El declive del orden internacional liberal
Los ataques terroristas perpetrados por Hamás en contra de militares y civiles israelíes el pasado 7 de octubre, es otro hito más, execrable y sangriento, del interregno que atraviesa el mundo desde hace 15 años, cuando estalló la Crisis Financiera Global de 2008.
Interregno que se ha caracterizado por un declive del orden internacional liberal imperante que, a partir de entonces, se ha visto afectado por otros eventos de impacto global, tanto o incluso más graves que el de 2008. Los cuales han confirmado esa incierta y preocupante tendencia mundial que nos está llevando hacia un escenario cada vez más conflictivo, inestable y fragmentado.
Nos referimos específicamente a las crisis que han ocasionado la anexión de Crimea por parte de Rusia el 2014, el Brexit de 2016, la Guerra Comercial y Tecnológica entre China y Estados Unidos a partir de 2018, la pandemia del covid-19 de 2020, la Guerra entre Rusia y Ucrania que comenzó el 2022, y ahora, el resurgimiento del interminable conflicto palestino-israelí.
Interregno amenazante
Tal como señala el reconocido internacionalista José Antonio Sanahuja, usando la nomenclatura de Antonio Gramsci, “la crisis consiste precisamente en el hecho de que lo viejo muere y lo nuevo no puede nacer: en ese interregno se verifican los fenómenos mórbidos más variados”. Esta definición de interregno, ideada por Gramsci para explicar el periodo entreguerras mundiales, ha sido rescatada recientemente por Sanahuja para explicar el contexto actual, marcado por “fenómenos mórbidos” tales como el descontento generalizado, la violencia política, el ascenso de los extremismos nacionalistas, la erosión y la fragmentación de los sistemas de partidos dominantes y el frecuente éxito electoral de los outsiders; el agotamiento del modelo postfordista de desarrollo económico debido a su insostenibilidad medioambiental y a la revolución tecnológica (la robotización y la IA); y finalmente, la irrupción de riesgos geopolíticos generados por múltiples conflictos regionales que han derivado en la disrupción y acortamiento de las cadenas de suministro, así como en la disminución de la inversión extranjera directa y el comercio internacional.
Las similitudes entre el interregno actual y el que transcurrió entre 1919 y 1939 son innegables: una exacerbación de los nacionalismos que ha facilitado el regreso de los populismos autoritarios por la vía democrática, el resurgimiento del proteccionismo comercial y las políticas de contención y coerción por parte de las democracias liberales que aplican sanciones contra sus adversarias que, en la mayoría de los casos, resultan ineficaces y hasta contraproducentes. Sumado a ello, la preparación generalizada para la guerra y la consecuente carrera armamentista financiada, en muchos casos, con la impresión de dinero sin respaldo. Y, por si fuera poco, una fuerte crisis económica que ha trascendido en una estanflación global, por la combinación de inflación y bajo crecimiento económico.
Por otra parte, la reconfiguración geopolítica que provocan todas estas crisis y fenómenos mórbidos, está definiendo, a su vez, una clara división entre dos bloques de poder: el bloque occidental o tradicional, también denominado anglosfera, liderado por Estados Unidos y compuesto por los otros países del G7 más Australia, y el bloque oriental o revisionista, también llamado sinosfera, liderado por China y compuesto por Rusia, Irán, Bielorrusia y las ex repúblicas soviéticas del Asia Central.
Esta nueva bipolaridad, ha generado la sensación de otra Guerra Fría que se manifiesta en el desacople económico, comercial, financiero y tecnológico de estos dos bloques y en el fortalecimiento de las redes del globalismo dentro de esos mismos bloques. Pues mientras que los lazos se han roto casi totalmente entre Estados Unidos y Rusia a partir de la “operación militar especial” de Vladimir Putin en Ucrania, los lazos entre Rusia y China se han incrementado y fortalecido, como también lo han hecho los lazos entre Estados Unidos y Europa. Por lo que es posible afirmar que hay un proceso de desglobalización y desacople entre la anglosfera y la sinosfera, pero al mismo tiempo, un proceso de mayor integración e interdependencia dentro de cada uno de esos bloques de poder.
