¿De qué sirven las leyes?
Falta casi un año para conmemorar el Bicentenario (1825-2025) de nuestra “amada Bolivia” (no es ironía), como es natural, la fecha en cuestión está revestida de una fuerte carga simbólica, algo así como una fecha mágica, idealizada en algunos casos, pero también soslayada en otros. Tengo la impresión que donde más entusiasmo le están imprimiendo al asunto es en Sucre. Quizás en esta oportunidad estén pensando en una celebración distinta y por todo lo alto, dado que el 6 de agosto del próximo año (Bicentenario), como ya es tradición, el presidente de los bolivianos dará el discurso de circunstancia en presencia de todos los miembros de la Asamblea Legislativa Plurinacional, en la emblemática Casa de la Libertad, pero lógicamente (esperemos que así sea), se referirá primordialmente y de forma muy especial a la fecha propia del aniversario, no a las peleas espurias entre los “arcistas” dizque renovadores (no sé de qué), con la nueva derecha (“evismo”).
Y bueno, en los prolegómenos de tan mágico momento (hipérbole), desde hace un tiempo toca asistir a diversos espacios de reflexión y análisis para explorar desde ahora, como venimos y como nos encontrará el Bicentenario. A veces percibo un cierto tufillo de esperanza en algunas personas que alimentan un optimismo de que las cosas mejorarán. Claramente los seres humanos somos seres resilientes, invocamos en nuestro fuero interno el profundo deseo que las cosas mejoren, aunque los indicadores y la evidencia empírica muestren lo contrario. En este contexto, escucho preguntas con relación al futuro con cada vez más frecuencia, eso sí, provenientes de dos atmósferas antagónicas (optimistas/pesimistas), y cual si fuera una cuestión esotérica, ven a los analistas u opinadores como adivinos o clarividentes (cosa que dista mucho de ser realidad), procurando confirmar sus deseos y esperanzas, o también sus vaticinios apocalípticos.
“Tengo la impresión que donde más entusiasmo le están imprimiendo al asunto es en Sucre. Quizás en esta oportunidad estén pensando en una celebración distinta y por todo lo alto.
Vamos a ver, hoy por hoy, Bolivia es un Estado insolvente, arrastra un déficit fiscal hace casi 12 años consecutivos (el último dato podría ser 11% del PIB), importamos gasolina y diésel por un valor superior a las exportaciones de gas, por tanto, nuestra balanza hidrocarburífera es negativa (razón principal de la escasez de dólares), la deuda pública supera el 80%, la Reservas Internacionales Netas (RIN) están por los suelos (1800MM dólares) , las reservas efectivas en oro están en 18,72 toneladas (3,73 t están en proceso de refinación), por debajo de las 22 toneladas exigidas como mínimo en la ley 1503, art.9, parágrafo II (Romero, 2024).
Asimismo, el gas se agota peligrosamente y podría afectar en el corto plazo el consumo interno, la moneda (boliviano) está devaluada, perdió cerca del 40% de su poder adquisitivo, los productos importados no solo están caros, empiezan a escasear, la especulación “in crescendo”, las inversiones no llegan o se van las pocas que hay, las empresas cierran, quiebran o cambian de país, total ausencia de seguridad jurídica, cero méritos para ocupar cargos jerárquicos, polarización y odio se incuban deliberadamente, y lo peor, un coro de voces cada vez más grande proveniente de todos los frentes, señalan que tenemos el peor gobierno desde el retorno a la democracia, no solo son ineptos, sino de una soberbia infinita y un desprecio total por todo y todos, saben que vamos mal pero son negacionistas, claro, a ellos les va de maravillas.
Lo dramático es que las cosas podrían empeorar si no se toman decisiones de sentido común (que no equivalen a neoliberalismo), con lo cual, queda claro que el punto radica en la cabal comprensión de que nada va a mejorar con los mismos actores que porfían en sostener un modelo económico desastroso, además, en cuestión de institucionalidad democrática nos han secuestrado como país hace casi dos décadas. Nos estafaron, estamos igual o peor que antes, según el ranking IDH latinoamericano (PNUD, 2023-2024), solo estamos por encima de Nicaragua, Guatemala, Honduras y Haití, pero nos cuentan la milonga de que somos el país que más crece económicamente y con la menor tasa de inflación, ¿sabrán que crecimiento económico no es igual a desarrollo?, claro que saben, ¡pero nos estafan!
