Bajo el signo de la negación

Bajo el signo de la negación

Péndulo político Guillermo Richter, Agustín Casanova 24/07/2024 00:51
Durante muchos siglos, la humanidad pareció desenvolverse en un tiempo que parecía detenido.
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Durante muchos siglos, la humanidad pareció desenvolverse en un tiempo que parecía detenido. Varias generaciones vivieron, en mayor o menor medida, en condiciones tecnológicas semejantes. Los grandes progresos apenas podían ser visibles en el lapso de una vida (siempre que esta vida hubiese tenido la suerte de coexistir junto con algún gran evento de carácter histórico). Con el advenimiento de la época contemporánea, el movimiento del tiempo se aceleró notablemente, instalando en la conciencia colectiva la sensación de vivir bajo un cambio constante. El célebre sociólogo histórico estadounidense, Immanuel Wallerstein, supo argumentar que, tras la Revolución Francesa, surgieron, a lo largo del siglo XIX, las principales ideologías de nuestra era como respuesta a esa sensación de cambio. En concreto, surgió el conservadurismo, como la revalorización de la tradición, el liberalismo, como la ideología defensora del cambio (ordenado), y el marxismo, como la aceleración de las transformaciones naturales. 

Salvando tanto el campo socialista, donde el marxismo logró “acelerar” el cambio, como eventuales experiencias conservadoras, el liberalismo ha sido la ideología dominante a nivel global. Esto corresponde a que el capitalismo tenía un carácter relativamente progresista. ¿Qué significaba esto? Que el capitalismo, a través de su expansión, lograba, mismo en su desigualdad intrínseca, mejorar la calidad de vida de las clases trabajadoras. En el núcleo del capitalismo, los hijos solían vivir sustancialmente mejor que los padres. No obstante, ese capitalismo murió con el fin de Bretton Woods en los años setenta del siglo XX. Desde entonces, se pasó a una etapa especulativa, donde, por un lado, sobra el capital, que va a la especulación financiera, mientras, por otro lado, sobran los trabajadores, que, cuando no van al desempleo, terminan en actividades improductivas (e ilegales en el peor de los casos). Por lo menos en el centro del sistema, los hijos ya no viven mejor que los padres. Hace 50 años, cualquier joven accedía, por sus propios medios, a una vivienda digna en un área urbanizada; hoy, en cambio, el hogar propio se tornó una verdadera utopía.    

En las nuevas condiciones, donde el progreso técnico empalma tanto con un capitalismo en crisis estructural como con un ideal comunista en franca debilidad (tras las consecuencias frescas del colapso del campo socialista), la sensación generalizada de vivir en un mundo transformándose en un sentido positivo se desvanece. Queda, por el contrario, la sensación de que las cosas cambian para mal. Con la tragedia de que no hay potencia social para responder ante las amenazas venideras. La crisis ambiental es un claro ejemplo. Hace años estamos siendo alertados de que vamos hacia un colapso civilizatorio, sin que, ante ello, podamos hacer algo. Recorremos un tiempo nihilista, algo que, en definitiva, no deja de ser una expresión conservadora. 

La política de la negación

Esta atmósfera histórica se expresa en innumerables manifestaciones de índole política. Por un lado, el proyecto revolucionario, exceptuando algunos débiles núcleos sin perspectivas a corto plazo, salió de la escena. Por otro lado, del mismo modo, la visión liberal progresista, que se sostenía en un cambio gradual afirmativo se vació de contenido. Esto se revela en que, a los protagonistas políticos de nuestros días, solo queda la crítica del opositor. Pura negación. El movimiento dialéctico se detuvo en la antítesis. La política contemporánea pasó a un círculo vicioso donde la fortaleza de uno es la debilidad del otro. La izquierda (sistémica) es “buena” porque no es “la derecha”, y viceversa. No hay política con mayúsculas, sino politiquería. Basta detenerse en la “cúspide” de la política, el debate de los presidenciables estadounidenses, donde Biden le recordaba a Trump su affaire con una actriz porno, mientras el último respondía que el primero “abrió las fronteras para que entren delincuentes”. ¡Qué diferencia frente a lo que fue el debate Kennedy - Nixon! 

Este péndulo de la negación nihilista puede dividirse en dos etapas. En la primera etapa, aproximadamente desde el 1980 hasta 2015, la negación pasaba de la “centroderecha” a la “centroizquierda”. Durante esta primera etapa, había, todavía, algún contenido afirmativo en el debate. Eran los tiempos de la “alternancia”. Luego, tras el advenimiento de fachadas más “radicales”, el péndulo nihilista pasó a enfrentar a las nuevas expresiones con el “statu quo democrático”. Aquí ya, abiertamente, el leitmotiv del proyecto político fue no ser el otro. En Argentina, Milei, desde la derecha, ganó para “detener” el oficialismo que representaba Massa. En Brasil, Lula, desde la izquierda, ganó para “detener” el oficialismo de Bolsonaro. En Estados Unidos, Trump ganó para cambiar el statu quo, así como Biden luego ganó para “detener” a Trump. El reciente ejemplo francés resulta más que elocuente. En primera vuelta de las legislativas anticipadas, el ex Frente Nacional de “ultraderecha” triunfó desde la crítica a la política “sistémica”. Pocas semanas después, en la segunda vuelta, lo “sistémico” del Nuevo Frente Popular –adjetivado irracionalmente de “ultraizquierda” por gran parte de la prensa– triunfa para detener la amenaza de la “ultraderecha”. 

Bolivia

Bolivia es, como pocos casos, un país sui generis. Existe una interminable lista de razones para argumentarlo. Sin embargo, esa particularidad no nos separa de la generalidad. Todo lo particular puede comprenderse, justamente, por su contraste con lo general. En este sentido, vemos también aquí este fenómeno de vaciamiento político. Inicialmente, teníamos un MAS que, desde hace ya dos décadas, había logrado triunfar ante un descrédito generalizado de la oposición de derecha, mientras, por otro lado, esta misma oposición existía como tal por su antimasismo. Hoy, tras el cisma en el partido azul, el vaciamiento pasó a una especie de antiArce vs. antiEvo. Tanto del lado gubernamental como del evismo la crítica a la otra ala es parte de su fortaleza.  

Claro que no es todo lo mismo. No toda la oposición es igual. Incluso, también destacaríamos que el gobierno, mismo desde cierta enajenación de la realidad, presenta un discurso que coloca la cuestión de la industrialización sobre la mesa. Esto, en un contexto donde la crítica no va más allá de denuncias vulgares, no deja de ser algo a reconocer. ¿Qué se propone, en cambio, desde el Chapare y Santa Cruz? Evidentemente, pasamos por alto importantísimos matices tanto en la política boliviana como en la internacional. Lo que nos importa no es una descripción pormenorizada –algo sumamente complejo–, sino apelar a una política de la afirmación, donde se vuelva a un debate político racional y honesto. [P]

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