Frente a Venezuela, existen dos posiciones maniqueas. De un lado, desde la defensa del proceso bolivariano, se sostiene que el chavismo sería la vanguardia de la emancipación popular de Nuestra América. La crisis social se debe a que la oligarquía criolla, apoyada por el imperialismo estadounidense, ha aplicado una serie de duras sanciones económicas, constantes sabotajes y masivas campañas de desinformación. Del otro lado, desde la crítica, se afirma que lo que hay es una vil dictadura corrupta e ineficiente. ¿Cuál visión es la correcta? Habría elementos para afirmar tanto lo uno como lo otro; no obstante, en cualquier caso, hay elementos estructurales que superan dicha dicotomía, elementos que, inexorablemente, deben considerarse para no chapucear en consignas.
La caída del precio del petróleo y la clave canadiense
Como es conocido, Venezuela se mantiene a partir de la renta petrolera. Se integra a la división internacional del trabajo como proveedor energético. Su economía, de este modo, se desarrolla al ritmo del precio internacional del crudo. Cuando el precio sube, más dólares entran al país y la economía se expande; y viceversa. El problema de esta condición rentista es que el petróleo no “precisa” de más de veinte millones de venezolanos. Esto explica que, históricamente, la nación haya tenido alarmantes índices de pobreza. En 1998, a pesar de ser uno de los “ricos” de Sudamérica, la pobreza alcanzaba a la mitad de la población.
Inicialmente, el chavismo utilizó la renta petrolera para subsidiar fuertemente a empresas locales que desarrollen el mercado interno. Eso fue acompañado de una fuerte inversión en políticas sociales a través de la extensa red de misiones bolivarianas. PDVSA, la petrolera estatal, destinó más de USD 60.000 millones a las mismas de 2003 a 2012. Puede decirse que, grosso modo, en lo interno, el modelo funcionó. Las condiciones de vida mejoraron sustantivamente para la gran mayoría. Eso explica el apoyo popular que obtuvo el chavismo. No obstante, cuando el precio del petróleo cayó, la política de grandes subsidios a los empresarios locales menguó. Sin ellos, las empresas locales quebraron masivamente. Era lógico, Venezuela carece de una productividad capaz de tornar competitiva a su economía. Con la crisis, simultáneamente, los avances sociales se desplomaron también.
En este esquema, a su vez, se presentó un nuevo fenómeno. Tomando elementos introducidos por el economista Juan Kornblihtt, Venezuela, histórico proveedor de petróleo pesado a Estados Unidos, ha sufrido, en los últimos diez años, la pérdida de ese mercado a partir de la competencia canadiense. ¿Por qué? Resulta que Canadá, productor de petróleo pesado en Alberta, tiene grandes dificultades a la hora de exportar a nivel mundial. Cuidados ambientales dificultan la construcción de oleoductos que permitan un acceso rentable a los puertos. Esto, en consecuencia, limita los mercados de exportación a un solo destino: Estados Unidos. Teniendo este único comprador, Canadá está obligado a vender por debajo del precio mundial. Es decir, a practicar el dumping en torno a su petróleo pesado. En este contexto, Canadá ha estado desplazando rápidamente a Venezuela como el principal proveedor de petróleo pesado de Estados Unidos. Dicho en términos simples, Canadá, vendiendo más barato, le sacó Estados Unidos a Venezuela. Cuestión que, naturalmente, no resulta fácil de compensar. No existen muchos “Estados Unidos” a quienes venderle el petróleo pesado.
Quizás, el pujante capitalismo chino podría ser una alternativa, no obstante, siendo limítrofe de una Rusia sancionada por Occidente, eso sería imaginable tan solo en un mediano-largo plazo. La crisis venezolana va mucho más allá de la política chavista, tiene que ver con la estructura económica internacional. De hecho, la producción petrolera venezolana no es exclusiva de PDVSA, sino que, a través de innumerables asociaciones, también lo es de los grandes monstruos del oro negro como Chevron o Shell.
La impotencia del socialismo del siglo XXI
Chávez colocó, en 2005, la idea del socialismo del siglo XXI. En principio, este “socialismo” sería tanto la superación del capitalismo como de las viejas experiencias del socialismo real. En un mundo dominado por el espíritu del fin de la historia, se tuvo el mérito de abrir nuevamente el debate acerca del futuro. No obstante, abrir el debate no es necesariamente abrir el futuro como tal. ¿Qué sería el socialismo del siglo XXI? Yendo a las declaraciones, Chávez partía de un corpus ecléctico difícil de definir. Se despedía con un “Con Marx, con Cristo, con Bolívar”. Ya, Maduro, ni siquiera presenta el eclecticismo previo.
En los hechos, la Revolución Bolivariana se ha parecido bastante a los desarrollismos de la periferia. Una formación social donde el Estado interviene en el plano económico para organizar el proceso de acumulación de capital. Eso es, como mencionábamos previamente, subsidiar a los capitales nacionales. En el bolivarianismo, hay elementos parecidos a los populismos de Cárdenas, Perón o Vargas, así como también matices de los nacionalismos árabes del siglo XX (que tuvieron a Nasser como su principal exponente). Esto significa que, fuera de la retórica, no existe una seria pretensión anticapitalista en Venezuela. Desde esta óptica, el socialismo del siglo XXI, lejos de romper con el fin de la historia, lo consolidaría, puesto que, en el siglo XXI, hasta el “socialismo” es capitalista.
Crisis electoral en la crisis
¿Ganó efectivamente Maduro? Con la dimensión brutal de la crisis, uno diría que es imposible. No obstante, analizando lo que la oposición promete, tal vez diría que sí. La oposición de González-Machado tiene un programa que, hablando de “libertad” en abstracto, propone desmantelar un Estado que, se quiera o no, se tornó fundamental para la subsistencia de la población. ¿Qué trabajador está dispuesto a perder su trabajo concreto por la promesa abstracta de prosperidad? En Argentina, pasó a gran escala; empero, digamos, no es algo tan razonable. Sea como sea, estamos ante una nueva muestra donde la fortaleza de uno es la debilidad del otro.
Con franqueza, resulta imposible conocer los pormenores coyunturales, aunque, a partir de un análisis más estructural, podemos conocer las determinaciones que explican la crisis política. Tenemos que ver la cuestión venezolana con atención. No deja de ser una crisis que muestra los límites del desarrollo a partir de la canalización de la renta para el pequeño capital. Ya Bolivia, con la caída del mercado del gas, sufre una pequeña dosis de dicho problema. Tenemos que pensar modelos donde la riqueza nacional ni sea confiscada por el capital transnacional, como pasa en el neoliberalismo, ni, por otro lado, como en el neodesarrollismo, sea esterilizada en la ineficiencia del pequeño capital nacional. [P]
Guillermo Richter, abogado
Agustín Casanova, sociólogo