La rebelión de los buenos

La rebelión de los buenos

Péndulo político César Rojas Ríos 25/09/2023 00:55
La política democrática viene encumbrando desde tiempo atrás a los peores, los mediocres y los corruptos de la sociedad. La peor calaña está en lo alto de la caña. La democracia se está convirtiendo en una mediocracia. ¿Cómo salir del atolladero?
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En 1987 la escritora argentina, Esther Vilar, arremetió con un nuevo libro, después del famosísimo El varón domado. El título era igual de sugestivo: El encanto de la estupidez. Vilar se preguntó: ¿Por qué cuando miramos a los puestos más altos del gobierno uno se encuentra con tanto estúpido y mediocre encumbrado? (Al día de hoy nada cambió, más bien parece agudizarse el fenómeno en su país y en el resto de América Latina). La tesis de la escritora argentina: el atrevimiento que se permite la estupidez. 

Complementaré la observación de Vilar: con una andadura de tres décadas, está a luces vista que la democracia no elige a los mejores hombres y mujeres, ni los coloca en los mejores puestos, más bien encumbra a los peores (en el norte, el caso paradigmático resultó siendo Donald Trump, en el sur, los tenemos a lo largo y ancho del espectro político en una discrecionalidad intensa). La tesis: los políticos han envilecido la política democrática y de esta manera la colonizaron en provecho suyo. Y así nos está yendo.

Expliquemos.

No existe democracia sin elecciones, sin competencia. Uno podría presuponer que como se trata de conquistar el podio más importante, como en cualquier competencia deportiva que se precie, en los puestos de largada debieran estar los mejores. Los más íntegros moralmente, los capacitados profesionalmente y los prestigiados en su comunidad. No es así. ¿Por qué? Uno. La competencia se hizo carísima; entonces se metió el dinero en medio, y la corrupción, ambas necesarias para asegurar una buena carrera hacia el poder. Dos. La democracia también es cuestión de números, o sea que las cantidades cuentan. De esta manera se hizo corporativa, y sus dirigentes valen, no por su valía personal, sino por el rebaño que tienen por detrás.  ¿Qué personas se van a prestar a estos juegos del hambre de dominio? Luego están las campañas electorales, más cercanas a un carnaval que a unos exámenes de competencia. ¿Quiénes están más dispuestos al ridículo y al escarnio público? Para colmo de males, los jerarcas del partido piden de los subalternos sumisión, aclamación y obediencia como la manera de asegurarse el acceso a los mejores cargos. ¿Quiénes se ofrecerán a prácticas cercanas a la humillación?

No debe extrañarnos entonces que los regulares, los malos y los peores (REMAPE) nos gobiernen. Los gobiernos son el espejo de las personas que ocupan los cargos de poder. Por una lógica simple de correspondencia, toca que malas personas hagan malos gobiernos, ¿podría ser de otra manera?

Estas prácticas degradan la democracia y dan como resultante a los peores en el poder, estos son los enemigos reales de la democracia. Tanto la izquierda como la derecha están atrapadas en su telaraña a la vez que la tejen con prodigalidad, porque conocen el juego y saben que derrama mieles sabrosas. Están cómodos y acomodados. Ellos no tirarán piedras sobre el tinglado que tan bien levantaron y cuidan con esmero apostólico, porque saben que está hecho para su uso y abuso.

No nos hagamos ilusiones los simples mortales. 

Mientras esto siga y todo parece indicar que seguirá, en América Latina seguiremos atrapados en el bucle de situaciones regulares, malas y peores para todos, pero espléndidas y risueñas para esos pocos (de izquierda y derecha, da lo mismo) que manejan los hilos de este juego que, si no causara estragos en las personas de carne y hueso, podría ser catalogado como el juego de los liliputienses. [P]

 

¿Cuál es la solución?

Requerimos dar incentivos para activar la participación de los buenos en la política para recalificarla (¡hasta ahora los presidentes se parecen a los ciudadanos, claro, sólo que a los peores de nosotros!). Esto implica pasar a una democracia deliberativa absolutamente digitalizada, es decir, programas, propuestas, debates, entrevistas, en línea, y en espacios comprados por el Estado en los medios de comunicación. Y debates, muchos debates entre los candidatos. Reducir el gasto partidario al mínimo (en vez de darles fondos, comprar espacios para la deliberación política). Mejor a cero. Y abrir las compuertas de par en par para que los buenos se agrupen, publiciten y compitan digitalmente. Cambiar las prácticas políticas habituales, para cambiar la calidad de los gobiernos y, sobre todo, de sus resultados. Para que, finalmente, el futuro en la región se divorcie del pasado, y sea algo nuevo y superior.

El oscurantismo de los peores sólo perpetuará este eclipse histórico que, lejos de aligerarse, más bien se recarga de diversas sombras. Donde la propia democracia, tan noble en sus principios y fecunda cuando es motorizada por los mejores, acaba convirtiéndose en una sombra lánguida. Y acaba, por vileza de los REMAPE, dándose un disparo en sus propios pies. Si algo sabemos por el siglo XX es que, muerta la democracia, bailarán sobre su sepulcro los Treinta Tiranos como en la antigua Grecia. [P]

 

César Rojas Ríos, conflictólogo

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