El coma político del dogma

El coma político del dogma

Péndulo político Ever Romero Ibañez 17/07/2024 04:12
La absorción de los sujetos partidarios por un dogma político, configura el comportamiento de su clase dirigente en el pensamiento único
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La absorción de los sujetos partidarios por un dogma político, configura el comportamiento de su clase dirigente en el pensamiento único y se manifiesta en la obligación irreflexiva de defender creencias monocromáticas abanderadas como verdaderas, o atrinchera al militante devenido en creyente inconmovible, en el renunciamiento a ser persuadido con caminos alternativos para la acción de gobierno y el manejo del poder. Esto es así, porque sobre él ya no obra el principio de razón suficiente, sino el mecánico ejercicio de la negación a reconocer la valía de opciones pragmáticas que ya han sido probadas como menos perjudiciales por la experiencia económica de un país. 

La imposibilidad de pensar de otra manera, se produce porque el partido ha proscrito la crítica y la autocrítica como procedimiento para mirar y juzgar los resultados de una forma de conducción estatal, que no sea aquella que está determinada por el juicio de valor y por la justificación ideológica desprovista de objetividad, y, por tanto, distanciada de una realidad que se mueve y seguirá moviéndose con sus mecanismos autónomos inatajables sin importar los deseos del gobernante que vive atrapado en su ceguera autoimpuesta. El gobernante se niega a abrir los ojos a una realidad que existe y que le desborda cuando esa realidad cambia, porque está modelado para negarla y para pensar únicamente desde el credo sacrosanto encarnado como verdad inobjetable. Se trata de la simplificación de la realidad y de su distorsión ideológica que empobrece la complejidad social.

No está mal que cada quien, en su mundo privado, crea o deje de creer en lo que mejor prefiera, pero es inadmisible que el hombre de Estado no escuche la verdad constituida por la voz pública, porque esa sería la verdad sobre cómo estamos, y le obligaría a mirar la realidad y responder a las demandas con acciones racionales para encaminar la concreción de metas personales y colectivas. No mirar la realidad, conlleva para el gobernante hacer lo que la comunidad no desea, porque el individuo no quiere el paternalismo estatal que subordina su acción y el funcionamiento de la economía a decisiones políticas que suelen ir a contramano de la historia y de lo que aconseja el sentido común.

Hoy la realidad marca un contexto de incertidumbre económica que augura malos tiempos para el hombre de la calle, porque comprueba que ya no es posible mirar el fin de mes con exactitud matemática por el oscilante valor del dinero. El hombre de empresa también ve amenazado su rol, porque los insumos para la producción se adquieren con una moneda encarecida por las fuerzas del mercado que el Estado no puede ni podrá controlar. Estos problemas son la manifestación anunciada del crepúsculo de un modelo económico cuya fuente de vida o de financiamiento transita por un descenso imparable y que amenaza barrer los logros económicos labrados con el pulso del esfuerzo personal.

¿Por qué debemos tocar fondo para recién mirar la realidad social, política y económica con otros ojos? Porque el dogma ha hecho su trabajo (mal por supuesto) y porque el gobernante ha priorizado la reproducción enajenada de una sola manera de ver la realidad y la economía. Hay muertes épicas: aquellas que se producen con las «botas puestas y al pie del cañón», y que serán tales porque responden a imaginarios compartidos que sedimentarán para siempre una memoria de lucha por un ideal colectivo. Esta vez, no se trata de una heroicidad digna de convertirse en símbolo a venerar, sino del perecimiento de un ciclo o la muerte política de creencias que la realidad se ha encargado de mostrarlas como agotadas e inútiles para el tiempo de vacas flacas en el que vivimos.

Y este tiempo que nos fatiga a todos, que es en definitiva el tiempo de una forma política, pareciera que no le concierne al gobernante, porque todo lo que le rodea (la realidad con sus múltiples crisis) le es indiferente; algo así como la paralización deliberada de la iniciativa o el ingreso voluntario a un coma político como forma de renunciamiento a pensar, porque ya lo habrían hecho una vez, para no hacerlo nunca más. Es como si nos dijeran: nosotros plantamos una idea de desarrollo que era insuperable en su estado metafísico, y ahora no nos hacemos cargo de sus resultados materiales, porque la culpa de los fracasos es de ustedes, no solo por no haber comprendido el espíritu ni el principio que lo fundamenta, sino por haber combatido la idea; tejida —cuándo no— desde la creencia, siempre cerrada, irrevisable e imposible de racionalizar.

Es cierto que no se puede volver atrás ni desandar el camino ya tejido por la historia, pero, aferrarse a la derrota con porfiada obcecación por fidelidad a una idea que reclama ser reformada en su núcleo económico y político para sobrevivir, equivale a dejar la mesa servida a un inminente proceso regresivo que podría disolver la inclusión social lograda, aunque mínima o elitaria, imprescindible. Y esa conducta política, no solo arremete contra la ética de la responsabilidad, sino que es una acción típicamente contrarrevolucionaria impropia de una fuerza progresista que dibujó y desdibujó la idea del cambio en las relaciones sociales y económicas. 

Afirmar que el partido que gobierna lo hace desde el blanco o el negro del arco político, ignorando la infinidad de grises que también lo compone, no implica reconocer que las otras opciones hoy opositoras «sean capaces de destejer el arcoíris» para mostrarnos que, en política, economía y formas sociales, hay tantas alternativas como colores: no, porque en el pasado reciente los tuvimos gobernando y también decidiendo desde un solo color, también con su dogma jactancioso colgado del cuello. [P] 

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