DE JEFAZOS, JEFECITOS Y CAMARILLAS INSTITUCIONALES

DE JEFAZOS, JEFECITOS Y CAMARILLAS INSTITUCIONALES

Péndulo político César Rojas Ríos 10/09/2024 15:41
De manera primicial, Péndulo Político adelanta un capítulo del nuevo libro de César Rojas Ríos, Malpaís.
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De manera primicial, Péndulo Político adelanta un capítulo del nuevo libro de César Rojas Ríos, Malpaís. Ascenso de los mediocres seriales y muerte en vida de las instituciones, que se presentó el pasado agosto en México y este martes 10 de septiembre se lo hará en Sucre, posteriormente se presentará en La Paz, El Alto, Santa Cruz y Potosí.

L a mediocracia high-tech no es un agregado de mediocres seriales, sino un producto institucional generado por el Jefazo y su camarilla que llevan en sí, de pies a cabeza, una mediocridad profunda, así como una ambición y deseo de figuración extremos. Estos mediocres pomposos salieron a la superficie: antes, temerosos, acomplejados, sabían que su lugar era las sombras; hoy, en este giro funesto de los acontecimientos por la irrupción del MAS, eclipsada la moral y normalizada la impunidad, salen a la luz en un ciclo político marcado por un Poder sin adjetivos.

Este es el eje gravitacional del sistema mediocrático high-tech. Y estos mediocres pomposos son peores que los ignorantes, porque si bien estos no se atreven a nada por sus limitaciones de conocimiento, los mediocres pomposos con lo poco que tienen de saber, pero lo mucho que les sobra de voluntad de poder, sí se atreven. Tienen el encanto del arrojo desmedido para ocupar todo primer puesto: el que les caiga a la mano por gracia de la circunstancia afortunada y no por la vocación sostenidamente trabajada (todo tiene que ver con un desarrollado sentido de oportunismo y un ajeno sentido de merecimiento).

La mediocracia high-tech no solo es un panal de mediocres seriales usufructuando de la miel institucional. Es algo peor, es mediocrizante. No solo suma a los mediocres de toda calaña y estopa; sino aplana y ningunea a quienes no lo son, pero débiles de carácter o axiológicamente tibios, cruzan los brazos a sus ideales y cierran el paso a sus aspiraciones nobles. Aclaremos lo siguiente, una institución presa de la mediocracia high-tech no es aquella donde las virtudes convenientes al rebaño humano infectan a los jefes y los amasan en la arcilla común; más bien es la situación contraria, es aquella donde los jefes, por tener el poder institucional de sancionar y premiar infectan a los funcionarios de su mediocridad y los amasan en su arcilla decadente. O sea, ni las instituciones ni las personas nacen mediocres, son los poderes mediocres que las hacen a su imagen y semejanza para su gloria eterna.

Una institución es una maquinaria que aúna recursos, energía y redes, autoridad, incentivos y sanciones, la pueden motorizar para ser una institución ascendente, cuando responde a sus principios, mandatos y valores, o puede ser una institución descendente, cuando responde a los intereses, las ambiciones y los antivalores de su Jefazo y su camarilla. En consecuencia, la cabeza en el vértice institucional es gravitante o gravosa. Una especie de ruleta rusa, si dispara la bala mediocre estará perdida, porque entonces el Jefazo y su camarilla implantarán un sistema de dominación y de aplanamiento. Sin esta pareja perversa otra sería la situación. El mal a extirpar, por tanto, no es la masa mediocrizada, sino el agente mediocrizador.

El mundo de la mediocracia high-tech es un universo con un sol único: el Jefazo. Está hecho para que él brille –no para que la institución alcance sus objetivos y se supere a sí misma–, porque todas las demás luces, o se deben apagar o se las retirará del firmamento. No brilla con otros, brilla en solitario. Y, lo que no sabe, es que no relumbra por efecto de sus méritos, sino por defecto. El mediocre sin poder es una sombra; pero el mediocre con poder es letal para su institución o la sociedad; porque se esfuerza por expandir su poder (de ser posible) hasta el infinito, acabando así por eclipsar a la sociedad, pues el Jefazo no gobierna luces y alturas, sino una hemorragia de sombras y abismos en un “país plano”.