Esta realidad se ha profundizado con las sanciones económicas aplicadas por el bloque occidental contra todos esos países que se han posicionado en contra del orden internacional liberal (incluidos Cuba, Nicaragua, Venezuela y afortunadamente aún no Bolivia), y con la mayor cohesión y fortalecimiento de las alianzas militares, como la OTAN y el AUKUS por parte de la anglosfera, y la Organización de Cooperación de Shanghái y la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva por parte de la sinosfera.
Incertidumbre creciente
Pero si bien hasta aquí hemos definido un escenario eminentemente bipolar, en realidad, el análisis del contexto geopolítico mundial quedaría incompleto si no reconocemos la importancia e influencia de algunos otros países que no son parte de la anglosfera ni de la sinosfera, como la India, Turquía, Indonesia, Arabia Saudita y Brasil, por mencionar los más relevantes, y también el papel de los actores no estatales, pero con gran peso económico y político, como las empresas transnacionales. Entonces si aplicamos la lógica gramsciana del interregno en que “lo viejo muere y lo nuevo no puede nacer”, estaríamos hablando de la muerte de un orden unipolar, el orden internacional liberal dirigido por Estados Unidos, y el nacimiento de un orden multipolar y transnacional, que no se puede entender con las teorías realistas y neorrealistas del equilibrio de poder que contribuyeron a definir y comprender lo que ocurrió desde el Congreso de Viena de 1815 hasta nuestros días, sino que es necesario desarrollar nuevos esquemas analíticos que permitan analizar el comportamiento de los actores del sistema internacional, en mundo mucho más complejo y voluble.
De acuerdo a Sanahuja, así como las potencias occidentales no parecen capaces de sostener el orden internacional actual, las potencias revisionistas no tienen tampoco la voluntad ni la capacidad de ofrecer una alternativa. Por lo que aún nos encontramos en la incertidumbre respecto a lo que podría ocurrir y aún es muy temprano como para desarrollar un modelo teórico que nos permita entender lo que podría ocurrir.
En este contexto, si la guerra entre Israel y Hamás se agrava y extiende en el tiempo, como parece que ocurrirá, lo más probable es que termine involucrando directamente a otras potencias, como Estados Unidos, Irán o Arabia Saudita. Lo que sin duda generará fuertes presiones para que se desate un conflicto mayor, y también distracciones frente a lo que está ocurriendo, por ejemplo, en Europa del este y en el Indo Pacífico, donde también podrían agravarse los conflictos y desencadenarse, finalmente, la tan temida Tercera Guerra Mundial. [P]
El conflicto trágico entre Israel y Hamás
Peter Singer, Profesor de Bioética en la Universidad de Princeton y es uno de los intelectuales contemporáneos más influyente.
Los descarados y sanguinarios ataques de Hamás a Israel fueron condenados, con razón, por todo el mundo. Si se trata de una guerra, y ambos bandos coinciden en ello, el ataque deliberado de Hamás a civiles representa un serio crimen de guerra.
Pero la brutalidad de Hamás no salió de la nada, la lección que nos deja lo que está ocurriendo en Israel y Gaza es que la violencia engendra violencia.
La última posibilidad real de evitar el trágico conflicto entre Israel y Hamás fue destruida con una única muerte: el asesinato del primer ministro israelí Isaac Rabin en 1995. Su asesino no fue un militante palestino, sino un extremista israelí opuesto a los Acuerdos de Oslo, con los que Rabin buscaba un pacto que creara una «tierra de paz», algo repugnante para los radicales israelíes, para quienes la soberanía judía de la Tierra Santa no es negociable.
El asesinato de Rabin ocurrió al final de una movilización por la paz a la que asistieron más de 100 000 israelíes, deseosos de ver el fin de las hostilidades entre Israel y Palestina, lo que en ese momento parecía una esperanza realista.
Quienes más se beneficiaron con el asesinato fueron los nacionalistas israelíes, principalmente Benjamín Netanyahu, líder del partido de derecha Likud. Netanyahu había rechazado los Acuerdos de Oslo porque exigían que Israel se retirara de los territorios que había ocupado después de la guerra de los Seis Días, en 1967. En una protesta contra los acuerdos y contra Rabin, Netanyahu lideró el simulacro de una procesión funeraria... con un féretro, el dogal del verdugo y todo.
