Milei y la tragicomedia de los jóvenes viejos

Milei y la tragicomedia de los jóvenes viejos

Péndulo político Guillermo Richter, Agustín Casanova 11/12/2023 02:18
Con el objetivo de defender el carácter progresista de la juventud, suele acudirse a la célebre cita: “Ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica”.
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Con el objetivo de defender el carácter progresista de la juventud, suele acudirse a la célebre cita: “Ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica”. Que, como sabemos, fue dicha por Salvador Allende en un discurso ante los estudiantes de la Universidad de Guadalajara. No obstante, el recorte es, mínimamente, cuestionable, ya que pone un punto donde el “compañero presidente” –como se decía a Allende desde la militancia de la Unidad Popular– ponía un punto y coma. 

Si nos enfrentamos al discurso, vemos que su idea era la opuesta: defender la manutención de una postura revolucionaria durante toda la vida. Incluso más, que no es la cuestión de edad lo que define, sino la posición política. Por eso, prosiguiendo en su alocución, Allende metaforizaba que existen “jóvenes viejos” y “viejos jóvenes” –donde, con mucha razón, él se ubicaba–. En este sentido, la expresión política tanto de lo “nuevo” como de lo “viejo” no depende de quiénes encarnan el proyecto, sino de la naturaleza misma del proyecto. Tras el triunfo de Javier Milei en Argentina, Luis Fernando Camacho, líder de la ultraderecha boliviana, dijo que el presidente electo trae “Nuevos vientos de cambio y esperanza para nuestra América”. ¿Qué tan “nuevos” son esos “vientos”? 

¿Qué tan “nuevo” es el libremercado? El mercado, surgido con las sociedades de clases, obtuvo su apogeo con el advenimiento de la sociedad capitalista. Previamente, sólo existió subordinado a relaciones sociales mediadas por la coerción directa. Grosso modo, el mercado se realizó durante la época moderna y se tornó dominante en la contemporaneidad (desde la Revolución Francesa). En la etapa dominante, la que nos importa, el libremercado, nació a gran escala durante el siglo XIX. Luego, por su propia lógica, se formaron los monopolios (léase por ellos a carteles y trust) que acabaron con él. Así, lo que tenemos hoy, desde hace más de un siglo, es un mercado monopolístico. ¿Qué significaría esto en las propuestas liberal-libertarias? Que la “novedad”, siendo una entelequia que idealiza una realidad que falleció hace 150 años, no pasa de consigna que sirve a los intereses monopolísticos. Es la libertad del zorro en el gallinero.

¿Qué tan “nueva” es la ideología del libremercado? La fe en que el mercado resuelve todos los problemas tampoco es una novedad. La escuela fisiócrata es mediados del siglo XVIII, la economía clásica liberal es de los siglos XVIII y XIX y la neoclásica comenzó temprano en el siglo XX. ¿Quiénes serían los neoclásicos? Resumiendo, hasta de forma peligrosa, es la Escuela Austríaca (de Ludwig von Mises y Friedrich von Hayek) con sus principales derivaciones en el monetarismo de la Escuela de Chicago (de Milton Friedman), el análisis económico-constitucional de la Escuela de Virginia (de James Buchanan), el ordoliberalismo de la Escuela de Friburgo. 

La versión más radical neoclásica sería el anarcocapitalismo de Murray Rothbard. La diferencia entre los clásicos con los neoclásicos, además de la teoría del valor, es que los primeros pensaron la cuestión en una etapa efectiva de librecomercio, por lo que, en consecuencia, fueron progresistas; mientras que los segundos lo hicieron en una etapa monopolística, de modo que, su prédica fue conservadora. En resumen, la ideología del librecomercio es tan vieja como hegemónica. El exsocio de Milei, José Luis Espert, sostiene que el “liberalismo” representa a “las ideas del sentido común”. Sí, en una sociedad capitalista, el sentido común es este. Lo novedoso de lo “libertario” es, justamente, presentarse como novedoso.  

En Argentina, los neoclásicos tuvieron el control económico en varias oportunidades: en la dictadura, en el menemismo y en el macrismo. Las consecuencias siempre fueron deuda, desindustrialización, desempleo, concentración de la riqueza y fuerte represión. Milei oculta toda esta historia trágica cuando habla de una decadencia que comenzó con el radicalismo de Hipólito Yrigoyen. Justamente, cuando va a principios de siglo, defiende lo que llama el “modelo de Alberdi”, que, en sus palabras, tornó a Argentina en la “principal potencia mundial”. Todo esto es una gran falsedad. Argentina nunca fue la principal potencia. Ostentó un alto PBI per cápita a comienzo de siglo XX, que es algo muy distinto. Con la lógica de Milei, la potencia global de 2023 sería Luxemburgo. Algo que ni es comparable, ya que esa Argentina, lejos del Luxemburgo acaudalado que hoy ostenta hasta un sistema de transporte estatal gratuito, no era más que el conflictivo país de la Patagonia Rebelde –famoso conflicto por condiciones dignas de trabajo que, con más de 2.000 muertos, minimiza hasta el trágico “octubre negro” de Bolivia–. A todo esto, ¿conocerá Milei los notables elogios de Alberdi al totalmente estatizado Paraguay de los López (destruido en la Guerra de la Triple Alianza)? ¡Pobre Juan Bautista!

Si el engaño en el plano de las ideas no fuese suficiente, Milei también ejecutó una estafa electoral en la cuestión de la “casta”. Lejos de sustituir el tradicional personal político por uno nuevo, se rodeó de los mismos de siempre. Colocó a Luis “Toto” Caputo, quien tomó la deuda que llevó a la vuelta del FMI, en el Ministerio de Economía. Dejó en el cargo de Embajador en el Brasil a Daniel Scioli, un “peronista” que fue menemista, kirchnerista y albertista. Designó a Patricia Bullrich en el Ministerio de Seguridad, el mismo que había ocupado con Macri. Este último caso es emblemático. Hace un mes, Milei tildaba a Bullrich de “Montonera tira bombas en jardines de infantes”. Marx, defendiendo que las ideas suelen quedar desfasadas de su tiempo, decía que la historia aparecía “una vez como tragedia y la otra como comedia”. Todo nos indica que se estrenará como novedad la vieja tragicomedia argentina que ya vimos. ¡Que, por lo menos, nos sirva para ver quién es quién aquí! [P]

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