La ilusión de los modelos económicos

La ilusión de los modelos económicos

Péndulo político Guillermo Richter y Agustín Casanova 06/02/2024 22:58
En las democracias liberales de la era del “fin de la historia”, las organizaciones políticas, tanto de derecha como de “izquierda”
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En las democracias liberales de la era del “fin de la historia”, las organizaciones políticas, tanto de derecha como de “izquierda”, suelen seducir a la ciudadanía con programas que prometen llevarnos a exitosos modelos de bienestar general, basándose en experiencias ajenas. Sin embargo, una vez que asumen el gobierno, sea en un plazo más largo o breve, la promesa electoral no se termina de materializar. Por razones diversas, la ilusión de un futuro luminoso se desvanece, mientras que, simultáneamente, se fortalece la promesa opositora de progreso a partir de otro modelo [de capitalismo]. ¿Por qué pasa esto de forma constante? ¿Es tan difícil seguir un modelo ya probado? ¿Será por la incapacidad (o deshonestidad) de los “políticos”? 

Problemas de los modelos 

Desde nuestra perspectiva, existen razones más profundas para entender por qué los modelos no se desarrollan como se quisiera. Concretamente, la propia noción de modelo es muy cuestionable, ya que, de partida, contiene tres problemas intrínsecos. En primer término, cada país se sitúa en coordenadas espaciales irrepetibles; que, naturalmente, determinan sus posibilidades. En segundo, lo que funciona en un momento dado puede no ser efectivo en otro; incluso, precisamente, podría no funcionar debido a que esa tarea ya está siendo realizada en el modelo a seguir. Y, en tercero, porque lo que pueda realizar determinada población es difícilmente realizable por otra.  Sólo tomando el espacio, el tiempo y la población, podemos ver lo controvertible que resulta tomar modelos.    

Pensemos en esta cuestión a partir de un ejemplo candente. En los últimos meses, el presidente argentino, Javier Milei, ha tomado reiteradamente a la República de Irlanda (Éire) como su modelo: “Venimos a hacer [en Argentina] lo mismo que [en] Irlanda […]”. ¿Qué pasó en este país? Básicamente que, en las últimas décadas, esta nación insular redujo los impuestos corporativos del 40% al 12%, por lo que, miles de multinacionales se radicaron allí para ofrecer sus servicios en el mercado común europeo y, consecuentemente, el PBI se multiplicó por seis. Obviando que Irlanda no es lo que Milei dice que es, ya que se trata de un país donde existe un Estado fuerte, resulta evidente que ese modelo en Argentina nunca se realizaría. 

¿Por qué? En primer lugar, a través de Argentina, las multinacionales no accederán a ningún gigantesco mercado internacional como el que representa la Unión Europea. Lo más cercano sería el Mercosur, pero éste no tiene ni las dimensiones ni la profundidad de la integración europea ¿Con qué ánimo las multinacionales se radicalizarían a gran escala en nuestro vecino del sur? En segundo lugar, pensando a nivel mundial, tales multinacionales ya están en la propia Éire. ¿Tendría sentido que miles de multinacionales ya establecidas en la isla migren a Argentina? Con estos dos elementos, vemos lo absurdo que sería seguir el modelo irlandés en la situación argentina, pero, incluso, soñando con que pasara tal cosa –de que las multinacionales globales se afincasen masivamente en la nación sudamericana–, el efecto en la economía nacional estaría muy lejos de ser tan significativo. La masa de capital, que se expresó en la multiplicación por seis de la economía irlandesa, no alcanzaría para multiplicar por dos la economía argentina. 

“Gris es toda teoría y verde el áureo árbol de la vida”, escribió Goethe. Sabemos muy bien que la realidad, caracterizada por infinitas aristas, es notablemente más compleja que nuestra caricatura, pero nuestro fin no es analizar el ejemplo, sino, ciertamente, subrayar lo ramplón que resulta hablar de modelos (sobre todo cuando, como en el caso de Milei, no se parte de la realidad concreta, sino de una fe en la abstracción del ‘libre’ mercado). 

Problema metodológico 

¿Qué sucede? Desde nuestra perspectiva, el problema afecta a todos los modelos considerados en la democracia liberal, porque, justamente, tal categoría induce a suponer que cada formación social elige su tipo de capitalismo. Algo que, en realidad, está lejos de ser así. Lo cierto es que, el capitalismo no es una forma de desarrollo nacional, sino un contradictorio sistema global que se expresa en particularidades nacionales. Estas, como bien sabemos, cumplen distintas funciones en la división internacional del trabajo, mientras presentan, en paralelo, un alto grado de diferenciación entre sí. Algunas naciones, las menos, siendo más ricas, ostentan el control sobre las otras, que, siendo más deprimidas, conforman la enorme mayoría de la comunidad planetaria. Formándose, de esta manera, un sistema de relaciones marcado tanto por la dependencia como por la contradicción. Naturalmente, las naciones centrales poseen un abanico de potencialidades cualitativamente más amplio que el ostentado por las periféricas. En este sentido, la pregunta no es “¿qué modelo de capitalismo queremos?”, debería ser “¿qué tipo de forma capitalista tenemos la potencia de desarrollar a partir de nuestras condiciones concretas?”.

Sintetizando, diríamos que identificamos, a partir de esta reflexión, un problema metodológico; ya que la noción de modelo parte de lo particular para comprender lo general. Siendo, por otro lado, que lo correcto es lo inverso. La comprensión de la particularidad resulta imposible si no se parte de la totalidad que lo define. Las potencias particulares deben identificarse luego de examinar el lugar nacional en el cuerpo global. Este abordaje particularista, muy frecuente en el análisis político, está totalmente superado en otros terrenos de la vida social. ¿Un ejemplo?  Un caso elocuente está en la medicina. Con mucho tino, los especialistas son previamente formados en medicina general. ¿Qué pasaría si no fuese así? ¿Quién de nosotros confiaría en un cardiólogo que nunca estudió medicina general? Usar un método adecuado de comprensión de la realidad nacional, a partir de su articulación con el contexto mundial, no sólo es deseable, sino que plasma una condición sine qua non para que la superación prometida no caiga en la demagogia que tanto degrada la acción política. [P]

 

Guillermo Richter, abogado 

Agustín Casanova, sociólogo

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