De forma repetitiva y machacona, a diario solemos escuchar en boca de políticos, intelectuales y analistas, palabras que coinciden cuando se trata de hacer críticas al sistema, y sus grandes fallas estructurales. La convergencia de criterios, recala principalmente en la dramática ausencia de “institucionalidad” o “desinstitucionalización”. Y claro, la palabra institucionalidad, de tanto resonar, se torna abstracta, distante, más ligada a la metafísica platónica que a la realidad material.
Y es que de tanto escuchar hablar de institucionalidad, el concepto en sí mismo suena vacío, impersonal, incapaz de cautivar y menos preocupar; por eso, se hace cansino y tedioso escuchar a diversas personas y personalidades mencionarla, sin generar ningún efecto. Haber llegado a este punto, es una monumental tragedia, tal es así que, probablemente como sociedad, hayamos naturalizado el caos, la debacle, el desorden, la corrupción, la violencia, la criminalidad y una interminable cadena de patologías sociales, en el entendido de que lo que falla es la institucionalidad, la bendita institucionalidad… la que ya no le mueve el piso a nadie.
Claramente la institucionalidad es fundamental desde todo punto de vista, de hecho, las naciones prósperas y estables, suelen ser las que ofrecen mejor calidad de vida a sus ciudadanos, pero no por ser ricas, sino por su calidad institucional. Se debe tener muy en cuenta que no necesariamente la riqueza de las naciones es automáticamente equivalente a su desarrollo, paz social e institucionalidad. En Oriente Medio, existen países inmensamente ricos, pero profundamente autocráticos y violadores consuetudinarios de los derechos humanos.
“La palabra institucionalidad, de tanto resonar, se torna abstracta, distante, más ligada a la metafísica platónica que a la realidad material”
Entender la institucionalidad en un sentido práctico, conlleva la relación pétrea entre certidumbre, estabilidad, paz social y reglas claras, capaz de brindar espacios de acción y restricción delimitados, donde el desempeño y el goce de libertades, vaya a la par del cumplimiento de obligaciones.
Considerar que los derechos son inalienables e irrenunciables, debe coincidir con la convicción de que las obligaciones son ineludibles e insoslayables, de tal manera que la salud de la convivencia sea cuestión de todos y para todos. Cuando se produce el desbalance entre derechos y obligaciones, se instala el caos, la violencia y el quiebre del sistema democrático.
La institucionalidad no puede ser un mantra y mucho menos una muletilla en la voz de los políticos, debe ser una razón de ser para todos, un recurso crítico indispensable, porque su carencia es la ruina. La institucionalidad, materializa y canaliza sus avances o retrocesos a través de sus instituciones, las mismas que a su vez, dependen de las personas que las dirigen, por tanto, tiene un carácter sistémico: institucionalidad, instituciones y personas.
“La institucionalidad es fundamental desde todo punto de vista, de hecho, las naciones prósperas y estables, suelen ser las que ofrecen mejor calidad de vida a sus ciudadanos”
En el escenario global, el desarrollo y la prosperidad de las naciones están intrínsecamente ligados a la calidad de sus instituciones (Acemoglu/Robinson, 2014). Las instituciones sólidas son los pilares sobre los cuales se erige una sociedad próspera y una democracia vibrante. La calidad institucional es un factor determinante que impulsa la estabilidad económica, social y política, influyendo directamente en la calidad de la democracia.
Hablar de institucionalidad pareciera una cuestión filosófica, pero en realidad es un asunto profundamente práctico y descarnadamente duro. De la misma depende casi todo en el desempeño, desarrollo, prosperidad y paz social de las naciones. Empero, para descender al mundo terrenal y entender la estructura molecular de la institucionalidad, hoy por hoy, existen modelos de calidad institucional aplicables tanto a la gestión pública como privada, en la perspectiva de brindar a los estados y empresas del sector privado, la posibilidad de transitar en un campo fértil de oportunidades, en base a criterios nítidamente establecidos y plenamente consolidados, distantes de la incertidumbre y permanente variación en las reglas, según el autócrata de turno.
Asimismo, cuando hablamos de calidad institucional, nos referimos a la eficiencia, transparencia, responsabilidad y capacidad de las instituciones gubernamentales y sociales para funcionar de manera efectiva y justa. Estas instituciones abarcan desde el sistema judicial y legislativo hasta las agencias reguladoras y los organismos encargados de hacer cumplir la ley, no es un logro estático, sino un proceso dinámico que requiere mantenimiento y mejora continua. Los desafíos como la corrupción, la falta de transparencia y la debilidad en la aplicación de la ley pueden erosionar la calidad de las instituciones y, por ende, minar el desarrollo y la democracia.
Países que han priorizado la mejora de sus instituciones han experimentado avances significativos en términos de desarrollo económico y social. Los países escandinavos, por ejemplo, destacan por sus instituciones sólidas, lo que ha contribuido a altos niveles de calidad de vida y democracia estable. Por otro lado, naciones con instituciones débiles o corruptas, enfrentan obstáculos significativos para su desarrollo. El fortalecimiento de la calidad institucional es una tarea colectiva que involucra a gobiernos, sociedad civil y sector privado. Se requiere un compromiso continuo para implementar reformas que promuevan la transparencia, la responsabilidad y la participación ciudadana. La inversión en educación, la capacitación de funcionarios públicos y en el fortalecimiento de los sistemas de justicia y control, son pasos cruciales en este proceso.
Sin embargo, preguntémonos cómo andamos en casa, qué podemos esperar con autoridades judiciales que se autoprorrogan, oficiales policiales que estrangulan a sus subalternos, conscriptos que fallecen por vejámenes y torturas, obras que colapsan ni bien han sido inauguradas, droga incautada que nunca se sabe dónde va a parar, ríos envenenados con mercurio, bosques devastados por la quema salvaje, tierras avasalladas por doquier, todo, todo ante la mirada indiferente de la sociedad. Urge recuperar la capacidad de asombro, porque está pasando de todo en “nuestras narices” y nadie dice nada, no debemos perder nuestra nación con la indiferencia y el silencio cómplices. [P]
“Oficiales policiales que estrangulan a sus subalternos, conscriptos que fallecen por vejámenes y torturas, obras que colapsan ni bien han sido inauguradas, droga incautada que nunca se sabe dónde va a parar, ríos envenenados con mercurio
Franklin Pareja, politólogo