En los años posteriores al asesinato de Rabin, y especialmente después del fracasado intento de lograr un acuerdo en Camp David en 2000, los extremistas de derecha llegaron al poder en Israel y la perspectiva de crear un Estado palestino viable en los territorios ocupados desapareció por completo. Al mismo tiempo, el movimiento secular del líder palestino Yaser Arafat, el Fatah, fue incapaz de lograr la categoría de Estado para Palestina, lo que fortaleció al grupo islamista Hamás que, junto con otras organizaciones militantes palestinas, basa su legitimidad en el asesinato de israelíes (y de quienes son acusados de colaborar con Israel).
Gracias a que Hamás amplió su influencia y exportó la violencia desde Gaza —a la que controla desde 2007— a Cisjordania, ocupada por los israelíes y nominalmente a cargo de la Autoridad Nacional Palestina —controlada por el Fatah—, cada vez más israelíes apoyaron las medidas represivas prometidas por Netanyahu. Y, como la desventurada Autoridad Palestina fue incapaz de detener la implacable expansión de los asentamientos judíos en Cisjordania, el ciclo de extremismo y violencia continuó.
Netanyahu comanda ahora el gobierno nacionalista más fanático de la historia de Israel, que incluye al ministro de finanzas Bezalel Smotrich, entre cuyas responsabilidades se cuenta la administración de gran parte de la Cisjordania ocupada. Smotrich incitó en reiteradas ocasiones a la violencia contra los palestinos.
En febrero, después de que un palestino asesinara a tiros a dos colonos israelíes, cientos de israelíes arrasaron Huwara, un poblado palestino cercano, en escenas que hacían recordar a los pogromos cosacos contra los asentamientos judíos rusos más de un siglo antes. Los israelíes prendieron fuego a Huwara y causaron la muerte de uno de sus habitantes y heridas a otros. Como ocurrió con la policía rusa durante los pogromos, las fuerzas israelíes que estaban en la zona no intervinieron para proteger a los residentes ni para arrestar a los autores del crimen.
Nada de esto es excusa para las atrocidades de los terroristas de Hamás contra los civiles israelíes, en las que murieron más de 1000 personas, en su mayoría civiles indefensos (y entre quienes había mujeres y niños). Hay videos espantosos en los que se ve a terroristas de Hamás disparar a jóvenes a sangre fría durante un festival de música. En términos proporcionales, en este ataque murieron 10 veces más personas que en los de Al Qaeda del 11 de septiembre de 2001 al World Trade Center y el Pentágono.
Cuando Hamás ataca a civiles israelíes, sabe que la respuesta serán contraataques que terminarán con muchos civiles muertos y heridos en Gaza. Hamás ubica sus sitios militares en áreas residenciales y espera limitar con esa táctica los ataques israelíes o, al menos, reducir el apoyo internacional a Israel.
Hamás capturó, según se dice, unos 150 rehenes y afirmó que matará a uno de ellos cada vez que Israel bombardee un hogar gazatí sin aviso. Los líderes de Hamás seguramente recuerdan que, en 2011 Netanyahu, como primer ministro, estaba dispuesto a liberar a más de 1000 prisioneros palestinos —algunos de ellos, terroristas— a cambio de un único soldado israelí cautivo. Con ese telón de fondo, tal vez crean que Israel no está preparado para sacrificar las vidas de los rehenes en pos de sus objetivos militares.
Si eso es lo que creen, tal vez descubran que se equivocaron. Está por verse si Israel podrá eliminar a Hamás como fuerza militar... pero queda claro que, en la lucha por ese objetivo, está preparado para perder muchas vidas, probablemente tanto de soldados como de rehenes.
Es difícil saber cuán lejos llegará con su intención de privar de electricidad, combustible, alimentos y agua a los 2 millones de ciudadanos gazatíes, muchos de los cuales son niños. De lo que hay certeza es que los brutales crímenes de Hamás no otorgan a Israel el derecho a hacer pasar hambre a niños.
Para muchos observadores extranjeros la causa de la autonomía Palestina y su condición de Estado es superior desde un punto de vista moral, pero esa causa quedó manchada por los truculentos asesinatos y secuestros —muchos de ellos, filmados— que se llevaron a cabo en su nombre. Paradójicamente, si los palestinos desean recuperar la superioridad moral, deben desear también la destrucción de Hamás. Mientras Hamás sea capaz de afirmar que los representa, las maldades que perpetró mancillarán su causa. [Artículo reproducido de Project-Syndicate]
Andrés Guzmán Escobari, analista en temas internacionales