El Estado Plurinacional, emergente de la aprobación del texto constitucional, connota tres innovaciones normativas e institucionales: i) la propia idea de Estado que, a diferencia del Estado-nación, ahora, se la conceptualiza como plurinacional; ii) la democracia que, fijada en la tradición representativo-liberal, busca desembocar en un sistema de gobierno ampliado e intercultural y, finalmente, una nueva narrativa de horizonte societal: del desarrollo antropocéntrico compatible con el capitalismo al “Vivir Bien”. Tres ambiciosos referentes de transformación estructural que vale la pena evaluarlos a 15 años de su puesta en marcha. Veamos.
Antes que refundación estatal y establecimiento de un nuevo sistema institucional, el proceso se caracterizó como “construcción minimalista del Estado Plurinacional” (Mayorga, 2014), de ampliación limitada de la democracia y experimentación simbólica del “Vivir Bien”. El minimalismo hace referencia a la continuidad y, quizás, a la gravitación de las pautas estructurales que delimitan la reinvención del Estado, tanto de su estructura de funcionamiento como de su rol en la economía y la cohesión social.
El Estado Plurinacional se concentró en empoderar su potencia como principal factor del poder político: buscó ser fuerte y centralizado, esto es, con presencia en todo el territorio nacional y principal motor del desarrollo económico y de redistribución de la riqueza. Una pretensión cara del viejo Estado-nación que, paradójicamente, se logró a través del Estado Plurinacional que, además, buscó una mayor democratización social en función al proceso de modernización económico-social del contexto neoliberal tardío: crecimiento del consumo, expansión del mercado y del capital financiero-comercial.
En ese sentido, el “Vivir Bien” que inicialmente se pensó y difundió como una alternativa civilizatoria al capitalismo fue y es aún una idea por venir; un proyecto que, si bien en el imaginario colectivo es un proyecto emancipatorio, precisa aterrizar normativa y políticamente. Sobre ello se hizo poco. El “Vivir bien” precisa concretarse en políticas públicas que posibiliten la reconfiguración societal alterna a las tendencias actuales y predominantes de goce consumista que imprime la lógica capitalista a los comportamientos sociales e individuales.
Respecto a la democracia el avance fue normativo e institucional. La idea de la democracia intercultural que emergió como sistema de gobierno del Estado Plurinacional, es una puerta de acceso a la reinvención y ampliación democrática ya que reconoce y combina formas democráticas: representativa, participativa, directa y comunitaria; sin embargo, el resultado no está libre ni fuera de la influencia, o bien, del peso de una sobre el resto. Lo evidente es que la democracia representativa junto a la democracia participativa y directa son ya realidades asentadas como formas y dispositivos de gobierno. No solo existen y son parte del desarrollo normativo que continuamente las respaldan, sino que constituyen prácticas institucionales validadas de manera recurrente por la sociedad. Su uso y ejercicio establecen hábitos institucionales y colectivos. La articulación virtuosa de estas formas se encuentra en pleno desarrollo de mejora cualitativa de sus dispositivos procedimentales. Sin duda hay asuntos de ajuste y mejora que es parte de la idea de construcción o edificación. En ese sentido, la idea de ciudadanía como ejercicio de la participación social y acceso al lenguaje de los derechos presenta grandes avances de inclusión y, a la vez, de extensión igualitaria al conjunto de la sociedad.
Sin embargo, no sucede lo mismo con la articulación y desarrollo de la democracia comunitaria (la tercera/cuarta forma), puesto que aún se encuentra sustraída a dinámicas aisladas (las Autonomías Indígenas y circunscripciones especiales indígenas), o bien, es estigmatizada como “exclusiva” de grupos indígenas minoritarios, particularmente de tierras bajas o bien de minorías en occidente. Su tratamiento tanto discursivo como de asimilación colectiva todavía sigue siendo marginal y no propio del imaginario general de la democracia, ni enteramente compatible con la noción de “ciudadanía cívica” de la democracia representativa. Predomina en las lecturas políticas como en las académicas una cultura y una mirada multicultural más que plurinacional. En ese sentido, la democracia intercultural, en tanto dispositivo jurídico-legal de vinculación de los formatos democráticos (Mayorga, 2014) es deudora de establecer y reestablecer de manera continua el equilibrio entre estos; por lo que, su regulación y desarrollo normativo e institucional, es aún pobre.
Lo que tenemos después del primer ciclo de construcción del Estado Plurinacional (2009-2024) es un Estado con mayor centralidad en la economía vía el control del excedente de la explotación de los recursos naturales y de generación de infraestructura productiva para una economía extractivista. En este contexto, el imaginario del “Vivir Bien”, en tanto narrativa de cambio del patrón primario-exportador y de la puesta en marcha de políticas alternativas al desarrollo, es todavía una promesa por venir. En lo social, tenemos un Estado con mayor capacidad redistributiva que ha provocado intensos procesos de movilidad social y reconfiguración estructural de las dinámicas económicas, productivas y de integración cultural. En promedio la economía creció de manera sostenida (a lo largo de una década) con una tasa por encima del 5 % y, se caracterizó, por un creciente bono demográfico sobre las dinámicas productivas y el consumo. En estos años, emergieron nuevas clases medias vinculadas al comercio e iniciativas empresariales de raigambre popular que han desplegado diversas labores productivas acarreando intensos procesos de urbanización, movilidad y desarrollo social. Emergieron nuevas élites económicas, grupos y sectores que han complejizado los escenarios de interacción sociales.
En el ámbito político e institucional la democracia si bien ahora contiene un nuevo referente normativo: intercultural, se la vive y piensa como democracia representativa con incrustaciones de las formas participativa y directa. En cambio, como se mencionó, todavía se adeuda la incorporación de la forma comunitaria que, a pesar de su fuerza efectiva y continuidad en las prácticas sociales, son todavía embrionarias, experimentales y, básicamente, subterráneas.
En ese sentido, el Estado Plurinacional, la democracia intercultural y el “Vivir Bien” son realidades en construcción a merced de las pulsiones de la diversidad social, de su capacidad de acción e innovación política –del conocimiento práctico que se asienta en la sociedad respecto a cada una de ellas– y, básicamente, en función a la contingencia de las coyunturas políticas que, ciertamente, las delimitan para su concreción y realización histórica. [P]