Lo suyo es instaurar una jefatura anómica: desatada de consideraciones morales, más bien tributaria del cinismo y la astucia. Para el Jefazo todas las personas son objetos de poder: medios o instrumentos (a contraria del reclamo kantiano de tratar a todo ser humano como un fin y no como un medio). Nadie es considerado un sujeto y una subjetividad; más bien son considerados palancas y pistones para conseguir más poder. Es un gestor de la discrecionalidad y la arbitrariedad; prima su voz y su mando. Adormecidas las reglas y los principios, entonces es campo libre para que todo juegue a favor de la voluntad del Jefazo.

De ahí en adelante, este solo traerá servidumbre, porque los funcionarios no viven desde los principios de las instituciones, sino desde el cetro de mando. Y en una sensación exultante de poder y de arrojo reclama reverencias, porque se ha constituido en el gran dador (todos o casi todos son sus deudores, porque él pone y quita a los empleados de las instituciones). Ha socavado la institucionalidad y ese es su talón de Aquiles, su vacío interno atiborrado de mediocridad y carente de legitimidad, genera instituciones a la baja, acompasada de lealtades rastreras. Todo tiende a ser deficitario: la vergüenza la persigue como una sombra incansable en su pequeño mundito sin raíces.

¿Qué gatilla esta situación?

De manera directa, las elecciones, sean generales, municipales o universitarias, y de manera indirecta, las designaciones por parte de los elegidos de esas votaciones. Eso sí, se trata de procesos electorales degradados, alejados de la deliberación y el debate informados y razonados, y que cayeron presa de las campañas electorales, los escándalos programados, las descalificaciones personales y de aceitar la industria propagandística (todo esto incomoda y desalienta a los excelentes a prestarse a semejante arena más propicia para peleadores callejeros que para verdaderos estadistas). Entramos de lleno en la personalización de la política y la de-sustanciación de los programas electorales –esto a la hora de gobernar es sumamente provechoso, porque el candidato resulta siendo el eje del poder (ni el partido ni el programa). De esta manera, por el camino eleccionario se llega al escenario despótico del elegido: todo por él, para él y de él–.

Entonces, convertidas las elecciones en un circo, los que compiten con ventaja son los bufones. Esto literalmente nos está sucediendo y a este paso nos matarán de risa. Pero lo peor no acaba aquí, más bien empieza: el Jefazo y su camarilla son mediocres pero esclarecidos, saben lo que hay que saber: su presente y futuro no depende de su calidad moral ni intelectual ni humana (legitimidad), sino de su capacidad de articular, expandir y consolidar poder (eficacia). Ellos no le agregan valor a la jefatura, más bien desagregan poder de la jefatura. Saben que su poder y valer es estrictamente posicional, y esto acarrea otro mal, si valen lo que vale el cargo y fuera del cargo no hay valor, la apuesta consiste en perpetuarse en el cargo.

Entonces, la tarea infatigable no es el rendimiento institucional, sino el acrecentamiento de poder: más poder, mejor; más alto el cargo, mejor; más ingresos, mejor. Y así siguen alimentando el bucle. El suyo es un poder redundante, ¿para qué todo ese poder? Para su propio acrecentamiento y eternización; entonces el poder se vacía y se hace autorreferencial.

Algo similar sucede con los mediocres funcionarizados: valen lo que vale el cargo y dura su valor lo que perdura su estadía institucional. Fuera o “afuereados”, carecen de estatus. Descartes reformateado: estoy en el Estado; luego existo social y políticamente. Esto se debe a que estas personas no traen valor, no añaden valor a la posición, su valor radica en lo posicional, en el lugar que ocupan en la burocracia. El Estado entonces lo es Todo, se trata del gran dador de estatus. De un existenciador: otorga presencia y reconocimiento. El individuo no vale, la excelencia no existe, todo lo otorga el Estado, porque al ser el Estado el Poder, es el único que puede otorgar el don de la valía. Todo oleado y sacramentado bajo el beneplácito de esa mayoría silenciosa que observa y calla para poder cobrar su salario.

