La nueva derecha

La nueva derecha

Péndulo político Guillermo Richter, Agustín Casanova 20/02/2024 23:50
Una izquierda que desportilla la democracia y una derecha que la desgaja. La gran contusa de la contienda política: la democracia y la ciudadanía.
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Supimos en los últimos días que, el expresidente de Brasil, Jair Bolsonaro, se encuentra prácticamente condenado, tras probarse que lideró la elaboración de un plan antidemocrático frustrado para mantenerse en el Palácio do Planalto. Esta nueva ultraderecha, de la cual Bolsonaro representa un ícono, no se lleva nada bien con la democracia liberal. Basta ver cómo, en el norte, Donald Trump impulsó el asalto del Capitolio del 6 de enero de 2021; cómo, en nuestro país, Luis Fernando Camacho – “tras arreglar con los militares” – derrocó el gobierno de Morales en 2019; o cómo, en este momento, en Argentina, el presidente Javier Milei pretende prohibir garantías constitucionales a partir de la resolución ministerial de la ministra Bullrich. La derecha radical contemporánea no deja de ser una novedad que trasciende los casos mencionados, en un mundo que, tras la caída del socialismo real, ha sido tomado por el triunfalismo liberal del fin de la historia. ¿De qué trata este fenómeno? Es imposible dar una respuesta simple, pero sí podemos plantear algunas reflexiones.

Lo viejo y lo nuevo

¿Qué hay de continuidad respecto a la tradición de ultraderecha? Un punto inicial es el mencionado carácter antidemocrático. Basta pensar en los fascismos europeos, las teocracias asiáticas o las dictaduras militares latinoamericanas. Otro aspecto es el tipo de liderazgo. Hitler, Mussolini o Franco comparten un liderazgo carismático con Trump, Bolsonaro o Milei. Una tercera característica es una defensa de las relaciones sociales capitalistas que se desdobla en un decidido anti-izquierdismo. El pinochetista Gustavo Leigh quería “extirpar el cáncer marxista” de Chile, así como el plan de Bullrich es “terminar con el kirchnerismo para siempre”. Y, asociado a lo último, una cuarta continuidad en la deshumanización del contrario. De la forma que el nazismo deshumanizaba a los judíos –asociándolos a una conspiración marxista—, hoy, la nueva ultraderecha deshumaniza a los masistas, peronistas o petistas, cuando los trata de corruptos, parásitos o ignorantes (¡Qué nunca llegue a los niveles de su antecesora!).

¿Dónde está la novedad? En primer lugar, en el retroceso doctrinario racional. Los viejos referentes de la ultraderecha, a diferencia de los actuales, poseían una cosmovisión del mundo basada en cierta racionalidad, que, mal o bien, permitía articular un sistema de coherencia interna, donde la promesa de un futuro se expresaba en un programa. Hoy, en cambio, la ultraderecha presenta un bagaje teórico muy pobre. Los programas de gobierno son sumamente vagos. Los argumentos no suelen pasar de la crítica vulgar. El discurso bolsonarista no puede desarrollarse sin el “Lula ladrão”. En la mayoría de los casos, nos encontramos, a su vez, con caudales de falacias. El mismo Bolsonaro dijo que “Brasil era comunista en los gobiernos del PT”; Milei, que “Argentina era la principal potencia del mundo en 1900”. En síntesis, el nuevo discurso carece de racionalidad moderna. Este contraste de nivel es aún mayor respecto a la vieja derecha liberal, que, como bien sabemos, contaba con sólidos cuadros como Herrera, Kubitschek, Lleras Restrepo, Belaúnde Terry, Betancourt o Alsogaray.

En segundo lugar, la nueva ultraderecha presenta líderes que, a pesar de percibirse como “elegidos”, muestran imperfecciones estéticas de sí mismos que antes se escondían. Existe, en este sentido, una incorporación ultraderechista a la ola de la política de la genuinidad que rompe con lo que era políticamente correcto. Milei, por ejemplo, insulta, grita, les dedica su victoria a sus perros, etcétera. Vale notar que, tal estética, comprendida en la forma contemporánea, había nacido asociada a la centroizquierda. Como íconos de esta política de la genuinidad, podemos destacar tanto a “nuestro Evo” (sobre todo en su periodo previo a la presidencia) como a Pepe Mujica, el expresidente uruguayo. 

En tercer lugar, reparamos una composición social distinta. En el siglo XX, la ultraderecha encontraba su apoyo tanto en el gran capital como en masas pequeñoburguesas –que enganchaba a partir de complejas operaciones ideológicas—. En la actualidad, por el contrario, tenemos una composición más próxima a la masa de población obrera, debido a que, entre otras cosas, esta última ha retrocedido en su nivel de conciencia. ¿Por qué? En titulares, podría explicarse tanto por el colapso del socialismo real como por fragmentación clasista generada por el progreso científico-técnico (la organización obrera resulta mucho más compleja en tiempos donde las grandes fábricas se robotizan y los trabajadores van a tareas por cuenta propia). Paralelamente, hay que mencionar una mayor presencia del lumpenproletariado en el entramado ultraderechista coetáneo. 

Más allá de la derecha

La nueva ultraderecha no deja de ser una forma de expresión política posmoderna. ¿Qué entenderíamos por posmodernidad? En pocas palabras, un tiempo donde la humanidad, frustrada por el fracaso de los “grandes relatos” modernos, se muestra impotente de imaginar un futuro esperanzador, cuestión que se deriva, consecuentemente, en el eterno presente, el relativismo, la irracionalidad y el nihilismo. La posmodernidad, entendida en estos términos, sería, básicamente, el tiempo que se define por la falsa conciencia de que vivimos en el fin de la historia. En esta lógica, la ultraderecha tiene su razón de ser como expresión política de una sociedad tan descontenta como impotente. Por lo tanto, la irracionalidad de las fake news sería coherente con este tiempo de reacción. La nueva ultraderecha representaría la reacción contra la Ilustración.  

Siendo un fenómeno histórico, resulta natural que la lógica posmoderna no se agote en la ultraderecha, sino que, además, haga metástasis en todo el espectro político. Lo que está desarrollándose en el MAS es palpable. La crítica del evismo no va más allá del cuestionamiento de la gestión o de alguna denuncia demagógica de corrupción. La izquierda no puede quedarse en ese nivel de debate si pretende representar la conciencia crítica que la ha definido en la contemporaneidad. Debe volver a su rol de portadora de un proyecto superador. En nuestro tiempo, esta misión constituye una necesidad imperiosa para vencer el tigre de papel del fin de la historia que nos trae a la nueva ultraderecha. [P]

 

Guillermo Richter, abogado

Agustín Casanova, sociólogo 

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