Si algo caracteriza a la política de las últimas semanas es que el “evismo” ha recibido ayuda de donde menos se la esperaba.
Para empezar, en la Asamblea Legislativa Plurinacional (ALP), tanto Comunidad Ciudadana de Carlos Mesa como Creemos de Luis F. Camacho sumaron sus votos al ala “evista” para que, en una sesión polémica y sin luces, se procediera a cesar en sus cargos a los actuales magistrados del poder judicial.
Quien ganó en este episodio fue Evo Morales, que asestó un duro golpe a quien es hoy su mayor enemigo, Luis Arce. También cosechó lo suyo el presidente de la cámara de senadores Andrónico Rodríguez, quien obtuvo una inusitada visibilidad mediática que lo coloca como el adalid de la lucha contra los corruptos jueces y contra la terquedad de Choquehuanca.
¿Que ganaron CC y Creemos? No mucho, tal vez solo la satisfacción de doblegar al oficialismo. La delicia de ver caído a un enemigo y dar contento a una rabia y un rencor largamente acumulados. A cambio, ellos aparecieron como quienes seguían la línea trazada por el “evismo”. Ya lo decía Nelson Mandela “el rencor es como tomar veneno y esperar que mueran tus enemigos”.
En segundo lugar, está (quién lo diría) el propio gobierno. Si Andrónico Rodríguez pudo llamar a una sesion en la ALP es porque Arce, con su viaje a las tierras del dictador Vladimir Putin, permitió que ello ocurra. Choquehuanca estaba obligado a cumplir con la primera responsabilidad del Estado así como Rodríguez hacerlo en el poder legislativo. En otras palabras, Arce generó un vacío de poder en la ALP que fue muy bien aprovechado por la oposición.
¿Qué ganaba Luis Arce con su viaje a Rusia? Políticamente muy poco. Es verdad que la Universidad de San Petersburgo de Rusia le dio un doctorado Honoris Causa, por sus “contribuciones a la ciencia económica y a la colaboración internacional” (léase apoyó a Rusia en su invasión a Ucrania). Además, logró un compromiso de que Rusia provea gasolina y diésel a nuestro país, objetivo que, francamente no creo que se concrete. También ratificó a nuestro país como postulante para formar parte de los BRICS, un foro económico y político formado por países como Brasil, Rusia, India China y Sudáfrica, que se muestra como una alternativa geopolítica al G7 que agrupa a los siete países más ricos del planeta.
Por el contrario, su ausencia abrió espacio para que el “evismo” hiciera de la suyas en la Asamblea Legislativa cesando en funciones a los magistrados. Arce, como ya es costumbre, apeló a la justicia para anular lo que su acción ha provocado: el pasado 19 de junio el Tribunal Supremo de Justicia declaró nulos de pleno derecho los actos del presidente del Senado, Andrónico Rodríguez, en su convocatoria del 6 de junio, cuando se aprobaron leyes relacionadas con la cesación de magistrados, un decreto presidencial de amnistía e indulto y un crédito internacional.
Mas allá de todos estos hechos, el degaste político para el gobierno es alto. Arce no muestra ser el estadista capaz de poder navegar a Bolivia en las turbulentas aguas de un país en crisis económica, sino como un político que, ante la ausencia de mayorías congresales, no tiene mayor iniciativa que manipular el poder judicial, poniendo en cuestión el poder de la ALP.
Hay un reloj en la plaza Murillo de la ciudad de La Paz que tiene la rareza de que sus manillas no van hacia adelante sino hacia atrás. Cuando el entonces canciller de Bolivia David Choquehuanca lo puso, tenía la intención de mostrar que el tiempo puede medirse de otra manera que como lo hacen los países civilizados, al revés. Hoy, ese mismo reloj parece medir la cuenta regresiva de un gobierno que desgasta su popularidad y legitimidad, día a día, abriendo las oportunidades políticas a un Evo Morales que, muy suelto de cuerpo, ya ha señalado que, de volver a la presidencia, sería el mago que volverá a llenar de dólares el mercado de divisas, y de diésel y gasolina a los caminos de nuestro país. Demagogia pura y dura que, ojo, puede ser creída por una población que, lejos de las disputas que acontecen en los espacios políticos, hoy lucha por sobrevivir en un contexto económicamente adverso. [P]