“Hoy por hoy, Bolivia es un Estado insolvente, arrastra un déficit fiscal hace casi 12 años consecutivos (el último dato podría ser 11% del PIB), importamos gasolina y diésel por un valor superior a las exportaciones de gas.
Sin embargo, en medio de este caos y desorden institucional, quiero referirme a algunas cuestiones estructurales que identifico como parte de la arquitectura de la gran estafa (que no es la economía para el caso que ocupa), me refiero a lo inservible de las leyes, citaré apenas tres como ejemplos de las muchas existentes que no se aplican, se incumplen o violan.
Ley 004 de Lucha Contra la Corrupción, Enriquecimiento Ilícito e Investigación de Fortunas (2010), que además se denomina Marcelo Quiroga Santa Cruz (debe zapatear de rabia en su tumba), existe hace 14 años y la corrupción se ha disparado a niveles estratosféricos, quizás estemos viviendo el periodo más corrupto de la historia, afirmación basada en la cantidad de denuncias que salen frecuentemente del seno oficialista, o sea, en boca de algunos “hermanos” del propio instrumento (IPSP). Ley 045 Contra el Racismo y toda Forma de Discriminación (2010). Según un estudio conjunto realizado por las Fundaciones alemanas Friedrich Ebert, Konrad Adenauer y la oficina de Cooperación alemana (2023), en una de sus preguntas indaga lo siguiente: “Tengo miedo a lo que me pueda pasar dados los niveles de racismo e intolerancia política en el país”. El 40,8% de los consultados respondieron afirmativamente, no es la mayoría, pero acaso no es sorprendente que casi una mitad de los consultados aún tengan temores raciales a sabiendas que existe una ley para luchar contra esta lacra; pero como no va haber polarización racial si la impronta andinocéntrica y excluyente viene exacerbada desde las más altas esferas. Ley 071 de Derechos de la Madre Tierra (2010). Esta ley podría ser la ley de leyes, digna de considerarnos “avant-garde” en la defensa de la tierra y el medio ambiente, introdujo una supra categoría: los derechos de la Madre Tierra. Consiguientemente, atentar contra ella convierte a sus perpetradores en delincuentes, ¿pero que tenemos?, los mayores ultrajes a la supuesta Madre Tierra, segundos en Latinoamérica en deforestación (Valdivia, 2022), chaqueos indiscriminados, ríos envenenados y un sin fin de crímenes tipificados como ecocidio, biocidio, derivando en genocidio. Toda una gran impostura.
¿De qué sirven entonces las leyes? El economista Rudi Dornbusch, gurú del prestigioso Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), en una entrevista en Buenos Aires señaló, “nosotros (americanos) tenemos normas flexibles de cumplimiento rígido, ustedes (latinoamericanos) tienen normas rígidas de cumplimiento flexible” (Oppenheimer, 2005), o sea, en los países donde las cosas funcionan bien, las leyes se cumplen y los gobiernos las hacen cumplir. Aquí (Bolivia) el que incumple las leyes y la constitución suele ser el gobierno, el mundo al revés. Empero, es necesario entender algo sustantivo, para que se cumplan las leyes se requieren dos recursos críticos indispensables, sin estos, las leyes son simples declaraciones, el primero, contar con una sociedad culturalmente apegada al cumplimiento de la norma, y segundo, un Estado con una fuerte capacidad coercitiva, vale decir, la ley se cumple por las buenas o por las malas (dura lex, sed lex). Ahora bien, seamos sinceros, ¿Con cuál de los dos recursos críticos contamos? Simple, con ninguno, así nos pillará el Bicentenario, como un país con leyes duras que no se cumplen, una constitución violada a mansalva, y con una sociedad política, la más ruin de los últimos tiempos. [P]