductivas y deficitarias, y la fantasiosa idea de la industrialización con sustitución de importaciones, obedecen a las ideas cepalinas de mediados del siglo pasado, la interconectividad global y la producción mediante un modelo que encadena los circuitos de producción, requieren que los países entiendan que si quieren jugar en las grandes ligas, precisan insertarse con inteligencia y pragmatismo en los espacios de interés compartido mundiales.
Cuesta entender que nuestro premeditado e inexplicable aislamiento del mundo, parezca ser una política de Estado, evitando los espacios regionales e intercontinentales de integración claves, desconociendo que los mismos son cada vez más abiertos y competitivos. ¿Qué hace nuestro país a contracorriente del mundo, absteniéndose de condenar la invasión rusa a Ucrania en los foros globales? ¿Cómo se explica que nuestra sintonía y proximidad con Cuba, Venezuela o Nicaragua parezca hasta un motivo de orgullo? Por eso estamos seniles, no es una cuestión generacional, porque es más que evidente que al ver y escuchar a muchos jóvenes abrazar ideas prehistóricas, también los vuelve inservibles y renovables.
“No es cuestión de renovar, es cuestión de acabar con las ideas prehistóricas y dar un paso hacia adelante, formal y real, integrándonos al mundo”
Bolivia es un país con grandes potencialidades (qué novedad, dirán algunos), claramente no las supimos aprovechar, las oscilaciones de los ciclos de precios de los “commodities” (materias primas), son y han sido siempre el áurea que esperamos, no logramos salir del modelo primario exportador, el extractivismo es nuestro principio y fin, seguimos esperanzados en que la tierra nos dará eternamente sus riquezas para vivir como mendigos.
Nuestra vida se basa en la fortuna, poco en el esfuerzo, ahora que se acabó el gas vamos por el litio, recurso que también se acabará, y así, han pasado casi dos siglos y seguimos postrados en el fondo de las listas globales en cuanto a desarrollo, transparencia e institucionalidad, por tanto, no es cuestión de renovar, es cuestión de acabar con las ideas prehistóricas y dar un paso hacia adelante, formal y real, integrándonos al mundo, estableciendo alianzas inteligentes con quien al país le convenga, fomentando la investigación para el desarrollo, promoviendo una educación de alta calidad y dotándonos de un sistema judicial que sea capaz de brindar garantía del respeto a los derechos y las libertades de todos. No es tan difícil, pero mientras abracemos ideas prehistóricas, nos iremos extinguiendo lentamente, como los dinosaurios. [P]
Franklin Pareja, politólogo