El Jefazo y su camarilla, una vez anidados como virus en la institución, acabarán por instalar el nihilismo institucional: la negación en la práctica cotidiana de todos los principios, los mandatos y las funciones sagrados de la institución. Y con el nihilismo institucional sus tareas y metas, o pierden sentido o se desvitalizan. En ambos casos, la maquinaria se reduce a la gestión del presente y la coyuntura, del día a día, desligada de toda perspectiva estratégica de futuro. Evaporizado el horizonte, todo queda en Nada, y nosotros, los usuarios de las instituciones, permaneceremos en la cuneta de las necesidades insatisfechas y con la frustración creciente de todas nuestras expectativas.

Recordemos la pregunta que lanzó Nietzsche en La voluntad de poderío: “¿Qué significa el nihilismo?” Y también la respuesta lúcida que ofreció: “Que los valores supremos [en este caso de las instituciones] pierden validez. Falta la meta: falta la respuesta al ´por qué´”. Efectivamente, los mediócratas destejieron las metas institucionales para tejer meticulosamente sus metas personales y así lograron convertirla en la vaca lechera para su incansable y propia satisfacción.

La mediocracia high-tech no instala un despotismo ilustrado, sino un despotismo deslustrado, porque la mediocridad y la vulgaridad van carcomiendo todos los despachos (y aulas) dejando a su paso residuos y detritus. Exactamente esto. Los Jefazos y sus camarillas se quedaron con la materialidad de la cáscara institucional y se deshicieron de la nuez de su espíritu refinado, por ellos y para ellos, montados en la “megamáquina de poder”, de ser posible, por los siglos de los siglos. Amén. [P]

Franklin Pareja, politólogo sucrense

“Da gusto leer Malpaís. La profundidad de la crítica desde una vena sociológica, antropológica, económica, inclusive politológica, es rica y diversa. El libro tiene un enfoque multidisciplinario que hace su lectura muy amena y muy profundo su contenido. Me encanta la valentía de decir las cosas por su nombre y dejar de estar agazapados en la cueva de la oscuridad”.

Daniel Valverde, politólogo cruceño

“Gracias a César Rojas Ríos por el esfuerzo de intentar instalar un debate elemental para el presente y futuro de quienes habitamos el país de las grandes montañas, las hermosas praderas, las inmensas selvas, pero de frágiles instituciones”.

Edgar Íñiguez, politólogo sucrense

“César Rojas Ríos presenta Malpaís como ´un libro de combate´ frente a una situación de decadencia generalizada en el país y específicamente en la administración de las instituciones del Estado en las cuales se ha enquistado la “mediodracia high-tech”. Sin embargo, el libro excede la característica de un libro de combate en el que prima principalmente la convocatoria a las acciones en contra o a favor de algo. La obra se convierte en un adecuado y profundo diagnóstico de la situación actual en la que se debate la sociedad, sus instituciones y el Estado Boliviano; por lo tanto, nos proporciona una visión completa y exhaustiva desde una perspectiva sociológica de la crisis institucional y moral bolivianas”.

Josep Redorta, conflictólogo español

“Con sus diferencias, Perú, Chile, Argentina, tienen procesos que pienso guardan ciertas características comunes al caso que César Rojas Ríos describe sobre Bolivia en Malpaís. Yo quizás habría ´dulcificado´ un poco lo de Bolivia. Pero es una opinión desde la distancia. Me ha gustado que los capítulos sean cortos y el mismo libro. Al menos en España es una tendencia general que me parece acertada y mejora la concisión de ideas”.

Miguel Amonzabel Gonzales, investigador socioeconómico sucrense

“Malpaís es una obra profundamente relevante en el contexto actual de nuestro país, donde la crisis institucional y el sentimiento de pesimismo sobre el futuro son palpables. César Rojas Ríos aborda con precisión uno de los factores clave detrás de esta situación: la calidad y la moralidad de la clase dirigente. Malpaís no se limita a un diagnóstico, César Rojas Ríos propone soluciones concretas y viables para revertir esta dramática situación, brindando esperanza y una visión clara de cómo reconstruir un futuro mejor. Esta obra es imprescindible para quienes buscan entender los desafíos que enfrenta nuestra nación y desean contribuir a su recuperación”.

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